Entre leones

El presidente del Gobierno y Rajoy

No sé si el presidente del Gobierno le ha contado a Rajoy que el 80% de los españoles está hasta las narices de tanto mangante vitaminado a diestro y siniestro. Posiblemente, sí, ya no le quedaba otra.

Es lo normal. Después de tres años eludiéndose uno al otro en los pasillos de Moncloa y Génova, retrasando el encuentro en el último minuto a ver si escampaba con la Gürtel, ocultando tras una cortina de humo de habano la caja b del partido, mirando uno para un lado y otro para el contrario para no ver el lodazal popular creado en Madrid y Valencia, culpando al chachachá de la imputación de tres tesoreros del PP, el rebrote de corrupción que ha padecido Ana Mato, tras superar a escondidas el caso de ébola, ha provocado que el presidente del Gobierno no haya tenido más remedio que comunicarle a Rajoy: "Mariano, tenemos un problema".

Así las cosas, eliminados Mato y su asiento en la bancada ministerial, el presidente del Gobierno y Rajoy comparecieron juntos el pasado jueves ante el pleno del Congreso de los Diputados tarde y mal, sin un gramo de credibilidad, para detallarnos a los españoles una retahíla de milongas contra la corrupción, una batería de 70 medidas por una regeneración democrática imposible de implementar con él y otros de la vieja guardia como actores principales de este cambalache siglo XXI.

Lo único que logró fue constatar, en una defensa desesperada de sí mismo, que la crisis institucional y política está devorando a dentelladas una recuperación económica que no acaba de aterrizar en la economía real.

Pero, ante una situación creada a golpe de inacción, a Rajoy solo le quedó advertir contra los ‘salvapatrias’, contra las escobas de Podemos que barren votos sin parar, encuesta tras encuesta con el horizonte de 2015 a la vuelta de la esquina.

En la sesión de control al Gobierno del miércoles, ya preparó el terreno de lo que quiere para el futuro de España al descalificar a Pedro Sánchez como líder del PSOE elogiando la etapa de Alfredo Pérez Rubalcaba como secretario general de los socialistas.

Sí, el presidente del Gobierno está trabajando ya para enjaretar la gran coalición PP-PSOE, esa que tenía casi garantizada si Pérez Rubalcaba hubiera seguido como primer secretario de los socialistas españoles.

Sabedor de que sus medidas contra la corrupción no se las cree ni su jefe de gabinete, el dicharachero y siempre leal Jorge Moragas, Rajoy se ha puesto manos a la obra para quitarles el miedo a los poderes fácticos –banqueros, empresarios, inversores extranjeros, militares, aliados, servicios de inteligencia, monarcas y monárquicos, medios paniaguados, miembros activos de la casta, etc.- que temen un advenimiento de Podemos.

En esta operación, Rajoy cuenta ya con importantes aliados dentro del propio PSOE, que se están moviendo entre las sombras, para domeñar a Sánchez o sustituirlo a la primera de cambio. Se juegan su culo en la conspiración.

Además de trabajar en pos de esta gran coalición, Rajoy ha abierto la veda mediática contra los podemos. Los escandalitos de Íñigo Errejón y Tania Sánchez son los aperitivos de una ofensiva de desgaste que huele que apesta a cañerías del Estado.

Pero Rajoy no lo va a tener nada fácil para tumbar a esta marca blanca, que barre y barre a medida que crece y crece la desilusión entre la mayoría de los españoles, que están hasta el gorro de seguir pasándolas canutas.

De entrada, mientras el presidente del Gobierno naufragaba con su paquete de medidas contra la corrupción, Pablo Iglesias, que no da puntada sin hilo ni se pone fácilmente nervioso, presentó una guía económica -elaborada por Torres López y Navarro, dos catedráticos de prestigio en la izquierda- que bien podría estar, más o menos, camino de la oferta socialdemócrata. Salvo la jornada de 35 horas, que es una deliciosa utopía y alguna que otra cosilla que chirría, la letra está a la altura de una música compuesta en do menor contra el austericidio que nos ha martirizado.

Así las cosas, ante un Rajoy acorralado, desprestigiado y a la defensiva, que persigue una gran coalición de la casta y recurre a la guerra sucia sin el más mínimo pudor, Pablo Iglesias responde con una renuncia a las grandes ocurrencias.

Como se corte la coleta y se pegue un rasurado como Dios manda, lo van a votar hasta en el barrio de Salamanca.

 

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