Entre leones

Que no dimitan

Madrid sigue de moda. Pero no es por lo mucho de bueno que atesora y que lo sitúa a tiro de piedra del cielo. Es porque va de mal en peor.

Las lluvias otoñales no acaban de rebajar la capa de pringue que acumula la capital de España tras un recorte del 30% en el servicio de limpieza.

Los árboles se siguen cayendo encima de viandantes y coches. Menos mal que el asunto ha acabado en manos de expertos norteamericanos, que podarán por lo sano o nos enviarán al Séptimo de Caballería. Pero algo harán.

Los coches son dueños y señores de sus calles. Para ellos, Gallardón se gastó el oro y el moro en la calle 30 y dejó un agujero negro de 7.000 millones de euros en las arcas municipales.

La tragedia del Madrid Arena apunta a condenas de chiste mientras que el chiste subversivo del 15-M camina hacia condenas vergonzosas.

El ébola ha sembrado la alarma gracias a la incompetencia de un Gobierno que, encima, se cree chachipiruli. A lo más que ha llegado la ministra del ramo, Ana Mato, es a reconocer ante la Comisión de Sanidad del Congreso de los Diputados que "probablemente algo no hicimos bien".

Aunque Rajoy la desautorizó poniendo al frente de la crisis al vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, que huele a candidata a la alcaldía de Madrid, Mato, con un apellido que hace honor al estado de la sanidad tras tantos recortes y privatizaciones, sigue ahí, vivita y coleando. No dimite ni con agua hirviendo.

En esta misma crisis, el consejero de Sanidad de Madrid, Javier Rodríguez, ha sembrado la indignación en las calles con sus reiterados ataques hacia la sanitaria que contrajo el ébola, y el presidente de la Comunidad de Madrid, el tal González, el mismo del ático tan apañado en Marbella, ha saldado el asunto con una regañina y una colleja o dos.

Menos mal que una carta del marido de Teresa Romero lo puso en su sito y le obligó a disculparse. Pero ahí sigue, algo más callado pero gestionando la crisis o eso dicen sus jefes. Espero que ni se le ocurra atribuirse algún mérito en la curación de la sanitaria. En fin, de dimitir, ni pío.

Pero ahora le ha salido un competidor en eso de convertir la cosa pública en un mamarracho total. Un concejal del PP de Madrid, de nombre Ángel Donesteve, se ha cargado a una alto cargo municipal del ayuntamiento madrileño por tener un hijo. "Ella prefiere conciliar su vida personal y familiar, pero yo necesito el máximo rendimiento y el máximo número de horas de trabajo que se pueda prestar", ha dicho el gachó.

Donesteve le reconoce los méritos –"es una funcionaria recta, honrada, que ha hecho muy bien su trabajo: gracias a ella ha aumentado más de un 50% la producción administrativa de departamento jurídico"-, pero se la lleva por delante en aras de la eficacia y otras chorradas de culto entre esta tropa.

Lo curioso del asunto es que el susodicho es el máximo responsable del distrito de Hortaleza y representa al PP en la Comisión de Familia y Asuntos Sociales del ayuntamiento de Madrid. ¡Toma ya!

En sus competencias familiares añadidas, a buen seguro que Donesteve habrá defendido a lo Rouco el derecho a la vida, con alguna que otra soflama antiabortista de esas que tanto molan entre los herederos del tercio familiar.

Y, por otro lado, no habrá perdido la oportunidad de animar a la ciudadanía a procrear como los del Opus Dei no vaya a ser que la baja tasa de natalidad nos obligue a  contratar a más negritos, moritos y panchitos para evitar que se nos caiga encima el chiringuito patrio.

Menos mal que Botella, que está pero no se la esperaba en estos ocho meses que le quedan de mandato, ha restituido en su puesto a la funcionaria. Bien por una vez. Pero ha dejado a su concejal en su puesto, como si no hubiera pasado nada y cobrando 91.780 euros anuales de vellón. Y él tiene todas esas mismas razones para no renunciar. Eso sí, se ha disculpado a palos y se ha marchado de la comisión de asuntos familiares, que debe ser el chocolate del loro de su retribución.

Pero bien visto quizá está bien que Mato, Rodríguez y Donesteve no hayan dimitido de todos sus cargos. No sería justo. La inmensa mayoría de los ciudadanos quiere que los echen y que purguen su incompetencia y sus pecados en el redondo de la calle.

 

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