Entre leones

Una de demolición, por favor

En pocos días, los españoles nos hemos enfrentado de nuevo con nuestra cruda realidad: tras treinta años de democracia, somos un país de chorizos y de chapuzas, entre cuarenta y tantos millones de honestos carajotes. Esa es la principal conclusión que se extrae del ‘caso de las tarjetas de Caja Madrid’ y del primer caso de ébola registrado fuera de África. Esa es la última tarjeta de presentación de esa broma conocida como ‘Marca España’.

El ‘caso de las tarjetitas’  ha puesto al descubierto que la charcutería española no tiene rival en el mundo entero: representantes de los principales partidos políticos, sindicatos y organizaciones empresariales se gastaron 15 millones de euros en caprichitos de toda índole –lo último que se ha sabido es que Blesa se pulió 9.000 euros en un safari y 10.000 en vinos, y que el secretario general de la UGT de Madrid dilapidó 12.750 euros en un mes en El Corte Inglés- cuando la crisis ya le tocaba las tripas a millones de españoles: parados, desahuciados, dependientes, pobres, 2,3 millones de niños bajo el umbral de la pobreza, etc. ¡Y la Agencia Tributaria lo sabía desde los tiempos de ZP!

Pero que nadie se equivoque, este ‘modus operandi’ de regalías, enchufes y mangancias no era sólo propio de Caja Madrid, una entidad bancaria saqueada a quemarropa, sino que está instalado en el ADN del sistema. Si escarban, si se adentran en las cloacas, descubrirán muchas más cajas Madrid, bancos y grandes empresas que practicaban este paniguado de directivos, esta compra de voluntades a diestro y siniestro con sutileza a veces y con descaro la mayoría de las veces.

Sin embargo, no tirarán de la manta porque destaparían que las puertas giratorias han estado siempre abiertas, que no fue después sino mucho antes cuando muchos padres, hijos, sobrinos, primos y cuñados de la Patria han estaban al servicio de otros intereses ajenos al interés general. Ya se sabe, quien paga, manda, coño.

En fin, el ‘caso de las tarjetas de Caja Madrid’ es la punta del iceberg de la madre de todas las corrupciones. Un ‘macrocaso’ que nunca se abrirá no vaya a ser que la verdad nos haga libres de verdad y la gente líe la de San Quintín en legítima defensa.

Si las tarjetas han descubierto el importante nicho de trabajo que la charcutería representa para nuestro país, lo del primer caso de Ébola es, definitivamente, para meterle fuego a la bicicleta.

Después de constatarse que una gran chapuza nacional está detrás del primer caso de ébola fuera de África, detectado en Madrid, tenemos que soportar cómo algunos prohombres del PP insultan nuestra inteligencia e hieren nuestra sensibilidad de pobres paganinis cargando contra la sanitaria Teresa Rivero, que se jugó la vida y la está perdiendo a chorros por ofrecerse voluntaria para atender a los dos religiosos con ébola sin contar con los mejores medios y procedimientos.

Lo del consejero de Sanidad de Madrid, Javier Rodríguez, que no ha parado de arremeter contra la sanitaria –que mintió, que si fue a la peluquería, que si para ponerse un traje no hay que hacer un máster-, es para vomitarle con tropezones en la pechera. ¿De dónde ha sacado el PP a este tipo? ¿Por qué el presidente de la Comunidad no lo ha puesto ya de patitas en la calle? ¿Hasta cuándo va a dejar que nos siga insultando?

Y luego está la ministra de Sanidad y Asuntos Sociales, Ana Mato, que, como es sabido, tiene dificultades políticas hasta para distinguir el pedigrí de los coches que tiene en su garaje. Pues como no es precisamente muy perspicaz que digamos, la sitúan como protagonista principal de esta grave crisis sanitaria. Bien visto es verdad que, hasta ahora, está a la altura de esta chapuza nacional que está protagonizando tras dejar la sanidad pública en los huesos.

Y qué me dicen del presidente del Gobierno, que está encantado con Mato y consigo mismo después de que en la UE le hayan dicho que España lo está haciendo muy bien. Digo yo que habrá sido Junker tras una copiosa cena, una manta de chupitos y una caja de habanos de dos pisos, ¿no? En fin, aprovechando la visita de Rajoy y González, habría que haberlos metido en una jaula con ébola y obligarles a ponerse el ‘kit de la vergüenza’ en diez minutos.

Con todo esto, las tarjetitas y el ébola, que nadie se extrañe que cada día haya más ciudadanos que quieran no una reforma de chapa y pintura, que era lo deseable, sino una demolición del sistema en toda regla. Esto da asco, y la mayoría de los españoles está hasta las narices de pagar el pato y que encima los tomen por tontos.

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