Entre leones

Un tiro al aire

En 8 apellidos vascos, una película para reírse sin parar si uno quiere y si uno no quiere, los protagonistas se enzarzan en el arranque en una pelea en un bareto de Sevilla repleta de tópicos y sambenitos sobre los andaluces y los vascos. Vamos, hasta Aznar, tan serio, tan adusto, tan ‘malage’, se ha tenido que carcajear. Finalmente, la cinta en sí es la superación de una visión paleolítica española a favor de una historia de amor cómica en la España actual, con Los del Río poniéndoles la banda sonora en un acto final algo rococó. Pero eso debe ser porque soy de Cádiz.

Sin embargo, aunque sean tópicos, esa imagen del andaluz graciosillo, vago, mediopensionista, meapilas, forofo, indolente y algo ignorante te deja un sabor agridulce que te hace pensar un ratito. Quizá sin ese perfil de andaluz la peli no hubiera tenido el recorrido cómico que tiene y, seguramente, no sería ahora la más vista del cine español. Pero jode un poquito que finalmente el andaluz represente de nuevo un rol similar al de los Álvarez Quintero. Es verdad que, en este caso, no aparece ninguna chacha, especialidad andaluza por antonomasia en muchas producciones patrias, y no es menos cierto que resulta muy terapéutico reírse de uno mismo. Pero jode igualmente.

Aunque lo andaluz es lo más relevante de las señas de identidad españolas, allende de Despeñaperros no se acaban de enterar y quieren que los andaluces interpretemos en cualquier acto social un papel similar al que borda Dani Rovira. Hasta en los funerales...

Yo lo llevo mal y me muestro muy combativo. Por ejemplo, me cabreo mucho con todos aquellos que mantienen que los andaluces hablamos mal el español. Les rebato con Lázaro Carreter y la importancia que otorga al andaluz –también al canario y al hispanoamericano- en la conformación del castellano como lengua viva. Refuto hasta que alguien me pregunta por qué no hay periodistas que hablen con acento andaluz en los informativos de las radios o las televisiones de ámbito nacional.  Justo ahí, con un puntito de indignación porque me quedo sin argumentos, cito la pléyade de ilustres escritores, pintores, músicos y pensadores andaluces -Lorca, Picasso, Antonio Machado, Alberti, Bécquer, Aleixandre, Falla, Velázquez, Murillo, Juan Ramón Jiménez, Caballero Bonald, Francisco Ayala y María Zambrano-, esgrimo la Alhambra y la Mezquita, recuerdo a Camarón y Paco de Lucía, recito las recetas básicas del gazpacho y el puchero como si fueran bocattis de cardinali y recorro las playas de Cádiz con atardeceres para tocarles las palmas. Y apabullo, sobre todo apabullo, con toda la belleza, el arte y el talento al alcance de mi memoria hasta que me quedo sin pista de aterrizaje.

Pero lo que peor llevo es desmontar el topicazo de la indolencia andaluza.  El otro día, un socotroco de tomo y lomo se empeñó en hacerme ver que la fama de vagos de los andaluces era más que merecida. Después de aguantarle carros y carretones, le pregunté en un acto de puro pragmatismo: "¿Tú crees que Sergio Ramos es un vago? Sin dejarle contestar, le recordé los goles de cabeza ante el Bayern de Munich como si fuera un locutor de Carrusel Deportivo. Modric lanza desde el córner y Ramos marca de cabeza. ¡Goooooool! 0-1. Di María centra desde la derecha, peina Pepe y  Ramos vuelve a marcar de cabeza. ¡Goooooool! 0-2. ¡Viva Camas, viva Sevilla, viva Andalucía!" El gachó, madridista confeso –yo también lo soy pero sin llegar a ser carajote- y español de aguilucho en la pulsera, esbozó una sonrisa, pero no dijo ni pío, como si negar a Ramos fuera un pecado mortal (ahí estábamos de acuerdo). Entonces, sin cortarme un pelo, le expliqué, marcando los tiempos de un fandango, que el mismo corazón que le pone Ramos a lo suyo, se lo ponen 9 millones de andaluces que se levantan todas las mañanas para trabajar o para  buscar trabajo, dispuestos a enterrar esa leyenda negra de mierda a base de huevos, ovarios, inteligencia, talento, determinación, esfuerzo, ternura, caricias, risas, fracasos, sangre, sudor y lágrimas. Como lo vi muy inflamado, y antes de que me replicara con el Cara al Sol, me arranqué hacia él y, sin pensarlo dos veces, lo paré en seco con un Un tiro al aire, de Camarón: "Tirititrán trán trán, tirititrán trán trán, tirititrán trán trán trán..."

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