Entre leones

Esperando a Susana

El batacazo electoral que ha sufrido el PSOE en las elecciones europeas, dejándose en la gatera nueve escaños, llevó a Alfredo Pérez Rubalcaba a asumir el pasado lunes responsabilidades de forma casi inmediata. Tiró la toalla pero no dimitió. Pero eso sí, convocó un congreso extraordinario para el 19 y el 20 de julio para poner el partido en manos de una nueva dirección.

Personalmente, Rubalcaba tenía otras opciones: continuar en el cargo sin asumir responsabilidades, algo absolutamente imposible tras el fiasco electoral, o dimitir dejando el partido en manos de una gestora. Pero eligió esa fórmula de ‘no me presentaré a las primarias pero me quedo hasta julio pilotando la transición y el congreso extraordinario’.

Orgánicamente, la Ejecutiva Federal y Rubalcaba tenían otras alternativas al congreso extraordinario. Sin ir más lejos, podían haber adelantado las primarias, previstas para noviembre, y dejar en manos de militantes y simpatizantes la elección del nuevo líder del PSOE, que hubiera sido refrendado, sin mayor problema, en un congreso extraordinario posterior. Esta opción hubiera estado en consonancia con lo acordado en la Conferencia Política, que aprobó incluso la posibilidad de que el secretario general del PSOE fuera elegido directamente por militantes y simpatizantes. Además, hubiera estado a la altura de esta democracia participativa e interactiva que se sostiene en las redes sociales y que ha permitido, por ejemplo, a una formación como Podemos lograr cinco escaños en los comicios europeos con tan sólo cinco meses de bagaje a sus espaldas y una carta a los Reyes Magos como programa electoral.

Pero no. La Ejecutiva Federal del PSOE ha cogido el camino del congreso extraordinario, una formula del gusto de la vieja guardia, que siempre ha recelado de su propia militancia a la hora de tomar decisiones estratégicas. En fin, aunque el PSOE tiene en su ADN un puntazo anarco indudable, tiene cierta alergia a los movimientos asamblearios, le gustan los experimentos con gaseosa y no está dispuesta a favorecer un acto endogámico (las primarias) de seis meses mientras la crisis sigue campando a sus anchas y Cataluña abunda en la grave crisis institucional que vive España.

Para imponer esta salida a la crisis, el aparatichi socialista ha contado con la complicidad de la presidenta de la Junta de Andalucía y secretaria general del PSOE-A, Susana Díaz, que, tras las elecciones europeas, es dueña y señora de la organización y lo ha demostrado imponiendo su criterio por encima de lo aprobado por el Comité Federal, que se decantó en su momento por las primarias, unas primarias que ya tienen la estocada en todo lo alto.

Con todo, ella es la última bala de la socialdemocracia española o eso creen los ancianos de la cofradía socialista, que han decidido dispararla directo al sillón de Pablo Iglesias, del Pablo Iglesias de verdad, convocando un congreso extraordinario que no tiene marcha atrás; es decir, ya está convocado a todos los efectos.

Para ella, que puede ya presumir de haber logrado un buen resultado electoral –los diez puntos sobre el PP en Andalucía en las europeas son su bautismo de fuego como lideresa–, está diseñado este congreso extraordinario, una autopista hacia la secretaría general. Y, posiblemente, hacia la candidatura socialista a la presidencia del Gobierno en 2015.

De entrada, si accede al primer sillón de Ferraz, tendrá que compatibilizarlo con el primer sillón de San Telmo. Algo que se antoja muy complicado si tenemos en cuenta los grandes problemas que tiene Andalucía, con una tasa de paro muy por encima de la media nacional, y el profundo proceso de renovación que tiene que acometer en el PSOE para intentar recuperar la calle y el terreno electoral perdidos en estos años de vacas flacas. Pero no es un imposible. Al menos, el PP poco o nada le podrá reprochar si tenemos en cuenta que María Dolores de Cospedal no tiene el menor problema para pasear sus cargos de secretaria general del PP y presidenta de Castilla-La Mancha entre Madrid y Toledo. De hecho, a tenor de los resultados logrados en los comicios europeos en su comunidad, le va divinamente.

Pero si aspira a la candidatura socialista a la presidencia del Gobierno, Susana Díaz lo va a tener mucho más complicado: el calendario está en su contra. De entrada, debería, por respeto a los electores andaluces, dejar claras cuáles son sus verdaderas intenciones cuanto antes. Hasta ahora, ha reiterado que su objetivo político es presentarse a las próximas elecciones andaluzas y ganarlas.

Dicho esto, está en su derecho de cambiar de opinión. Pero tiene que medir muy bien sus pasos para no pecar de precipitación, para no dejarse arrastrar por las urgencias del PSOE. Madrid es una plaza con una voracidad ilimitada si se cometen errores estratégicos de bulto. Para ello, está obligada a diseñar una hoja de ruta que respete a los andaluces y no estropee las buenas expectativas de su partido en Andalucía. Pero, sobre todo, tiene que procurar llegar a Ferraz de la mano de militantes y simpatizantes, que a buen seguro que la respaldarán mayoritariamente en un proceso electoral abierto, y no caer en el error de alcanzar la meta a lomos de los aparatos, esos mismos aparatos que han vaciado al PSOE de credibilidad y lo han situado al borde de la levedad.

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