El desconcierto

El abrazo necesario que no llega

Como si fuera un claro presagio  del clima envenenado creciente que va apoderándose gradualmente de la sociedad española, Juan Genovés se nos fue llevándose consigo El abrazo, su emblemática obra. El creciente ambiente enrarecido de odio es hoy mayor que ayer, pero es, seguramente, menor que mañana. Tan insoportable es que Antoni Puigverd, en uno de sus lúcidos comentarios de La Vanguardia, se planteaba el pasado lunes si el ADN de la guerra civil podría estar volviendo de la mano del coronavirus, a la vista de todo lo que viene ocurriendo progresivamente desde que la pandemia estalló en España. No sé si la leyenda de Caín lo ubica en territorio español, pero el cainismo está tan presente que podría ser cierto.

A la vista de lo que se puede leer en las redes sociales, de los gritos que se escuchan en las calles, de los vídeos que circulan, de las declaraciones de algunos políticos y de los escraches a diestro y siniestro, pareciera que estamos instalados en la primavera de 1936. Como si se buscara reeditar aquel abrazo imposible, el de Azaña con Prieto, que precedió el posterior fratricidio. No es casual que,  justo cuando la comisión parlamentaria sobre el pacto de la reconstrucción empieza a dar sus primeros pasos, se incrementen los decibelios de aquellos que persiguen su fracaso. Se trataría de envolver con una doble demagogia el esfuerzo político por conseguir un consenso sólido. Que el desacuerdo de la calle impida, obstaculice o rompa en mil pedazos un posible pacto.

Nada puede producir más inquietud social que la incapacidad de la clase política para combatir hoy la catástrofe del coronavirus y su inmediata sustitución por los demagogos que  predican el exterminio político del contrario. Pedro Sánchez y Pablo Casado dan la sensación de verse desbordados al no valorar bien ver el peligro real que supone el no cortar con la demagogia. Ocurre que tras el coronavirus, el Estado va a ser el eje económico social de España y, por lo tanto, encontrarse ahora en la Moncloa es más decisivo que nunca. Lo que provoca que la tensión política entre el Partido Socialista y el Partido Popular, que encabezan los bloques sociales de la derecha y la izquierda, se agudice.

Las recientes encuestas publicadas ayer, como otras hechas públicas con anterioridad, reiteran la existencia de las dos mitades que dividen hoy a la sociedad española. Tanto que Sánchez puede decir sin mentir que son buenas ante una crisis de la dimensión del coronavirus, como la oposición señalar igualmente sin faltar a la verdad que le son favorables por aumentar sus escaños tras dos meses de denuncias. Lo cierto es que tanto Pedro Sánchez como Pablo Casado saben que derecha e izquierda se necesitan mutuamente, si, como es de suponer, desean afrontar la reconstrucción nacional de la que hoy hablan. Lo cual sería imposible si una de las dos Españas, tal como decía Machado, helara el corazón de la otra.

Si el Tesoro pudiera ser financiado por el Banco de España y el ministerio de Hacienda decidiera la renta de las cuentas corrientes, ahorro e hipotecas, otra sería la copla, pero, como no lo es, si Sánchez y Casado no se abrazan lo pagaremos muy caro mañana. Al contrario de lo prescrito ante el coronavirus, donde se imponen dos metros de distancia social, en la política es vital el abrazo entre los dos grandes bloques sociales. En el momento  de tener que acudir al Banco Central Europeo, controlado por el Bundesbank, o muchísimo más al mercado de capitales, ninguno se puede permitir  el lujo del enfrentamiento social.  Si como afirma el profesor Juan Torres, el duo Merkel-Macron ofrece dos veces menos de lo que demanda Luis Garicano, tres veces menos de lo que solicita Sánchez y cuatro veces menos de lo que pide el mismo parlamento europeo, este fondo francoalemán puede acabar ayudando más al Norte que al Sur de Europa.

Precisamente por ello, cobra hoy especial relieve la propuesta de un nuevo contrato social formulado por Ana Botín desde el Banco Santander. Un firme aviso para navegantes de la derecha económica a la política. Efectivamente, llámese contrato, pacto o acuerdo, es la respuesta que hoy todos los agentes sociales exigen a derecha e izquierda. Ese abrazo urgente es la tarea clave de la comisión parlamentaria que, de lograrse, podría borrar todos los tuits, videos, declaraciones y sermones que predican el odio contra una u otra mitad de los españoles. Quienes agitan el árbol de la demagogia nunca son los mismos que los que recogen las nueces. Esperemos que también sea así tras la intensa negociación de este verano. Si no hay abrazo, echémonos a temblar, porque el viento de otoño va a soplar bastante fuerte sobre las carcomidas instituciones democráticas.

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