Entre leones

Tres años con Rajoy

Cuando en el 20 noviembre de 2011, los españoles dieron al PP una histórica mayoría absoluta la crisis llevaba cuatro años largos machacando a más de media España bajo el mandato de ZP, que ni siquiera se enteró de lo que se le venía encima hasta que Obama se le apareció como un fantasma de las Navidades pasadas y lo embarcó en los recortes y el austericidio.

En legítima defensa, la mayoría de la ciudadanía enterró el legado del leonés y envió al PSOE a la bancada de la oposición, y dio a Rajoy un mandato claro: sáquenos usted de esta crisis pero ya. El bipartidismo, que había gobernado España desde la restauración democrática, funcionó como un reloj: los populares tomaban de nuevo el relevo de los socialistas como en su día los socialistas tomaron el testigo de los populares.

Lo normal es que Rajoy tuviera garantizada otra legislatura más. Sin embargo, tres años después de aquel otro 20-N, el PP está contra las cuerdas aunque haya logrado rebajar ostensiblemente la prima de riesgo y haya sacado de la crisis a la banca. Aunque en el G-20, algún que otro amigo, nos pongan como ejemplo de buenas prácticas ante la crisis, lo hecho no lo vende internamente ni el potente aparato propagandístico montado por el Gobierno a base de enjuagues en estos tres años.

Y está electoralmente bajo mínimos porque se olvidó de los españoles o, mejor dicho, de la mayoría de los españoles. Con ese ordeno y mando chulesco que siempre ha caracterizado a una cierta derecha, el PP se ha dedicado a desmantelar el Estado social de derecho hasta dejar a media España en pelota picada.

Sin dialogar con casi nadie, ni pedir permiso a nadie, este Gobierno ha irrumpido como un elefante en una cacharrería en una España que, mejor o peor, alcanzó las playas de la democracia y el bienestar social gracias a una Transición ejemplar, a la que, con este torpe e insensible proceder, el PP le ha dado matarile: se ha llevado por delante el turnismo que mantuvo viva la llama de aquella reconciliación de cartón piedra, sin reparación ni justicia, pero con la dosis justa de sentido común para no repetir de nuevo el duelo a garrotazos que inmortalizó Goya en uno de sus cuadros.

El ‘sangre, sudor y lágrimas’ que pronunció en el arranque Rajoy era de libro. Pero para capitanear una etapa de sacrificios y penurias, como la que se veía venir, hay que atesorar un mínimo credibilidad y, sobre todo, mucha fuerza moral.

Los escándalos que han salpicado al PP en estos tres últimos años, con los casos ‘Bárcenas y Gürtel’ a la cabeza, han dejado al partido que sustenta al Gobierno sin lo uno ni lo otro. Así las cosas, ¿cómo pueden pedir sacrificios a los españoles quienes han tenido como jefe de su tesorería a un señor que ocultaba cuentas millonarias en Suiza y otros paraísos fiscales? ¿Cómo pueden pedir ejemplaridad a los ciudadanos quienes han manejado una cuenta b y han pagado con dinero negro las obras de su sede central? Pueden incluso salir impunes –cosas peores se han visto con esta justicia que nos viste y calza-, pero no tienen ninguna posibilidad de convencer.

Porque así, con estas credenciales, no pueden convencer a los cinco millones de parados, ni a los tres millones de niños que viven bajo el umbral de la pobreza, ni a las familias de los miles y miles de dependientes que siguen muriendo sin ayudas, ni a los 500.000 jóvenes que han tenido que emigrar, ni a los millones de usuarios de la sanidad y la educación públicas que protestan contra la privatización y el deterioro de estos servicios básicos, etc.

Por no convencer, no convencen ni a la mayoría de los asalariados. Según datos de la Agencia Tributaria, proporcionados por los empresarios en la Declaración Anual de Retenciones e Ingresos a Cuenta sobre el Rendimiento del Trabajo (modelo 190) de 2013, un tercio de los asalariados (34%), 5,7 millones de trabajadores, gana menos de 646 euros al mes. Para ser más exactos, cobran una media de 645 euros al mes en 14 pagas.

Para más inri, el 46,4% de los asalariados totales, casi 7,7 millones de trabajadores, está debajo o muy por debajo de los 1.000 euros.

Como ustedes comprenderán, los seiscientoseuristas y los aspirantes a mileuristas, antaño integrantes de las prósperas clases medias, ahora nuevos pobres con curro, no están para tirar muchos cohetes ni para reírle las gracias a Fátima Báñez, que ha convertido el mercado laboral en España en un monumento a la precariedad tras aceptar que el trabajo es un bien escaso que hay que repartir.

En fin, el relato de la recuperación ofrecido por Rajoy pone de manifiesto que la política es un lugar privilegiado para la mentira. Y, sobre todo, nos descubre con toda su crudeza que el síndrome de la Moncloa se ha cobrado una nueva víctima.

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