Solución Salina

Mamá, yo de mayor quiero ser Manuel Jabois

He metido a Jabois en una caja y me lo he llevado a Lavapiés, que es un barrio madrileño al que siempre se vuelve. Amortajado entre Julio Camba y Montero Glez, le di boleta para el penúltimo viaje, pues uno espera que el goce resucite al tercer libro. Y si no, siempre nos queda exhumar Irse a Madrid para alternar la risa con el llanto, que es un poco el efecto de leer la prosa fluida, sutilmente adjetivada y visionariamente precoz de un autor que cuando se aventura a salir del pueblo lo hace invariablemente con billete de vuelta.

Empaquetado lo tengo en mi nueva casa, porque uno, cuando se muda, procura poner a buen recaudo lo antes posible a las mujeres y los niños, que vienen siendo los libros y los discos del naufragio arrendatario, la mayor tragedia doméstica después de la inundación y el incendio: la mudanza. Yo prefiero que me refresque él a que el ventilador no se canse de remover el mismo aire, por eso dejo el Taurus y los demás trastos paluego. Porque Manuel Jabois (Sanxenxo, 1978), cuando escribe, parece que lo hace por primera vez; y me temo que si antes la chavalada quería juntar letras en plan Umbral, ahora querrá hacerlo como el pontevedrés. Otra cosa es lo que les salga, ebrios de Bukowski o Burroughs, como cuando un mal pajote rogado o una borrachera de Malibú con piña te daban para garabatear el folio, y así.

De Paco salió un Gistau y de Jabois saldrá la bicha, porque algún pacto habrá cerrado —con la llave por dentro— para propagar su verbo por periódicos y blogs, que un día se nos muere de un pasote y tendremos obra póstuma para talar media Noruega. Que quién es Jabois, se pregunta el que entra a tientas en la sala de cine y zigzaguea a ras de platea cuando Ramón Sampedro se toma el chupito. En un país normal, Manuel Jabois sería el mejor columnista de su generación, con permiso de Antonio Lucas, a quien le cabe la poesía en una columna (barroca).

Lo bueno del gallego es que él pasaba por allí. Aunque el yo parece que manda, el periodista del Diario de Pontevedra pasa revista en sus columnas a las terceras personas, nada secundarias. Es, en realidad, un espectador que observa desde la distancia el coso de la vida. Un aficionado, pero del tendido siete: un entendido, que no un enterado, vamos. Si quieren saber de qué va la cosa, compren Irse a Madrid y léanlo, de qué vale robarle las coñas e ilustrar un texto ajeno con una anécdota de las suyas con la excusa de reseñar la obra.

Yo no sé si Jabois miente, exagera o adorna, pero me trae sin cuidado, más que nada porque su mérito consiste en narrar la existencia sujeto a una pluma, que es el mástil de su vida, sin temor a que sople el tedio. Así, logra convertir lo que podría ser la anodina supervivencia en una ciudad de provincias, valga el lugar común, en una odisea protagonizada por un antihéroe calamidad y pichabrava con querencia por la priva, las minas y la merca. Encima, el cabrón es un tío guapo y atractivo —las dos cosas, no como Gainsbourg—, y lo sabe. Material.

En fin, yo digo que Jabois no tiene que venirse a Madrid, sino que es Madrid quien debería irse a Jabois. Entonces saldrá un director de periódico nacional diciendo en una tertulia de radio que él fue su descubridor, ya. Luego yo, imagino, me haré el esnob para matizar que me gustaba más el Jabois de los primeros discos, digo libros. Y los forraré con la portada del Cuore para poder leerlos en el Metro sin que nadie se entrometa entre sus páginas y mi placer, no vaya a ser.

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