Entre leones

Votar al PSM

Votar al PSM ha sido durante las últimas décadas un acto de fe por encima de todo. Había que tener un estómago de elefante para consumir muchos de los candidatos ofrecidos por los socialistas madrileños en el menú electoral.

Agotado el periodo Enrique Tierno-Juan Barranco en el Ayuntamiento en 1989 y el de Joaquín Leguina en la Comunidad en 1995, los socialistas madrileños no han sido capaces de presentar a un solo candidato en estas dos instituciones que estuviera a la altura de las exigencias del electorado madrileño y de su propio legado político.

Sobre esta debilidad, el PP se hizo dueño y señor de Madrid hasta convertirlo en uno de sus principales feudos electorales.

Ni siquiera cuando la corrupción emponzoñó al PP, sobre todo en el entorno de Esperanza Aguirre, a raíz del estallido del caso Gürtel, los socialistas reaccionaron.

En 2011, con Tomás Gómez en la Comunidad y Jaime Lissavetzky en el Ayuntamiento, el PSM cosechó un nuevo fracaso.

Ahora, con la competencia de Podemos, el PSOE madrileño caminaba raudo y veloz de nuevo hacia una "derrota inmensa", tal como ha dicho Simancas, sobre todo en las elecciones autonómicas. Carmona en el Ayuntamiento parece harina de otro costal.

Y el secretario general del PSM, Tomás Gómez, estaba en el centro de todas las dianas. Era el máximo responsable de llevar al partido a una debacle bíblica.

El nuevo secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, que lo eligieron los militantes para que le diera la vuelta como un calcetín a un partido que ZP dejó para el arrastre, ha hecho lo que tenía que hacer al prescindir de Tomás Gómez: no resignarse ante el descalabro anunciado.

Y lo ha hecho no tanto por los sobrecostes del tranvía de Parla –en el supuesto de que Gómez hubiera resultado imputado en plena campaña la situación hubiera empeorado aún más si cabe para el PSM-, sino por una ineficacia continuada, por una demolición malaya, por una malversación de siglas.

Ahora, Sánchez tiene la obligación de elegir a un candidato que esté a la altura de las exigencias del electorado madrileño y del pasado más glorioso del PSM para intentar ganar de nuevo en Madrid.

El ex ministro Ángel Gabilondo es sin duda uno de esos candidatos que pueden ilusionar a un centro-izquierda madrileño que llevaba demasiado tiempo huérfano y que estaba abocado a depositar su confianza en un Podemos que sigue suscitando cada vez más dudas. Un catedrático de prestigio frente a un grupo de penenes suena bien.

Pero Sánchez no lo va a tener fácil. Los de la conspiración de ‘o te mueres o te matamos’, prevista para enero pasado –saltó por los aires al filtrarse el encuentro de mesa en mantel de ZP, Bono y García Page con Iglesias y Errejón-, van a intentar que el PSM no levante cabeza.

El propio Tomás Gómez y Carme Chacón ya piden por los callejones primarias para elegir al sustituto. Y no lo hacen por sus profundas convicciones democráticas sino por meter palos en la rueda del PSOE, que es lo que llevan haciendo desde que Sánchez aterrizó en Ferraz.

Frente a esta corriente de deslealtad, que tiene una patrocinadora clara y que ha quedado a la intemperie en esta crisis –Susana Díaz sólo está cosechando mala fama allende Despeñaperros-, el nuevo secretario general del PSOE tiene la obligación de restaurar el orden interno. Sin unidad en sus filas, poco o nada podrá hacer para cumplir el mandato que le dieron los militantes.

Así las cosas, ahora que ha descubierto la autoridad, la manu militari, no le cabe otra que seguir ejerciéndola. Ya se sabe, más vale una vez colorado que cientos de veces amarillo.

De entrada, al próximo que le diga que no puede pisar este u otro territorio socialista hasta determinada fecha, debería enterrarlo con un expediente disciplinario hasta la cintura para hacerlo entrar en razón. Los socialistas le premiarán y los ciudadanos también.

Más Noticias