El desconcierto

Algo más que compañeros de viaje de Sánchez

No son más que dos los compañeros de viaje que Pedro Sánchez ha sumado a su gobierno, Arantxa González y José Luis Escrivá, pero son tan importantes como los cinco socios de Unidas Podemos o los quince aportados por el PSOE. Ambos técnicos, de una trayectoria profesional impecable, añadidos a la vicepresidenta primera Calviño, configuran el auténtico poder económico de  la Moncloa que enmarca, necesariamente, el pacto político que ha permitido el triunfo de la investidura de quien ya es el presidente del Gobierno. Es un cambio cualitativo decisivo, por cuanto cambia la percepción política del nuevo gabinete, en la  misma medida que corre hacia el centro la imagen de izquierda con el que fue proyectado.

Acierto político de Sánchez, porque amortigua los temores a una radicalización de la sociedad, los recelos ante el uso del Estado contra las grandes empresas y la llegada del chavismo podemita, tal y como el márketing de Pablo Casado ha intoxicado día sí y día también. En realidad, no han llegado los rojos; solo un puñado de progresistas sin  proyecto radical, aunque ciertamente hayan jugado antes a esa retórica y una parte de su electorado la reclame aún como una seña de identidad. Si se busca durar, porque durar sería la mayor victoria democrática frente a la actual involución de las tres derechas, parece lo más conveniente y oportuno no dar ni un solo paso que multiplique la incertidumbre por la revancha que sermonean  los púlpitos reaccionarios.

Arantxa González y José Luis Escrivá juegan ahora, salvando las distancias, el mismo papel que Miguel Boyer y Carlos Solchaga protagonizaron en el primer gobierno socialista de González . Con la ventaja añadida de que no pertenecen a la denostada beatiful people sino a una élite tecnocrática capaz de impedir que se corra el riesgo de entrar en el mercado como un elefante en una cacharrería. Es bien cierto, por otro lado, que en el Partido Socialista existen técnicos con  esa formación, aunque no con la independencia que les permita ser escuchados más allá de su electorado. Es el centro sociológico, son las clases medias -hoy abandonadas por un Partido Popular atraído por VOX- las que hay que sumar al gobierno de Sánchez.

No hay que olvidar, una triste casualidad. Este gobierno de Sánchez será el primero obligado a cumplir con la reforma del artículo 135 de la Constitución y las restricciones que lo acompañan.  Aunque bien sabe Bruselas, tras la que se agazapa la sombra oscura de Berlín, que Moncloa seguirá cumpliendo con el déficit, prefieren que la imagen de la intendencia aparezca protagonizada por el trío técnico Calviño, Escrivá y González. El intuitivo olfato político  de Pedro Sánchez le ha llevado, precisamente por ello, a programar una  inesperada cuarta vicepresidencia  y a incorporar al gobierno a  José Luis Escrivá y Arantxa González. No es el fiel e incondicional Pablo Iglesias, sino  Angela Merkel el auténtico motor de estos cambios no comunicados previamente a nadie.

Va a ser en el próximo debate sobre los Presupuestos donde se reflejará, sin duda alguna, la sólida unidad de los compañeros de viaje, de los socios y de los socialistas del gobierno de  Sánchez y pueda reeditarse,  tal vez, el apoyo parlamentario de la última sesión de investidura. Tan probable es que Lastra, Escrivá e Iglesias elaboren una  buena síntesis presupuestaria  como improbable, aunque no imposible,  que vaya a votarla Esquerra Republicana como no lo hizo en enero de 2019, obligando a nuevas elecciones. No es la aritmética sino la geometría política la principal incógnita de este inminente debate presupuestario. Ya lo advirtió Gabriel Rufián, sin Cataluña no hay presupuestos. Y sin Presupuestos se acaba la XIV Legislatura.

Sánchez empieza a desmontar el espantapájaros frentepopulista de Casado con ayuda del núcleo económico del Gobierno, que deja en ridículo la propaganda charlatana sobre los supuestos bolcheviques que acaban de aterrizar en la Moncloa. Sin embargo todavía no ha logrado encauzar la cuestión catalana agitada por el PP como único recurso para convocar  unas terceras elecciones. Ayer mismo, Carlos Lesmes pedía desde el Poder Judicial, que se niega a renovar desde hace unos dos años, el suplicatorio contra el eurodiputado Puigdemont quien, junto con  los  también presidentes Torra y  Torrent, hacía acto de presencia en el parlamento europeo. Ya puede darse prisa Sánchez en sentarse en la mesa de diálogo político sobre Cataluña. La duración de su gobierno depende de que las fuerzas democráticas, de aquí y de allá, sepan terminar con el clisé de la España rota como comienzan a hacerlo estos mismos días con el estereotipo de la España roja. Los dos eslóganes, por cierto, acuñados en la dictadura de Franco.

 

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