Principio de incertidumbre

Por qué no habrá cuchillos podemitas en Vistalegre II

Se está exagerando un poco con el nivel de conflictividad que pueda darse dentro de Vistalegre II este fin de semana. Será tan pacífico que no haría falta ni un detector de metales en la puerta de entrada, pues las espaldas están ya atiborradas de cuchillos. Si a este Vistalegre no vas apuñalado ya de casa es que no eres nadie, ni nadie tendrá interés en borrarte la sonrisa de un país mientras pasas, despistado, por algún pasillo oscuro.

El drama podemita de Vistalegre ha resultado ser un proceso de bajos fondos. Ni núcleo irradiador, ni asaltar los cielos, ni pegatinas de Gramsci ni fábrica de amor. La radiante ilusión del cambio ha quedado reducida a una sucia lucha de poder que ni dentro ni fuera de Podemos se entiende.

Podemos realizó lo más difícil para un partido de su perfil. Más de cinco millones de votos, organización, iniciativa, temblor de piernas en la casta, fiebre mediática y la sensación de poder gobernar en algún momento.

Y, ahora, sencillamente, está haciendo lo fácil: desmontar todo eso para disputarse los despojos. El olor a napalm por la mañana tan tradicional entre la izquierda de ayer y de hoy.

De haber sabido  que para destruirlos sólo había que dejarles pelearse por la piruleta, el establishment nos hubiese ahorrado esos másteres sobre Venezuela, la Tuerka, Hispan TV, financiaciones archivadas y los bajos fondos de las camisas de cuadros de Alcampo. Eso, amigos, fue un fiestón innecesario.

Porque la realidad es que nadie entiende muy bien la disputa, cuáles son las diferencias de fondo entre los dos principales proyectos. Unos quieren llegar con la coleta a todas las capas sociales para recuperar el proyecto original, y otros, con cara de buenos, recuperar la coleta del proyecto original y ser transversales para llegar a todas las capas populares.  Y, claro, así, sin nada en común, no hay quien llegue a acuerdo alguno.

Para entender lo que está pasando en Podemos debemos quedarnos con la idea, una vez más, de que estamos ante la disputa más antigua del mundo progre: arrogancias intelectuales luchando a brazo partido por los detalles más nimios y los cargos orgánicos más jugosos.

Ni en la Universidad Rey Juan Carlos hay guerra de profesores más cruenta que la que nos ha dejado Iglesias y Errejón.

Nos hemos enterado de que Madrid es la Siberia pablista, donde se ofrecía un exilio impío a Errejón en el ayuntamiento, un lugar donde te puedes encontrar en cualquier pasillo a los caminantes blancos de Esperanza Aguirre con los ojos vueltos.

Y también sabemos ahora que había grupos de Telegram errejonitas, donde se planificaban dimisiones y un jaque mate pastor a Iglesias (La Vanguardia y Huffington Post). Susurros digitales que acabaron con la cabeza de Sergio Pascual en estricta transversalidad respecto a su propio cuerpo.

Y, sí, también que había "camarillas" en torno a Iglesias y Errejón. Papistas del qué hay de lo mío dándole duro al piolet.

Pero las cartas están ya echadas. No caben más odios ni sobreactuaciones. Y el domingo sabremos quién se ha dejado qué en la gatera; si hay pelos de coleta o gafas angelicales.

Atentos estarán el establishment, la gestora socialista y los sanchistas, los derechistas, los riverianos, pantuflos y editorialistas, y, cómo no, la izquierda brontosauria que pasea ahora por 13TV: todos con sus palomitas recien hechas. Los podemitas molestaron a demasiada gente con la vida resuelta. Cómo no darse ahora un gustazo de tele, sofá y mantita viendo el estropicio. Eso sí que es transversalidad.

Pero el lunes seguirá habiendo más de cinco millones de votantes resacosos por una fabulosa borrachera que ellos no se pillaron. Recomiendo a los dirigentes de Podemos no gritar mucho. Estarán todos de un pésimo humor y esperando, ellos sí con el cuchillo entre los dientes, un poco de sentido común que arregle el desaguisado y los devuelva al primer Vistalegre. A la edad de la inocencia.

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