Entre leones

Cainismo en el PSOE

Una persona antaño muy cercana a Felipe González me recordaba no hace mucho el viacrucis personal que pasó el sevillano hasta convertirse en un dirigente político de primer nivel. Tras lograr la secretaría general del PSOE en el Congreso de Suresnes de 1974, se fue puliendo personal e intelectualmente en los estertores de la dictadura y ya en plena democracia hasta ganar abrumadoramente las elecciones legislativas de 1982, y alcanzar la presidencia del Gobierno con un respaldo ciudadano histórico.

Por cierto, logró tocar pelo a la tercera tras perder los dos primeros comicios frente a Adolfo Suárez. Y después de tener que dimitir en 1979 al tumbarle el congreso del PSOE su propuesta para abandonar las tesis marxistas y abrazar las socialdemócratas.

En los trece años que estuvo en Moncloa, ya convertido en todo un hombre de Estado, Felipe también cometió errores. Sobre todo, no supo atajar la corrupción que emponzoñó el proyecto socialista de 100 años de honradez, y tampoco estuvo fino cuando no cortó de cuajo la guerra sucia contra ETA. Con todo, bajo su mandato, España pegó un salto cuantitativo y cualitativo histórico.

Con sus luces y sus sombras, el sevillano es para muchos el dirigente socialista más importante en la historia de España, por encima incluso de Pablo Iglesias, Largo Caballero, Indalecio Prieto, Fernando de los Ríos, Juan Negrín o Julián Besteiro.

José Luis Rodríguez Zapatero, el otro presidente socialista desde la restauración democrática, llegó a la secretaría general del PSOE tras ganarle a José Bono, gran favorito, el 35º congreso socialista, en 2000, por un puñado de votos. De carambola. El castellano-manchego, por cierto, siempre ha comentado que perdió, entre otras cuestiones, porque Felipe cambió de caballo a mitad de la carrera.

Hasta que ganó las elecciones legislativas de 2004, gracias a la torpeza de Aznar en la gestión de los atentados de Madrid del 11-M –también de carambola–, ZP cosechó no pocas críticas de los suyos, que llegaron incluso a cuestionar su idoneidad para el cargo. Alfonso Guerra lo bautizó con el sobrenombre de Bambi ante la poca pegada política que exhibía.

Ambos dos, de una forma u otra, han sabido que en la democracia interna del PSOE siempre ha habido altas dosis de cainismo –y de adanismo también- y lo han sufrido en sus propias carnes.

Felipe parece recordarlo y quizá por eso navega sin perder del todo el rumbo más allá de la puerta giratoria de Gas Natural. Pero ZP ha debido borrarlo completamente de su disco duro. Es la única explicación que encuentro para entender la participación del leonés en la estrambótica, radiada y caprichosa conspiración que Susana Díaz –Juan Carlos Escudier la ha calificado directamente de "golpe en el PSOE" en un artículo muy certero en Público– ha montado contra Pedro Sánchez, que apenas lleva seis meses en el primer sillón de Ferraz y que llegó a él con el aval indiscutible de la militancia. Un acto de puro cainismo con sabor a cecina de chivo majareta.

Sobre todo, cuando el único pecado que ha cometido Sánchez ha sido no ser el títere que unos temían –entre ellos, Eduardo Madina, que ha resultado ser precisamente eso- y que otros deseaban. E intentar poner en marcha una renovación generacional en profundidad del PSOE para acabar con el clientelismo y la corrupción que definen a la antigua casta dirigente, que se ha movilizado para defender sus culos, sus privilegios y sus chanchullos.

En base a algunos errores de principiante y a que Sánchez "no pone en valor al Gobierno andaluz", pruebas de cargo casi infantiles y fraguadas en conciliábulos turbios y poco imaginativos –algo parecido está pasando con las excusas para el adelanto electoral en Andalucía-, esta operación, que ZP alimenta con sus gestos y sus palabras en comparecencias programadas y que beneficia principalmente al PP y a Podemos, pone el acento sobre la debilidad del liderazgo de Sánchez cuando en realidad es la marca PSOE la que está seriamente dañada.

Y está casi achicharrada porque Rodríguez Zapatero en 2010, en vez de convocar –Juan Barranco tiene razón- elecciones anticipadas, rompió todas las promesas electorales del PSOE en una comparecencia en el Congreso, y se lanzó a un austericidio que dejó a la socialdemocracia española en puro hueso, sin programa ni credibilidad.

Rubalcaba, posiblemente el mejor de su generación, poco o nada pudo hacer. Y mucho menos con la principal federación socialista, la andaluza, entonces ya en manos de Díaz, jugándole a la contra.

Por cierto, la lideresa andaluza, cuando era el brazo armado de Pepe Griñán –un buen presidente, digan lo que digan-, era para los que hoy la aclaman como la mujer de Estado que necesita el PSOE una especie de analfabeta funcional a la que solo le faltaba la bata de guatiné. Peronismo folclórico decían que era lo suyo. Cosas tenedes, Susana, que farán fablar las piedras.

En definitiva, ZP, a quien últimamente se le ha ocurrido compartir mesa y mantel con Pablo Iglesias, Íñigo Errejón, Emiliano García-Page y José Bono –nada que reprochar a que la gente se conozca y dialogue, pero a espaldas de su jefe de filas suena a puñalada trapera-, mejor estaría calladito, porque cada vez que comparece públicamente le recuerda a los socialistas en particular y a los españoles en general que con él llegaron estos años de perros que aún hoy sufrimos.

En León, en Babia en concreto, hay un pueblo, San Emiliano, con un alcalde socialista de verdad –un buen alcalde-, en el que el ruido del silencio le hará recordar seguramente la importancia de la lealtad. Y podría invitar a Pepiño Blanco y a Carme Chacón a beber de la misma fuente.

En cualquier caso, los socialistas deben sentirse aliviados de que, al menos Felipe y Guerra, figuras clave en el PSOE durante los últimos 40 años, no estén formando parte de este bombero-torero político.

PD: A Concha Caballero, una amiga siempre viva en el corazón y la memoria. Besos, guapísima.

 

 

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