El desconcierto

¿Por qué Casado no puede abstenerse?

Como nadie ha picado en el espejismo de la Gran Coalición entre el PSOE y el PP, tras el rotundo desmentido de la Moncloa, ha sido sustituido por el cebo de la abstención de Pablo Casado en la investidura de Pedro Sánchez. Son los mismos los que denuncian un presunto pacto de los grandes partidos tanto en la primera hipótesis como en la segunda. De hecho, el plato de lentejas de hoy es como una mini coalición que reemplaza la gran coalición de ayer y cumple idéntica función. Se trata de un juicio de intenciones imposible de verificar antes del 10 de noviembre. Como el espejismo no cuela, a ver si ahora se tragan las lentejas los electores. Son Sánchez y Casado los obligados a probar su inocencia y no quienes los acusan sin prueba alguna.

Abascal e Iglesias coinciden en estas denuncias. Los de Vox sostienen que los populares se plantean ya la abstención en la investidura de Sánchez, los de Unidas Podemos sospechan que los socialistas van a aceptar la abstención del Partido Popular. Ni falta hace señalar que si así fuera, tanto en una acusación como en la otra, Vox multiplicaría su importante avance de otoño y Podemos frenaría su irresistible caída de primavera. Tanto que un psicoanalista diría que en el profundo inconsciente de ambos líderes subyace una irreprimible ansia de empujar a Sánchez y a Casado a un pacto político que resolvería los problemas de ascenso de Abascal y los de descenso de Iglesias.

Ni en la peor de las hipótesis de gobierno tras el 10 de noviembre, que pasaría por el reestreno de la crisis de los sillones destinada a impedir la formación de un gobierno progresista, podría llevar a que el PP y el PSOE pudieran pactar la abstención en la investidura de Sánchez. Sería pan duro para otoño y hambre de terceras urnas para la primavera. Ni la crisis territorial, ni la económica, ni la institucional lo permitirían. Sin un acuerdo programático es inviable que un presidente investido pueda gobernar. La realidad española nada tiene que ver con las conspiraciones tipo Borgen, ni el Estado de las Autonomías con Juego de Tronos. Ni Sánchez va a ningunear a la izquierda, ni Casado a la derecha.

Si el PSOE es la derecha ¿por qué se pierden en el laberinto de los sillones los que denuncian que tanto monta, monta tanto, Sánchez como Casado? Es esa contradicción la que explica que la Moncloa no quiera ninguna abstención del Partido Popular. Si el PP es como un socialismo descafeinado, ¿por qué Abascal cogobierna con Casado en Andalucía, Castilla-Leon, Murcia y Madrid?, es la gran interrogante que ralentiza la marcha victoriosa de Vox. Unos y otros tropiezan con la misma piedra. Fue fácil fagocitar a la Izquierda Unida de Cayo Lara, también lo es pinchar la burbuja de Ciudadanos de Rivera; no parece tan fácil, sin embargo, el sorpasso de Podemos al PSOE, y tampoco el de Vox al PP.

Ni Sánchez quiere, ni Casado puede. El partido hegemónico de la izquierda, que lo viene siendo desde la II República, con la excepción del PCE que lo fue bajo la dictadura de Franco, no parece lógico que quiera regalar el derecho de primogenitura por el plato de lentejas de Pablo Casado. Ni tampoco el partido hegemónico de la derecha, que lo es desde la transición, podría cocinar ahora las controvertidas lentejas, porque Vox acabaría arrasando la cocina del Partido Popular como ha arrasado por completo la de Ciudadanos. No sólo no se resolvería la cuestión de la gobernabilidad del Estado sino que se agravaría si los grandes partidos cayesen en la mala tentación de aceptar los chantajes políticos de los pequeños partidos.

Hoy por hoy no hay gobernabilidad posible sin un gobierno sólido apoyado desde un pacto progresista. Esta opción se concreta en la investidura de Pedro Sánchez. Cataluña es la prueba del nueve. Unicamente encauzando el conflicto catalán, sobre la base del diálogo, será posible despejar los serios problemas que se ciernen sobre la Constitución de 1978. Con la política de Casado, Rivera y Abascal se va directo a la involución autoritaria sino a la etapa preconstitucional que se produjo entre Franco y Suárez. Ahora que se celebra el 65 aniversario de la insurrección argelina, 1 de noviembre de 1954, no está de más el recordar que la IV República francesa se hundió por la incapacidad de los partidos políticos para hacer frente a la crisis del departamento argelino, equivalente a nuestras provincias, y que la democracia sólo sobrevivió por lo que el profesor Manuel Jiménez de Parga calificó como golpe de estado constitucional del general De Gaulle.

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