Solución Salina

Jet lag

Desde que Chiang Kai-shek puso un pie en Taiwán tras caer derrotado ante las tropas comunistas de Mao Zedong, siempre pensó en volver a la China continental. El líder del Kuomitang sufría de jet lag, un desequilibrio que ni su propia muerte consiguió arreglar; y, así, todavía hoy su cuerpo reside en una tumba provisional, a la espera de ser enterrado como es debido en Xikou, su pueblo natal, al otro lado del charco, como él quería. A veces, la morriña es tan terca que no duda en volar al más allá en business, al igual que los europarlamentarios.

Como él, un millón y medio de chinos nacionalistas llegados a la fermosa isla de Formosa a partir de 1949 siguieron anidando el feliz retorno añorado por su líder, que pretendía reorganizar a los suyos para concederse la revancha y posterior victoria en un segundo asalto que, ahora ya lo sabemos, nunca llegó. Esa sensación de estar en tránsito, tan surrealista como el tiempo que marcan las agujas de un reloj derretido, a lo Jean Rochefort en Tombés du ciel, la padecieron también los taiwaneses de última hornada (antes, el obrador insular ya había dado forma a japoneses, españoles, holandeses, más chinos y, en origen, malayo-polinesios).

No lo sabemos por sus camposantos, sino por las fincas de los vivos: Taipei, capital de la República de China –la otra, para no liarnos, es la Popular–, está sembrada de una arquitectura propia del desarrollismo español de los sesenta, encarnada en esos edificios populares, feos y, con los años, venidos a menos, cuales casas baratas. Lo mismo: no eran para quedarse: son hogares transitorios.

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En Galicia, sin embargo, se construyen para toda la vida, pero eso no quita que el recebo brille con arenisca propia, no vaya a ser que el barniz y la pintura desmerezcan el Exin Castillos. Porque los gallegos, además del feísmo, también arrastramos un jet lag del carallo, para que negarlo. Así, cuando el bipartito, desacostumbrados a la nueva fase horaria, nos empeñamos en ponerlo a caldo, casi siempre con razón, aunque ahora eso es lo de menos.

Yo creo que, más que el pueblo, valga la redundancia, popular, quien sufre verdaderamente de desequilibrios temporales es la plebe progresista, que entonces siguió actuando al compás de su reloj interno pese a los cambios en el exterior, criticando al Gobierno amigo como si fuese opositor, quiero decir, el anterior. Tal vez tenga cura, pero tendrán que pasar muchos años, los suficientes para darnos cuenta de que puede gobernar un partido diferente, alternativo al de siempre, pero también es mala suerte que un día sucediese y siguiésemos pensando que era el otro, o sea, éste.

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No hace falta ser taiwanés o gallego para ir por la vida con el paso cambiado, y pienso en Zapatero, pero me lo dejo pa luego. Sobre el jet lag, mejor dicho, sobre la resaca inmobiliaria, nos llegan buenas noticias del presidente taiwanés, Ma Ying-jeou, quien ha dejado claro que apoya el impuesto de lujo contra la especulación urbanística, una tasa que podría imponerse, si finalmente es aprobada por el Parlamento, sobre las ventas de pisos que no sean la residencia de sus propietarios. Un 15% si se vende en el plazo de un año tras la compra y un 10% si la transacción se produce antes de dos.

Si los taiwaneses, sumidos en su particular burbuja, han tenido que volar hasta un alfiler remoto para tratar de reventarla, no quiero imaginarme cuántas Keli Finder harían falta para trotar a bordo de las sin pares zapatillas hasta alcanzar la pompa de tres pares de cojones en la que estamos metidos, que parecemos los malos de Superman, encerrados en un espejismo que da vueltas por el espacio exterior, allí donde flotaban Touriño y Quintana en plan tiro al plato, y bien que les dieron, o les dimos. Los gobernantes, aquí, en Taiwán, están un poco empanados, cosa del jet lag, ya digo, pero a nuestros estadistas les cabe la empanada en la cabeza, y así nos va.

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Otro ejemplo de lo mal que se pasa con la descompensación horaria: ¿Está Ma viviendo en las nubes de la economía?, se pregunta un político de la oposición en el Taiwan Times, aunque yo me cuestiono, porque mola más, si el presidente está en la inopia y no allá arriba. ¿El motivo? Decir que el pasado ejercicio se produjo el mayor crecimiento de los últimos 63 años, lo que deriva en una sucesión de tantos por ciento que vienen a demostrar –según Lin Cho-shui, que así se llama el ex parlamentario del Partido Demócrata Progresista que firma la columna– que antaño el país fue más pujante.

Es lo de menos, porque en 2010 Taiwán creció un 10,82%, así que poco importa, por poner un caso, el 13,49% de 1978. Descompensación, en este caso, anual. Un simple despiste lo tiene cualquiera, y más si está influenciado por una alteración del sueño: el que podría alambicar en breves instantes, cuando se vaya a la piltra, Zapatero: dos cifras de crecimiento, toma Moreno, antes de dejar la casa.

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En fin, quien tiene desvariados los ritmos circadianos soy yo, que me echo a dormir cuando los críos salen del cole y me da por discurrir que Gong Li, tras aterrizar en loor y olor de multitudes en el aeropuerto de Taipei con su flamante pasaporte taiwanés luciendo en el canalillo, llega a mi hotel con ganas de descansar después de tan honorable pero agotador recibimiento. Con tal mala fortuna que se equivoca de puerta y la mía, guieiriña, se deja abrir de par en par.

- Pero Gong... ¿qué haces aquí?

- Mi nombre es Li, no Gong.

- Eso mismo estaba pensando yo. Pero pasa, pasa...

La chicharra suena justo a tiempo de cenar en el comedor de abajo y, para cambiar el sueño, me echo a caminar rumbo al mercado nocturno de Shilin. A la vuelta, tendré que escribir esto, preparar la maleta y contar dos horas más hasta la nueva realidad. Sin Gong.

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