Entre leones

Andrés y Charlie

A principios de los ochenta conocí a Andrés Vázquez de Sola (San Roque, 1927), uno de los mejores caricaturistas españoles de todos los tiempos, en los Cursos de Verano de su ciudad natal.

Andrés trabajaba por entonces en Le Canard Enchainé y colaboraba con Le Monde, Le Monde Diplomatique y L´Humanité, entre otros periódicos. Llegó a Francia en 1959 con una mano delante y otra detrás y entró por la puerta grande del exilio tras publicar en Le Canard ‘La Gran Corrida Franquista’, una serie de caricaturas que mereció que el prestigioso semanario francés realizara una tirada especial de un millón de ejemplares.

En pocos años, Andrés perfeccionó su estilo hasta encajar como anillo al dedo en la sociedad gala, y se convirtió en uno de los mejores caricaturistas franceses.

Sin miedo a la libertad, de férreos ideales comunistas –empezó a militar en el PCE en la clandestinidad en la década de los cincuenta-, radical en defensa de las libertades, honesto consigo mismo y con los demás y profundamente irreverente y anticlerical, destacó por su lucha antifranquista sin cuartel, con un lápiz como única arma.

En esta ardua tarea, ridiculizó a Franco hasta el esperpento. Así, en el caso Añoveros retrató al dictador siendo sodomizado por un crucifijo. Y bautizó para la eternidad a Carmen Polo de Franco como ‘La Collares’.

Consagrado en el dibujo satírico y político, Andrés volvió a España en 1985 para dirigir ‘El Cocodrilo’, publicación humorística del estilo de Le Canard editada por Eugenio Suárez.

Al poco tiempo, dimitió tras negarse a publicar una historia amorosa del entonces vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra. Y no se marchó porque fuera filosocialista –como muchos comunistas, era profundamente antisocialista-, sino porque en su forma de entender la profesión las historias personales de los políticos, siempre que no afectaran a su cargo y no mediaran dineros públicos, no eran de interés para sus lectores.

Yo, que estaba allí como una especie de alumno en prácticas, fui testigo de excepción. Recuerdo que cuando me explicó los motivos de su marcha, me soltó como coletilla: "Además, si yo me meto en la vida privada de los políticos sin motivos, ellos se pueden meter en la mía, que es mucho más azarosa aunque más divertida". Por supuesto, me convenció y me marché con él.

Después de dejar El Cocodrilo, Andrés colaboró con varios periódicos españoles y de la mayoría de ellos salió por peteneras. Aquella España poco o nada tenía que ver con la Francia que le acogió durante casi tres décadas. Chocó de plano contra una especie de libertad vigilada, contra un franquismo sociológico vivito y coleando, contra un integrismo católico bajo palio, contra un PSOE que lo intentó arrinconar laboralmente cuando publicó gratis en 1986 una serie de dibujos muy combativos contra la entrada de España en la OTAN.

Andrés sobrevivió a aquella España gracias a su talento, que plasmó en una serie de exposiciones monográficas, entre las que destacan ‘Lorca y sus Amigos’, ‘República’ y ‘La Generación del 27’. Y aún lo puede contar viejito pero lúcido en su refugio granadino.

Cuento la vida y obra de Andrés porque es el dibujante español cuyo ADN artístico más se asemeja al de los dibujantes de Charlie Hebdo que murieron hace unos días víctimas del integrismo asesino, de la barbarie yihadista.

Andrés y los dibujantes de Charlie practicaban la "libertad verdadera" que nos legó Proudhon: "Eres tú quien me libera de la ambición del poder, de la esclavitud de los batallones, del respeto de las costumbres, de la pedantería de la ciencia...".

El profesor Gonzalo Abril –uno de los tipos más lúcidos y divertidos que conocí en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense-, que recoge esta cita en el artículo ‘La era risueña’, publicado el 7 de diciembre de 1985 en El País, nunca hubiera imaginado que N. Postman no estaba en lo cierto cuando aseveró que la cultura degenera en espectáculo burlesco, la trivialidad sofoca los gritos de socorro y nadie alzará las armas contra un mar de diversión.

PD: Charlie Hebdo saldrá próximamente a la calle con un millón de ejemplares dispuesto a demostrar que la risa es un arma cargada de futuro.

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