Tentativa de inventario

El vaho y la movida

El vaho y la movida

La comunidad miope no atraviesa su mejor momento. Una bruma portátil nos persigue allá donde vamos, emerge por entre los pliegues de la mascarilla y tiñe de fantasía nuestras sufridas dioptrías. Como cuando en las series difuminaban los bordes de la imagen cada vez que el protagonista se entregaba a ensoñaciones diversas. La vida es sueño para el miope tras cada hálito. Ya puede ser usted un tipo cabal y hacer gala de una cierta rectitud moral, que si lleva gafas y tiene por costumbre respirar con asiduidad nadie podrá privarle de esa sensación de levedad a pie de calle. Un soñador que a duras penas distingue su propio sueño, pero soñador a fin de cuentas. Porque la nitidez, al menos en asuntos oníricos, está sobrevalorada.

Lo impreciso le da empaque al sueño. Su porte borroso es, de hecho, lo que le distingue de la realidad. Una realidad perimetrada hasta nuevo aviso por la que confluyen miopes de toda índole empeñados en difuminar lo que sus pobres lentes les reportan de lo real. En mi caso esta mañana se me emborronó la panadera cuando fui a pedir la chapata correspondiente, tampoco pude saludar a la farmacéutica con el entusiasmo habitual porque su figura se esfumó tras la bruma. Quise, sin éxito, emborronar la presencia de un concejal de Podemos caminando a lo lejos y que, blandiendo tremenda mortadela, amenazaba con una turra que, en efecto, me fue adjudicada a la altura de Tirso.

Ojalá un hacedor de vahos ejecutable por medio de un leve movimiento de cornea. Ojalá opacar lo que acontece cuando vienen mal dadas sin por ello padecer de cataratas. Ojalá poder tornar vaporosa la realidad con fines recreativos sin opiáceos de por medio. Entretanto, cada suspiro del miope estará sujeto a una hipotética bruma, una bruma que es verdadera y breve, como lo es la vida que algún día soñamos y que ahora apenas intuimos tras esa niebla. Como cuando escribíamos con el dedo en el cristal empañado nombres importantes, corazones improbables, averías mentales. El vaho oficiaba el milagro caligráfico, pero era un milagro breve, demasiado breve, hasta que alguien abría la puerta del baño.

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