El desconcierto

El no de Sánchez al 155

Efectivamente, la reunión ayer de Pedro Sánchez con Rajoy fue manifiestamente prescindible, tal como el secretario general del PSOE dijo. Más allá de la imagen, que es lo que buscaba la Moncloa como respuesta al referéndum ilegal de la Generalitat, no podía haber ningún acuerdo del Partido Popular, enrocado en un inmovilismo bastante rentable electoralmente más acá del Ebro, con el Partido Socialista, recién liberado de su condición de prisionero voluntario del Gobierno. Partiendo de la premisa, muy cierta, de que es inaceptable la convocatoria del presidente Puigdemont, desde la legalidad no cabe otra postura, la divergencia salta una vez más con el rechazo del PSOE a la aplicación del artículo 155 de la Constitución y su apuesta por una salida dialogada con los soberanistas catalanes. El sueño de una Gran Coalición táctica PP-PSOE y Ciudadanos, el gran delirio de la derecha castellana, se ha desvanecido.

Delirio expresado un día antes por Felipe González, que defendió el recurso al 155, e incluso por Zapatero, que se sumó a la reunión de los ex-presidentes de gobierno en apoyo al presidente Rajoy. Esa rancia "España, una, grande y libre", enarbolada por Aznar junto con los dos líderes socialistas, dice mucho y nada bueno sobre la degradación política del viejo PSOE. Que se presten a una nueva envolvente sobre Sánchez, en las mismas vísperas de su cita con Rajoy, anuncia que aún no han terminado los tiempos de confrontación en el socialismo español. Sostener el sí al 155 justo antes de que el PSOE dijera no al 155 , como sabían que iba a ocurrir, es toda una puñalada del mejor cine de traidores. No extraña en González, dada su condición de consejero de administración, pero sí en Rodríguez Zapatero, por la enorme responsabilidad que tiene en la agravación del problema catalán.

La seria amnesia catalana que padece Zapatero, no se puede hablar de alzheimer porque aún no alcanza la edad, es espectacular. Prometió en 2004 a los catalanes defender un nuevo Estatuto, aprobó su redacción, pese al aviso de José Montilla, renegoció con Artur Más, votó doblemente en el Congreso de los Diputados y en el parlamento catalán y apoyó en la consulta catalana, para luego, traicionarlo sin ni siquiera defenderlo del recurso posterior presentado, entonces, por el Partido Popular ante el Tribunal Constitucional. Fue un muy buen amigo suyo, el profesor Rodríguez Aragón, quien al sumarse a los magistrados del PP en la aprobación del mencionado recurso, convirtió ipso facto en papel mojado lo votado poco antes en ambos parlamentos y en el posterior referéndum. Solo desde la muy insoportable levedad del ser que caracteriza a José Luis Rodríguez Zapatero, cabe  entender tanta banalidad política.

¿Cómo es posible que haya olvidado la instrumentalización política que hizo Rajoy durante esos cuatro años que enmarcaron  la gestación, nacimiento, desarrollo y asesinato del Estatut catalán? Esas manifestaciones demagógicas del PP y el vergonzoso boicot político a los productos catalanes, movilizando el aspecto más canallesco de la peor cultura de la derecha castellana, sembraron los vientos españolistas de ayer convertidos hoy en tempestades soberanistas catalanas. Con tal de llegar a la Moncloa, la derecha no vaciló ni un solo segundo en fomentar el separatismo a la vez que lo denunciaba como ariete contra el gobierno socialista de entonces. Asombra que en esa caverna de Vocento donde se reunieron, con un Aznar otorgando certificados de buena conducta española a González y Zapatero, ninguno de ellos, al menos este último, señalara la histórica responsabilidad del PP en la cuestión catalana.

Es evidente que en esta reunión se le hace un flaco favor a Pedro Sánchez, al no hacer mención que la táctica empleada para echar a Zapatero en su día es justo la misma que se emplea ahora para tratar de impedir que el PSOE pueda llegar a la Moncloa, la utilización de la cuestión catalana. Es obvia la maniobra de Rajoy de envolverse en la rojigualda para mal tapar toda la corrupción estructural del Gobierno que preside y del partido que lidera. Desde la Moncloa, se asiste con fruición al anunciado probable choque de trenes entre el nacionalismo catalán y el nacionalismo castellano. No sólo no se dialoga, sino que no se desea hacerlo, a la vez que se dinamitan todos los puentes políticos con la Generalitat. Esa omisión de los dos monaguillos socialistas de Aznar encierra el evidente oscuro objeto de deseo de ver a Pedro Sánchez sin su oxígeno electoral, quemado por el problema catalán.

La realidad enseña que González, Aznar, Zapatero y Rajoy son, sucesivamente, los responsables políticos de la actual grave crisis de Cataluña con España. El pragmatismo del primero, impidiendo el procesamiento de Pujol en 1985; el neofranquismo del segundo, contrario a las tres nacionalidades históricas; la frivolidad del tercero, jugando a la política como a los dados; y la corrupción del cuarto, al tratar que los ciudadanos olviden su condición de sobrecogedor, han desembocado en un callejón sin salida, dado que aún se sigue rechazando una respuesta política. Si existe hoy un cierto riesgo de ruptura de la unidad del Estado español se debe a la política partitocrática de estos cuatro gobernantes, de espaldas a los intereses de Estado. Muy agravado, por cierto, con la presión que intentan ejercer hoy sobre Sánchez para que renuncie al no al 155.

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