El desconcierto

Los cien días de Sánchez

No parece que la oposición vaya a dar al gobierno Sánchez los cien días de gracia que suelen acompañar casi siempre a los nuevos gobernantes; en cambio, la inmensa mayoría de la sociedad se los concede de entrada, a juzgar por los sondeos con los que ha sido recibido. De la noche a la mañana, el vuelco de las encuestas ha sido rotunda. El PSOE recupera la hegemonía en el centro izquierda hasta el punto de configurarse en indiscutible vencedor de las futuras urnas de 2019 y 2020. Ya nadie pregunta ¿dónde está Wally?, al referirse a Pedro Sánchez; por el contrario, saludan que se encuentre en la Moncloa. Expulsar a los indecentes del gobierno, tal como los calificó Sánchez en diciembre de 2015, se convirtió en una necesidad social tan acuciante, que explica el apoyo emocional y espontáneo que, a nivel de calle, tiene el nuevo gobierno socialista.

Pero el tiempo es implacable, y el macrojuicio contra los líderes soberanistas catalanes coincidirá con el final de estos cien días de gracia otorgados hoy por una gran mayoría social. Si para entonces Pedro Sánchez y Quim Torra han logrado ya encauzar el histórico conflicto catalán por la senda del diálogo, lo que no es nada fácil, se abrirán nuevas perspectivas para el recién constituido Consejo de Ministras. Entre las muchas tareas que ahora tienen que abordar, la cuestión nacional es, sin lugar a dudas, la que marcará el futuro del nuevo gobierno. Porque el problema no es exclusivamente Catalunya. Ahí está, para quien lo ignore, esa larga cadena humana soberanista que ha rodeado este fin de semana Euskadi, réplica de las que el procés ha puesto en marcha, en diferentes ocasiones, en territorio catalán.

La pregunta que nos hacemos es: ¿continuará toda la derecha, tanto PP como Ciudadanos, cabalgando el caballo blanco de Santiago? Cuestión que nos remite a otra fundamental: ¿se acelerará el choque de trenes entre el nacionalismo español y el catalán, o, por el contrario, echarán ambos mano del freno? La respuesta la tendremos el próximo mes de julio, tras la  celebración de los dos congresos previstos: el del Partido Popular, derecha española, y el del Partido Demócrata de Cataluña, derecha catalana. El actual tenso compás de espera, generado por el desconcierto tras la expulsión de Mariano Rajoy, previsiblemente terminará con la clausura de estas dos reuniones decisivas para un gobierno como el de Sánchez, firme partidario de la estrategia del diálogo.

Otra incognita a resolver a lo largo de estos cien días, es la postura política que tomará Albert Rivera, hoy malherido por la moción de censura. Puede inclinarse por abandonar la demagogia radical españolista y buscar de nuevo un perfil centrista, similar a aquel que vendía en los tiempos de aquel non nato gobierno Rivera-Sánchez; o, por el contrario, optar por relanzar a la fiel infantería, junto a las dos Brigadas Aranzadi y Brunete, contra los gobiernos de Catalunya y Euskadi. Difícil dilema para la esquizoide doble alma de Ciudadanos, tener que elegir entre el pensamiento de Jose Antonio Primo de Rivera, muy hostil a todo  nacionalismo que no sea el español, y el de Ana Botín, proclive a la necesidad imperiosa de seducir a los catalanes. ¿Qué podrá más, el instinto o la razón, el corazón o el bolsillo?

Como si tuviera pocos problemas, Pedro Sánchez se encuentra, además, cogido como un sandwich entre Merkel y Trump. Cuando tanto los Estados Unidos como Alemania vuelven a enfrentarse, progresivamente, en una dura e implacable lucha por la hegemonía de los mercados, la Moncloa se va a ver obligada a un difícil e inestable equilibrio, entre un Berlín que le condiciona en lo económico y un Washington que también lo hace con ese portaaviones natural que es la base de Rota. La condenada geopolítica es aquí y ahora, como siempre, un riesgo creciente. No hay más que echar mano de la historia. Sicilia estuvo  en un tris de alcanzar la independencia por la guerra fría, y Kosovo la tiene, pese a ser una provincia serbia, por la lucha de las grandes potencias, ese enfrentamiento continuo que hace que el siglo XXI se parezca cada vez más al XIX.

Con un gobierno tan tecnocrático, tan excelentemente tecnocrático, Pedro Sánchez va a tener que echar mano de toda su intuición para suplir el déficit político que caracteriza al gobierno que preside. En circunstancias normales, esta carencia no sería un problema, pero hay demasiadas incógnitas para que no lo sea. Veremos en otoño, cuando la tregua de los cien días finalice, qué se llevará el viento, la hoja del diálogo plurinacional o la hoja de ruta mononacional. Seguramente entonces sabremos si dispondrá de tiempo para convocar elecciones generales cuando lo estime oportuno, o si la realidad le obliga a plegar carteras antes de que acabe el año.

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