El desconcierto

¿ Adónde vamos por este camino?

Es la pregunta que se hizo Dolores Ibarruri tras conocer la formación del gobierno presidido por Largo Caballero en septiembre de 1936. Estaba yo en Paris, precisaba, cuando recibí la noticia en la embajada y no oculté mi sorpresa ni mi contrariedad: "¿adonde vamos por este camino?" La misma interrogante se estará probablemente planteando hoy Pedro Sánchez a la vista de cómo el  nefasto patriotismo de partido obstaculiza  el avance del patriotismo democrático anteponiendo criterios unilaterales a los generales sin los que no es viable nunca ningún plan de reconstrucción. Seguramente pensará lo que en febrero de aquel año anotaba en su diario Manuel Azaña: " Siempre he temido que volviéramos al Gobierno en malas condiciones. No pueden ser peores. ".

Basta señalar que tras la pandemia casi la  mitad de los 47 millones de ciudadanos españoles dependen del Estado para hacerse una idea de las devastadoras consecuencias sociales y económicas del coronavirus.  Los cien mil madrileños en las colas de hambre son una imagen terrible. Lo que plantea la urgente necesidad de reequilibrar de manera bastante sostenible y realista la sostenibilidad financiera de las Administraciones Públicas, a la vez que crear las condiciones para la generación de empleo. Este es el desafío al que tendrán que responder los casi medio centenar de diputados en la comisión parlamentaria que va a abordar la elaboración del programa de reconstrucción. No ha sido fácil ponerla en marcha, mucho menos lo va a ser la consecución de un buen acuerdo.

El fantasma de los hombres de negro, que ya le quitó el sueño a Rajoy, vuelve a quitárselo a Pedro Sánchez. No soplan hoy buenos vientos procedentes de Berlín. La sentencia del Tribunal Constitucional es todo un torpedo contra la frágil línea de flotación del Estado español en el peor momento y peores condiciones. Es probable que la Merkel pueda lograr reducir los intereses y dilatar el pago de la deuda, si es que consigue retorcer el pulso a los jueces alemanes que está por verse, pero abonarla habrá que abonarla. Esa imagen de un Zapatero genuflexo, el 12 de mayo de 2010, que provocó el hundimiento electoral del PSOE, es la que un hombre tenaz como el presidente del Gobierno se propone eludir. Han tenido que pasar seis años para que Sánchez lograra resucitarlo, con el "no es no a Rajoy".

Tras la espantada de Rufián, cuando más necesitaba el Gobierno el voto de Esquerra Republicana, llega ahora la "madrileñización "de la importante alcaldía de Badalona en que vuelve a ser alcalde Xavier García Albiol por la desunión de los progresistas. Una vez más, como ocurrió en el Ayuntamiento de Madrid con la lucha por los sillones entre las dos corrientes de la izquierda populista, el Partido Popular se beneficia de la rivalidad entre el PSC y Guanyem y se hace con la vara de mando en Badalona. Si únicamente fuera un problema concreto, no tendría mayor importancia; pero no es así, y no tardará mucho en reeditarse la lucha por las poltronas justo cuando más necesario que nunca es la unidad democrática.

Ahí está la estrategia funeraria de Aznar que vuelve a utilizar a los muertos por el coronavirus, como utilizó a las víctimas del GAL para  llegar a la Moncloa, los asesinatos de ETA para alcanzar la mayoría absoluta, y los de la matanza de Atocha del para aferrarse al poder. Afortunadamente, la derecha económica no parece estar por la radicalización del Partido Popular y alienta el giro que ha dado Inés Arrimadas a Ciudadanos. Pero esa batalla contra los extremos depende también mucho de lo que haga el Gobierno y la comisión que elabora el pacto de reconstrucción. Porque mientras Pedro Sánchez no tenga un programa -el pactado con Unidas Podemos lo ha destrozado el coronavirus-, no podrá contar con la confianza necesaria para gobernar.

El principal problema de Pedro Sánchez reside, por emplear la expresión vascuence utilizada por Aitor Esteban, en los txoriburus o los cabezas de chorlito que se dan tanto en la derecha como en la izquierda.  En la  lejana primavera de 1936 impidieron el acuerdo de Prieto con Azaña, que hubiera evitado la guerra civil, y en esta rara primavera de 2020 buscan impedir los nuevos pactos de la Moncloa, que podrían evitar la catástrofe social en otoño. Por ello los buitres políticos zancadillean todo paso hacia el acuerdo o trituran cualquier esbozo de un programa común de todos los partidos democráticos que sirva de brújula al Gobierno de Sánchez. Ante tanto txoriburus nada más pertinente que la lúcida pregunta de Dolores Ibarruri. ¿Adónde vamos por este camino?

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