El desconcierto

Rivera, el bucle separatista

Sorprende que sorprenda que Ciudadanos gobierne con Vox. No es Albert Rivera quien peca hoy de incoherencia sino quienes, desde las ilusiones, los progres, o desde los intereses, los círculos económicos, calculaban que iba a jugar el papel de cómodo estraportín del próximo gobierno Sánchez. De repente, descubren que lo que anunciaban, el fin de las tres derechas, no es así y los aplausos de ayer se convierten en gritos airados contra el pacto de Cs con Vox, como si su líder fuera menos involucionista que Abascal. De hecho, Rivera es el principal exponente del separatismo centralista que intenta lanzar al separatismo español hoy contra el separatismo catalán y mañana contra el vasco o navarro.

Es cierto que Rivera es mitad monje económico del Ibex, mitad soldado político del centralismo y que, por lo tanto, cabría esperar que fuera tan atento con una de sus mitades como con la otra. Pero, antes de compartir esa dualidad, desde que en 2015 el banquero Olliu le enviara a Madrid como el Podemos de derecha contra la emergencia de Podemos, llevaba nueve años largos combatiendo el catalanismo mucho antes incluso de que desembocara en soberanismo. No va a ser ahora mismo, en que ha estallado la grave crisis territorial del Estado español, cuando los intereses de la política económica de los de arriba vayan a predominar sobre la crisis de España. Hoy, como bien diría Vázquez Montalbán, la cuestión de Estado es el estado de la cuestión.

Si el Ibex plantea que lo urgente es el gobierno de la nación y luego ajustar las cuentas a los soberanistas catalanes, Rivera invierte el orden de los factores, afrontar primero la cuestión catalana antes de contribuir hoy a una fórmula gubernamental. Entre otras razones, porque calculan que es la vía mas corta para alcanzar, más pronto que tarde, la presidencia de Gobierno. Sin olvidar, por otra parte, que la mitad del PSOE, además de su base, enuncian por activa o por pasiva Con Rivera no y que la fracción escindida de Podemos, la que defendía los acuerdos con Ciudadanos desde febrero de 2016, ha fracasado estrepitosamente en su tentativa de intentar construir su propio partido. O sea, que Rivera ni lo desea, ni lo ve viable.

Eje de esa estrategia política es el relanzamiento del separatismo centralista contra los separatismos periféricos. Si el PdCat o Esquerra Republicana, el PNV o Bildu, son ahora lo que son por encarnar el nacionalismo catalán y vasco, ¿ por qué no hacer de  Ciudadanos la encarnación de la España centralista ? En realidad, se trata hoy de exportar el modelo de polarización catalán, al resto de los territorios españoles ajenos a Cataluña, Euskadi, Navarra e incluso a Galicia. O sea, un Estado español en permanente tensión donde unos territorios pugnaran contra otros territorios en un perfecto bucle separatista. Así cabría llegar a la Moncloa, tras haberse hecho con la dirección de las tres derechas, bien envuelto en la rojigualda.

Es una alternativa peligrosa, desde un punto de vista democrático, pero en absoluto nada descabellada. No hay más que observar como esa panoplia demagógica de Ciudadanos, sobre la unidad centralista de España, no solo influye sino que condiciona la política de pactos de Sánchez e Iglesias para poder comprobarlo. En Barcelona, con la  votación de Ada Colau; en Pamplona, con la abstención de los socialistas, y en el Congreso de los Diputados con la incertidumbre que rodea la investidura de Pedro Sánchez. La relativa aproximación que se había dado en tiempos recientes, entre la izquierda estatal y la nacionalista, se ha congelado cuando no retrocedido por el auge del separatismo centralista.

Se comprende el desconcierto de Botín y el periodismo abotinado, que Paul Nizan describía como el chien de garde. Pero no es la primera vez, ni será la última, en que un político elegido por el Olimpo antepone sus propios intereses a los de los dioses que le financiaron. Ni tampoco los llamados progresistas de Ciudadanos, a los que se apela a la rebelión desde todos los medios de comunicación de los consejos de administración. Ni Manuel Valls, ni Luis Garicano, ni Francisco Carreras representan poco más que a sí mismos. Luego, cortar este enredado bucle separatista corresponde hoy a las fuerzas progresistas encabezadas por Pedro Sánchez. O lo cortan drásticamente, desde un firme programa elaborado en común, o se verán envueltos por sus madejas involucionistas.

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