Fuera de lugar

Poema sobre la rebelión de una Jovencita

 

ESTO OCURRIÓ

Una estudiante, una chica joven, en el pasillo del cuarto piso de su liceo,
sentada en el borde de una ventana abierta charlando con amigos
en un descanso entre clases;
pasa un profesor y le dice, ten cuidado, te puedes caer,
casi reprendiéndola en broma, te puedes caer,
y la joven, dieciocho, una niña casi, aunque ella no
piense así,
tan brillante como es, la primera de su clase, y hermosa, también, se lo dicen
a menudo,
le sonríe, y se inclina hacia la ventana abierta, que no estaría
abierta si fuera invierno,
si fuera invierno alguien la habría cerrado ya (¡Ciérrala!)
se inclina hacia la ventana, más y más, sonriendo, un poco más,
ocurre todo en menos tiempo que ahora, un instante realmente, y se deja
caer. Se deja caer.

Un impulso, un capricho, sin haberlo pensado antes, casi tampoco
en el momento de hacerlo...
No, más que un impulso, un capricho, la chica sabe bien lo que está haciendo,
la chica lo hace con sentido, quiere decir algo,
porque, se le ocurre justo en ese momento, sea hermosa o no, brillante
o no,

no se siente ella, no es la persona que es realmente, y el motivo, se da
cuenta de repente,
es que todo está demasiado premeditado en su mundo, demasiado
trazado previamente, demasiado planificado,
apenas hay personas auténticas ahí donde está, o si las hay, no es su caso, no
del todo,
un ser suplantado vive su propia vida, y al parecer cuando
piensa en ello,
sabe lo que está perdiendo: gracia, no premeditación sino gracia,
una forma espontánea de estar en el mundo, con gracia.

El peso del mundo sobre mí.
El peso de este yo que adornaba el mundo sin ser de verdad él mismo.
El peso de este yo que llevo a cuestas,
la liberación de todo eso es lo que deseo y lo que obtengo.
Y la chica recuerda, en ese instante infinito que le devuelve tantos otros
instantes,
el dolor que sintió una vez, sin apenas ser consciente de ello, sólo por habitarse
a sí misma.
Sí, la chica se tira, una caída absurda, baja a la tierra con el impulso de atraer
hacia sí todo ese tipo de caídas,
debe entender que es absurdo, aunque la chica cayendo no sea mi yo,
o aunque lo sea, pero un yo que tomo de mi propia volición hacia mí mismo.
Para siempre. Con gracia. Esto ocurrió.

C. K. Williams. EL CANTO. Edición bilingüe. Traducción de Jaime Priede. Bartleby Editores, Madrid, 2008.

 

 

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