El desconcierto

Sánchez e Iglesias en el laberinto catalán

Ni con el 155, Sánchez, ni contra el 155, Iglesias, tienen remedio los males de las fuerzas progresistas españolas. Iceta de la mano de Albert Rivera, Domènech equidistante, entre los que ejecutan el 155 y los ejecutados por el 155, se han quedado sin la llave de Borgen. El resultado del 21 D no les ha podido ser más adverso. El problema nacional catalán, como el vasco o gallego, sigue siendo una de las asignaturas pendientes del Estado español, que no acaba de encontrar aún una mínima respuesta de izquierdas viable. En ese laberinto sin ninguna salida se encuentran también encerrados tanto Sánchez, una muy mala copia del original Rajoy, como Iglesias, árbitro inútil entre unionistas e independentistas. Intentar marcar hoy la agenda de la Historia, pasando la página territorial para imponer la social, es un esfuerzo vano que solo conduce a la melancolía.

Rajoy maniata fuertemente a las siglas progresistas como también las maniató ayer Aznar. Cataluña ahora, como sucedió antes con Euskadi, ata las manos y los pies del PSOE y Podemos. Una parte de sus dirigentes, cuadros y publicistas practican una política de alianzas con el unionismo español que desemboca en el 155; mientras que la otra minoría que denuncia la represión no llega sin embargo a formular alianza alguna con el independentismo en defensa de las reivindicaciones democráticas. Así se entiende que unos , PP y Cs, tengan ya mayoría absoluta en España según todos los sondeos  y que otros , Esquerra y JxC, hayan revalidado su mayoria absoluta en Cataluña.Y es que para aplicar la política de la derecha, mejor el PP o Cs, y para cuestionar tan solo una brutal represión, sin proponer una sola alternativa política, mejor Esquerra y JxC.

Es tal la irrelevancia política del PSOE y de Podemos que toda la derecha se permite protagonizar una de sus más ásperas luchas internas en torno a la futura política de la Moncloa en Cataluña, tras la muy ridícula derrota del 155 siempre a manos de la mayoría absoluta de los independentistas. Mientras Rajoy cambia el tono, Rivera lo radicaliza, No en vano casi toda la artillería mediática, la famosa Brunete de la derecha, ataca hoy la cobardía del Partido Popular para exaltar la valentía de Ciudadanos. Con Aznar al fondo y Susana Díaz de perfil, Rivera cree estar en vísperas de poder afrontar  hoy la recentralización del Estado en claro beneficio de unas élites madrileñas bastante inquietas ante una negociación que pudiera abordarse desde la Moncloa. En esta pugna de Rajoy y Rivera, Sánchez e Iglesias son convidados de piedra.

Es, sin embargo, una polémica crucial. Probablemente, tiene  tanto de ficción como de realidad; pero mientras exista esta lucha entre ambos bandos de la derecha, todas las fuerzas parlamentarias, sobre todo PSOE y Podemos, deberían denunciarla. El PNV no puede hacer más de lo que hace, negándose a aprobar los Presupuestos, sobre todo si el resto de las siglas de oposición no contrapresionan la constante creciente presión de la derecha extrema que la Moncloa recibe desde Ciudadanos. No es una batalla más, porque de su desenlace depende el frenar o no la deriva autoritaria del régimen del 78. De quebrarse ahora esta hipotética negociación entre unionistas e independentistas, sería tan lesivo para Cataluña como para toda España. Como asimismo lo sería para el sistema democrático y, sobre todo, para las perspectivas de las fuerzas progresistas.

Si Inglaterra coexiste bien con un gobierno independentista en Escocia y Bélgica con uno igualmente independentista en Flandes, ¿por qué no puede España convivir con el gobierno independentista en Cataluña? Los resultados del 21 de diciembre, dos mitades sociológicas en la sociedad catalana, no dejan lugar a  ninguna otra política democrática. Es el cálculo electoral de la derecha quien lo impide y la complicidad o neutralidad de la izquierda quien lo favorece. Sobre la base de una nueva financiación de las autonomías, que incorpore el principio de ordinalidad vigente hoy en los länders alemanes, y un referéndum pactado, tipo escocés, cabe encauzar tanto la enorme tensión entre España y Cataluña como la existente entre catalanes. Intentar el cambio de vías, por las que circulan ahora los extremistas de derecha que viven de, por y para el choque del tren español con el catalán, es una necesidad urgente e imperiosa para las fuerzas progresistas españolas.

Esa es la única salida viable del laberinto catalán en el que se encuentran atrapados Sánchez e Iglesias.  Si no logran salir, se verán abocados  a vivir bajo la intermitencia del 155. O, lo que es lo mismo, a  unos estados de excepción sucesivos que harían casi imposible una política progresista. Si Cataluña costó tres guerras civiles (1640, 1714 y 1939) y unos ochenta años de estado de excepción en el siglo XIX, según Vicens Vives, ¿por qué no podría vivir otros tantos en el siglo XXI ? Ya advertía Marx que no cabía elegir ni el momento, ni las condiciones bajo las que se vive. No cabe, pues, traspapelar la hoja territorial de la agenda de la Historia para escoger la social. Sin resolver la primera, no hay resolución posible de la segunda.

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