Tentativa de inventario

La ciudad y sus límites

La ciudad y sus límites

Paseo por la ciudad cerrada sin ver la valla, el muro o el coche patrulla que la precinta pero con la certeza de que está ahí, de que Madrid, o España dentro de España como prefiere IDA, está clausurada hasta nuevo aviso. Leo un urgente en el móvil que dice que la OMS no sabe lo que está ocurriendo en nuestro país, pienso que tampoco lo debe de saber el madrileño de a pie, ese que amanece cada día en las profundidades de una matrioshka rojigualda, encerrado en una España diminuta contenida en otra un poco más grande, como un agujero negro de españolidad, lo cual −como diría aquel− no es cosa menor.

El caso es que los límites de la ciudad no siempre los dicta el Ministerio. Hay veces que la ciudad, por cuenta propia, se te achica sin remedio, sobre todo a fin de mes. La ciudad mengua para algunos y se ensancha para otros. Se hace la interesante también, hay días que ni saluda; te despierta a oscuras y se despide a oscuras. Por no hablar de cuando se vuelve tan previsible y gris como un trayecto de metro al curro, con cada bache y cada curva sellados en el cerebro. La ciudad aprieta a veces, tanto que incluso deja marca, y si te quejas viene un fulano provisto de palitroque y te recuerda en la zona lumbar el trozo de ciudad al que perteneces. Y así no se te olvida. Porque el límite es un tema serio.

Yo lo del límite lo llevo a fuego, y como soy muy de andar, a veces camino hasta el límite y me vuelvo. Otras me quedo un rato ahí parado y sondeo la movida. Incluso en ocasiones, gallardo que es uno, deslizo el pinrel con disimulo sobre la línea fronteriza. Fantaseo, en el mismo límite, con cómo sería vivir en la parte creciente y no en la menguante, sin temor a que la ciudad un día me acorrale y degluta como lleva un tiempo intentando. Ya lo veo publicado: Joven profesional del periodismo muere engullido por la ciudad que habitaba. Y a modo de subtítulo: No se pudo hacer nada por reanimarlo. Cuando los sanitarios llegaron al cuchitril que arrendaba, el finado ya había sido pasto de los límites. Carecía de segunda residencia en la sierra.

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