Entre leones

¡Ay, Iniesta de mi vida!

El último trámite de la abdicación del Rey Juan Carlos I casi coincidió con el principio del fin del reinado de Vicente del Bosque al frente del combinado nacional de fútbol. Al monarca hacía tiempo que le fallaban las piernas y decidió tirar la toalla antes de caerse con todo el equipo por las salpicaduras altamente deslizantes del caso Urdangarin.  A Vicente del Bosque, que es también algo cojitranco, le falló el grupo del tiqui-taca, que llegó a Brasil desfondado y avejentado, sin ambición de superar lo insuperable. Los jugadores de La Roja irrumpieron temblones y desfondados en el arranque del Mundial con Holanda (1-5) y consumaron el fiasco en un acto de pura impotencia ante Chile (0-2). Estaba escrito, mejor era imposible tras ganar dos Eurocopa y un Mundial jugando como los ángeles.

Sin embargo, la constatación del punto y final abre un nuevo tiempo en la Casa Real y en la selección española. En la monarquía, la manija de esta nueva etapa la llevará Felipe VI, que está obligado a ganarse el puesto, como en su día lo hizo su padre poniéndose del lado del pueblo español tras la muerte de Franco, y darle la vuelta como un calcetín a una institución la suya que está cortita de legitimidad y algo desprestigiada. Necesita para consolidar su reinado un toque republicano, mucha ejemplaridad, toneladas de austeridad y un brazo izquierdo como el de Nadal para frenar  la crisis institucional que tiene en la deriva secesionista de Cataluña el germen de la destrucción de la España democrática que se levantó en la Transición.

En cierta ocasión, le pregunté directamente al entonces Príncipe de Asturias cómo pensaba ganarse el puesto y me respondió a la gallega pero asumiendo que se lo tenía que ganar: "Ya se verá cuando llegue el momento". Ojalá le vaya bien: eso será señal de que nuestra convivencia no necesita sacrificios para contentar a los dioses de la democracia, cirugías para satisfacer a los ciudadanos.

En la selección a Del Bosque también se le ha acabado el crédito. Él mismo lo ha reconocido abriendo la puerta a un tiempo nuevo, no aferrándose al sillón de seleccionador aunque podría hacerlo. Gran tipo este salmantino incluso en la derrota. Durante los últimos seis años –y antes también en el Real Madrid-, derrochó sentido común, resultó ejemplar y se convirtió en un referente incluso moral en un país repleto de mamarrachos, eruditos a la violeta y corruptos.

La nueva época en la selección española, que se había convertido en referente de la España unida y plural –una especie de cuadratura del círculo perfecta para la convivencia-, urge. Urge tanto o más que la rehabilitación de la monarquía. Urge porque los españoles necesitan estar juntos aunque sea mentira para salir del laberinto territorial en el que nos han metido los malos y los peores. Urge porque los ciudadanos reclaman alegrías periódicas que palien tanto paro y tantos sacrificios endémicos sobre las espaldas de los mismos, de los de siempre. Urge porque los españolitos piden a gritos el chute de opio para seguir coronando cumbres imposibles.

Que Navas arranque en una carrera agónica desde el campo español y conecte con Iniesta, que Cesc Fábregas combine con Iniesta y que éste nos haga campeones del mundo casi en el último minuto de la prórroga con una media volea que todos golpeamos, es un narcótico más potente incluso que las viejas religiones de nuestros padres y abuelos.

Sin estas alegrías propias de la casa del pobre, nuestra autoestima, cogida con imperdibles desde el desastre de Cuba, se resentirá seriamente. Ni haciendo más el amor olvidaremos el orgasmo colectivo que supone un balón besando la red de la gloria. Por todo esto, necesitamos que el nuevo tiempo nos devuelva cuanto antes el tiqui-taca con la generación de jugones que tenemos en la recámara: Isco, Deulofeu, Koke, De Gea, Jesé, Carvajal, Morata, Thiago Alcántara, Rafinha, etc.

Además de nuestro estado de ánimo, está la Marca España, que sin La Roja queda reducida a una ocurrencia bienintencionada, a un pufo, a una foto fija de lo peor de nosotros: un presidente del Gobierno sujeto a un puro y de perfil mientras se le cae encima el chiringuito patrio, un secretario general del PSOE que se va pero que quiere dejar como heredero al cochero de Drácula, una corrupción que se manifiesta como la varicela en la epidermis nacional, un Estado del bienestar de copagos y recortes, unos salarios de mierda, unos presupuestos para la investigación que favorecen la fuga de cerebros, una juventud que practica el botellón en legítima defensa –incluido el hijo de Gallardón, pobre mío-.  Necesitamos ya escuchar de nuevo a Camacho gritar aquello de "¡Ay, Iniesta de mi vida!" para volver a ser quienes nunca fuimos.

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