Sombreros de colores

Azote de la pseudociencia, de la ocultación de farmacéuticas, de remedios alternativos y dietas milagrosas.

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Leía hace unos años sobre  Ben Goldacre, médico que trabaja para la sanidad pública británica, psiquiatra formado en Oxford, especialmente empeñado en desenmascarar todo tipo de farsantes escondidos en el terreno de la ciencia y sus aledaños, ( inventos milagrosos, descubrimientos espeluznantes, demostraciones de que el café salva y provoca cáncer a la vez...) y muy conocido en el Reino Unido, por su columna semanal los sábados en el Guardian ( Bad Science). Él se ha convertido en el azote más temido por la 'pseudociencia', los remedios alternativos y las dietas milagrosas.
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Y publica ahora en España Mala farma (Paidós). En él denuncia que algunos ensayos clínicos de nuevos fármacos se manipulan para exagerar sus efectos positivos y minimizar los negativos. Para Goldacre, dice @sminue, el mayor problema ético al que se enfrenta la medicina hoy en día , es el escamoteo  de los estudios con resultados negativos. En su opinión, es cuatro veces más probable que tengan resultados positivos los ensayos financiados por la industria farmacéutica que los financiados por entidades independientes, aunque la calidad de los ensayos de aquellos suele ser sensiblemente mejor. Y afirma que algunos laboratorios lanzan incluso al mercado medicamentos cuya eficacia no está demostrada. La repercusión del libro ha sido inmediata en el mundo anglosajón y ha propiciado una campaña por la transparencia. El objetivo: que se publiquen todos los ensayos clínicos de los medicamentos y no solo los que arrojan resultados positivos, como hoy.
Una entrevista ha salido hace nos días en XLSemanal de la que hemos sonscado lo siguiente

Argumenta usted en su libro que las farmacéuticas no son transparentes, ¿cómo es posible?

Ben Goldacre. Porque es un engaño consentido por médicos, académicos y las agencias gubernamentales encargadas de supervisar el lanzamiento de los nuevos fármacos. Nos gusta creer que la medicina está basada en evidencias científicas, objetivas e imparciales. Pero no siempre es así. A veces, esas pruebas están manipuladas.

¿Pero cómo se puede amañar el test de un medicamento?

B.G. Muy fácil: esas pruebas no son independientes; las llevan a cabo los que los fabrican. Son ensayos diseñados para que salgan bien. El número de participantes es reducido y poco representativo. Si un estudio clínico está financiado por la industria, lo más probable es que se obtengan resultados positivos. Es de cajón.

 Sus acusaciones son muy duras. ¿Tiene pruebas?

B.G. Le puedo poner muchos ejemplos. Unos investigadores examinaron todos los estudios clínicos publicados sobre cierta estatina. Las estatinas son fármacos reductores del colesterol. Pues bien, los estudios clínicos financiados por la industria arrojaban una probabilidad veinte veces mayor de dar resultados favorables al fármaco.

¿Y qué pasa si, pese a todo, los resultados no les son favorables?

B.G. Entonces no se publican. Otro ejemplo: la reboxetina es un antidepresivo que yo mismo he recetado. Pero en 2010 otro grupo de investigadores reunió los ensayos clínicos del fármaco, que consistían en comparar la reboxetina con un placebo. De siete ensayos, solo uno daba un resultado positivo. Fue el que se publicó. Los otros seis llegaban a la conclusión de que la reboxetina no era mejor que un terrón de azúcar. No se publicaron.

¿Es una práctica generalizada?

B.G. Sí. La mitad de los estudios nunca se publican. No lo digo yo. Son datos del NHS [la sanidad pública británica]. Para no pillarse los dedos, las farmacéuticas utilizan las 'cláusulas mordaza': se reservan el derecho a ocultar datos si no les gustan. Y obligan con frecuencia a los investigadores y a los pacientes que participan en los ensayos a suscribir contratos que les permiten retener esos datos.

¿Y cómo es que ustedes, los médicos, no están escandalizados?

B.G. Los médicos conocemos el problema desde hace treinta años, pero hemos hecho la vista gorda porque sucumben al marketing. Las empresas farmacéuticas gastan en la comercialización y publicidad de un nuevo fármaco el doble que en investigación y desarrollo. Los laboratorios quieren que el médico recete su medicamento. Les envían a los visitadores médicos, les ofrecen regalos y viajes. Les pagan también la formación para que reciclen sus conocimientos: congresos, seminarios... También dan dinero a las asociaciones de pacientes. Y negocian con revistas académicas para que publiquen los estudios que ellos han patrocinado a cambio de ingresos por publicidad. Algunas revistas son incluso propiedad de las farmacéuticas.

Perdóneme, pero hay unas normas que cumplir y se supone que son estrictas...

B.G. En la práctica, solo se exige demostrar que el fármaco es mejor que nada, pese a que existan ya en el mercado tratamientos muy eficaces. Además, se ocultan los datos sobre los efectos secundarios. Otro caso: la rosiglitazona era un nuevo fármaco para la diabetes comercializado en 1999. Pero desde el principio dio problemas por los efectos secundarios. Aquel año, un médico de la Universidad de Carolina del Norte mencionó un aumento del riesgo de afecciones cardiacas. El fabricante intentó cerrarle la boca. En 2007, el Senado estadounidense calificó de intimidación el trato recibido por ese médico. En 2010, el fármaco fue retirado o restringido en todo el mundo. Nada menos que una década después de conocerse que causaba problemas.

XL. ¿Por qué esa lentitud?

B.G. Porque hay una puerta giratoria entre el personal de las entidades reguladoras de los gobiernos y las farmacéuticas. Los organismos reguladores están subvencionados por la industria farmacéutica, tanto en Europa como en Estados Unidos. Estamos hablando de una industria que mueve 500.000 millones de euros al año.

XL. Una industria donde también habrá mucha gente honrada.

B.G. Por supuesto. Las empresas farmacéuticas han logrado en los últimos cincuenta años innovaciones extraordinarias que han salvado muchas vidas. En el pasado, los progresos médicos se caracterizaban por las curas milagrosas. Se descubrían medicamentos como los antibióticos o la insulina, que suponían saltos de gigante. Hoy, los avances son más modestos. Y hay que calibrar muy bien la balanza entre beneficios y riesgos porque es mucho más fácil que haya esa manipulación. El problema no es la gente que trabaja en los laboratorios, sino que el sistema está viciado.

Goldacre vislumbra que el papel futuro de los médicos será el de asesores personales en temas de salud y vida saludable. «Vivimos una auténtica explosión en la variedad de tratamientos y en la información médica disponible. A los médicos nos va a tocar ser una especie de personal shoppers: expertos que están al día, que filtran toda esa información, que discuten con los pacientes sobre los pros y los contras y los ayudan a tomar la mejor decisión teniendo en cuenta beneficios y riesgos».Y termina diciendo: «Soy intolerante con los charlatanes, sean de la especie que sean. Pretenden ser diferentes de la industria farmacéutica, pero ellos también usan mal la evidencia de los experimentos y eligen a su antojo solo los resultados que les interesan».

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Dos artículos que han tratado este tema son @rcofinof en su salud comunitaria y @sminue en su gerente de mediado a raíz de la conferencia de @psimoneasp. Reflexiones a tener en cuenta para exigir trasparencia y ciencia.

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