Entre leones

Cuchara y paso atrás

Las encuestas publicadas durante toda la campaña electoral vaticinan una bajísima participación ciudadana mañana en las urnas. Tras unos años de crisis en los que la marca Europa parecía más bien una franquicia de unas potentes tijeras de podar derechos y libertades que un proyecto de futuro, una parte importante de la ciudadanía le ha cogido una cierta ojeriza. Si a eso añadimos que en España la corrupción ha generado una desafección importante hacia los políticos patrios, con populares y socialistas encabezando este deshonroso ranking, pues nos encontramos un terreno especialmente abonado para la abstención y para que florezcan partidos creados en su momento como chiringuitos de temporada y a ver si suena la flauta. Todo hace indicar que a más de uno le sonará y podrá hacer el friki entre Bruselas y Estrasburgo.

Que la gente ejerza o no el derecho al voto es una decisión individual. La abstención es una opción más que legítima, sobre todo ante un sistema electoral proporcional que penaliza a las minorías. Pero hay varias generaciones, las que vivieron la dictadura y las que conocieron la Transición, que se toman muy en serio eso de votar, casi como si fuera un derecho sagrado. Yo heredé esa cultura de mi padre, que, cuando lo dejaron votar como un ciudadano libre, se lo tomó a pecho y nunca falló hasta el fin de sus días.

Él mantenía que el derecho al voto en España había costado sangre, sudor y lágrimas y había que ejercerlo para honrar la memoria de todos aquellos españoles que lucharon y sufrieron durante la Guerra Civil y la larga noche de la dictadura, que batallaron y murieron para que España fuera una democracia decente. Soñaba, como muchos que abrazaron la Transición renunciando a la ruptura, como una España capaz de dirimir para siempre sus diferencias a través de elecciones libres y no a bastonazos.

Hasta se lavaba y se vestía de domingo para celebrar la fiesta del voto, y presidía con cierta solemnidad un almuerzo especial que lo era más por la liturgia que por los manjares. Cuchara y paso atrás, y de postre, una naranja de San Martín de Tesorillo. Una dieta cortita pero enormemente mediterránea.

- "Vota a quien te dé la gana, vota si quieres en blanco, pero pásate por tu mesa electoral, cerciórate de que todo está en orden y cumple con tu obligación. Y, cuando metas la papeleta en la urna, da gracias a todos los que perdieron la vida por la Patria y la Democracia", me decía emocionado. No era para menos, sabía que me transmitía un nuevo patriotismo, un patriotismo que poco o nada tenía que ver con el que acuñaron aquellos que persiguieron a los derrotados hasta el exterminio. Era el patriotismo republicano que siguió vivo en las cárceles, las tapias de los cementerios y las cunetas, que sobrevivió al tiro de gracia.

Como muchos otros españoles he intentado trasladar a mis hijos esa herencia democrática que recibí de mi padre. Me esfuerzo todo lo que puedo y más. Hasta les he puesto Novecento y les hecho leer El laberinto español, de Gerald Brenan, para que tengan una perspectiva más amplia y puedan apreciar de dónde veníamos los caninos del mundo y hasta dónde hemos llegado peleando, llorando, sangrando y soñando.

Pero me resulta difícil hacerles entender que votar es una obligación cívica porque ha costado un mar de sacrificios convertirla en un derecho universal. Me choco una y otra vez con un muro de desencanto, que tiene mucho que ver con un futuro que se les escapa de las manos y se les estropea cada vez más en este presente de mierda que les ha tocado vivir, que les hemos construido sus mayores a base de errores y mentiras.

-"Estudia, hijo mío, que sólo así serás un hombre de provecho y tendrás porvenir". Y otra mierda. Ahí, precisamente ahí, en la falta de esperanza anida la abstención de los jóvenes. Quizá yo, como la mayoría, sea culpable de esa desafección, como mi padre fue en su día el artífice de mi entusiasmo.

Con todo, hoy, en esta jornada de reflexión que concluirá con el Real Madrid –Atleti (¡cómo no te voy a querer!), volveré a la carga con mi hijo mayor. Quizá lo intente convencer con aquel menú tan especial de cuchara y paso atrás y una naranja de San Martín del Tesorillo. A lo mejor, con el estómago susurrándole que vaya a votar, me hace caso por fin.

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