Otra economía

La “buena noticia” del empleo

Fernando Luengo

Profesor de Economía Aplicada en la Universidad Complutense y miembro del Círculo 3E (Energía, Ecología y Energía) de Podemos y de la asociación econoNuestra

 

La buena noticia es que la última entrega de la Encuesta de Población Activa (EPA), correspondiente al tercer trimestre del año en curso, revela que se ha generado empleo neto (diferencia entre puestos de trabajo creados y destruidos) y que, al mismo tiempo, se ha reducido el nivel de desempleo.

Estos son algunos de los datos aportados por la EPA. Con respecto al segundo trimestre, la población ocupada ha aumentado en 151000 personas,274000 en los últimos doce meses; la tasa de empleo se sitúa en el 45,44%, cuatro décimas más que en el segundo trimestre y ocho más que los registros alcanzados en el último año. También el número de trabajadores desocupadosse ha reducido; en 195200 personas este trimestre y en 515700 si se toma como referencia el tercero del año anterior, lo que supone que la tasa de desempleo ha transitado desde el 25,65% en ese momento hasta el 23,67%.

Para el Partido Popular, el gobierno y su presidente, siempre atentos a aprovechar (y a manipular) aquellos datos que pudieran legitimar sus políticas y mejorar sus expectativas electorales, claramente a la baja, la EPA, la última y las anteriores, confirman que nuestra economía camina hacia la recuperación y que en ese camino ya se está creando empleo.

Para no confundirnos ni confundir a nadie: en un país con más de cinco millones de personas que, queriendo trabajar, no encuentran un empleo, y con una tasa de desempleo que, junto a la griega, tiene el dudoso privilegio de encabezar el ranking europeo, no es baladí que las cifras de empleo y desempleo hayan mejorado. Otra cosa muy distinta es lanzar las campanas al vuelo, como hacen los populares, seguidos por las cúpulas patronales (¿o éstas van antes, marcando el camino?) y los responsables comunitarios. No es serio, ni riguroso, ni decente.

El desempleo en nuestro país ha alcanzado cotas históricas, nunca vistas desde la desaparición del franquismo. Y todavía estamos ahí, batiendo records. Además, no se puede pasar por alto que el desempleo real es muy superior al reflejado en las estadísticas. Añadamos a los datos oficiales las personas cansadas de buscar un empleo que no encuentran, las mujeres que han sido expulsadas del mercado de trabajo, los exiliados por razones económicas y el infraempleo, que ya no es patrimonio de los negocios sumergidos, sino que está instalado en la economía formal, haciéndolo suyo, sin pudor, las empresas y las administraciones públicas.

Vivimos en el reino de las paradojas y de las mentiras. Los que ahora venden en el mercado político y mediático (mercado oligopólico controlado en gran medida por la gran banca) los "éxitos" en materia de empleo son los mismos que han provocado, con sus políticas erróneas y sesgadas, en favor de las élites, la masiva destrucción de puestos de trabajo durante los años de crisis y una fractura social que nos sitúa entre las economías europeas más desiguales, compartiendo "liderazgo" en este caso con países como Letonia y Bulgaria.

Para contextualizar y relativizar la "buena noticia" esgrimida por los populares, proponemos al lector ponerse delante de la "bola de cristal". Supongamos, por un momento, que el desempleo se reduce al ritmo observado en el último año (2,58%, tasa sin desestacionalizar), sin que varíe la población activa. Pues bien, en ese escenario necesitaríamos cerca de 40 años para bajar de los dos millones de parados, lo que supondría una tasa de desempleo del 8,5%. Simplemente, inaceptable.

Tengamos en cuenta además que, por modesto que parezca, trabajar con este escenario en las condiciones actuales no es otra cosa que un brindis al sol. No sólo porque el crecimiento de las economías europeas no remonta el vuelo –algunas de las más importantes, Francia e Italia, coquetean con la recesión-; también por las debilidades estructurales de la nuestra –en materia tecnológica y energética, por ejemplo- por la compleja problemática de la industria bancaria, no resuelta a pesar de las toneladas de dinero público encauzadas hacia las grandes entidades, por el todavía alto apalancamiento de familias y empresas y por la espiral de endeudamiento de las administraciones públicas.

Para colmo de desvergüenza, la interpretación que el gobierno hace de los datos es, una vez más, tramposa. Es verdad que ha aumentado el volumen de ocupación, pero se nos oculta, o se pasa de puntillas, sobre el dato de que la mayor parte de los nuevos empleos son efímeros. De hecho, el número de asalariados con contrato temporal aumenta, en 122400, mientras que los que tienen un contrato indefinido se han reducido en 26700 personas. Se extiende así la precariedad, santo y seña de nuestro mercado laboral.

También es tramposa y falaz la afirmación de que el desempleo se está reduciendo, pues dicha reducción se alimenta en gran medida de la contracción de la población activa. Antes mencionaba a las mujeres que salen del mercado de trabajo –y que han retornado a su papel de cuidadoras- y a los jóvenes que, ante el sombrío y frustrante futuro que se les ofrece, han decidido hacer las maletas; también contribuye a maquillar los datos de desempleo que muchos emigrantes han vuelto a sus países de origen. La suma de todo ello reduce la población activa, con el resultado (estadístico) de que baja la tasa de desempleo. Nos gobierna un grupo de trileros y farsantes.

Como el objetivo, proclamado e incumplido, es crear empleo, poco o nada se dice sobre las condiciones en las que se desempeña el puesto de trabajo. Parecería que, a cambio de conseguir o mantener un empleo, siempre con la promesa de que la clave se encuentra en recuperar y consolidar el crecimiento, hay que aceptar unas condiciones que, digámoslo con claridad, están empeorando con carácter general, devolviéndonos a épocas que, quizá ingenuamente, creíamos superadas: reducción de los salarios nominales y reales, aumento del número de trabajadores pobres, alargamiento de la jornada laboral e intensificación de los ritmos de trabajo.

¡Vaya milonga nos han contado! Se nos ha dicho que con "disciplina" salarial (no para los altos directivos y ejecutivos, por supuesto) y aceptando trabajar más por menos, se dinamizaría el empleo (también se nos dijo que con la "austeridad" se abrirían de par en par las puertas del crecimiento). Al final, la realidad, desnuda de toda retórica, se ha impuesto; nos encontramos con que la destrucción de puestos de trabajo ha sido enorme y muy escasos los de nueva creación, al tiempo que se ha asistido a una continua degradación de las condiciones laborales.

Por todo ello necesitamos una verdadera terapia de choque laboral, social y productivo. No hay tiempo que perder, pues nos enfrentamos a una encrucijada de caminos y uno de los escenarios posibles es que las elites políticas y las oligarquías económicas consoliden este capitalismo confiscador que emerge con la crisis. Un plan de emergencia lanzado con fondos públicos, tanto estatales como comunitarios, que sitúe el trabajo, el empleo, la sostenibilidad, la cohesión social, la dignidad y la participación ciudadana en el eje mismo de su intervención. Aunque se deban fijar prioridades, pues no se pueden acometer todos a la vez ni con la misma intensidad, estos objetivos son indisociables, no se pueden trocear ni compartimentar. En el centro de una actuación estratégica de este perfil está, y no puede ser de otro modo, la redistribución de la renta y la riqueza. No sólo porque dicha redistribución será necesaria para movilizar recursos, sino porquela concentración del poder económico, que ya era enorme antes de que implosionara la crisis, se ha intensificado con la misma (necesitamos mucha información al respeto, pues es un terreno apenas explorado) y su maridaje con las elites políticas es incompatible con la democracia, y también con una salida de la crisis sostenible y solidaria.

 

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