Entre leones

Susana y el síndrome de hybris

Cuando Susana Díaz adelantó las elecciones andaluzas, no creí que acertara, sobre todo porque me sonaron a excusas vanas los argumentos que esgrimió –el viaje de Diego Valderas a Tinduf y la asamblea de IU- para romper el pacto de gobierno con IU, que tampoco se merecía la puñalada trapera.

Sin embargo, a medida que fueron pasando los días, entendí que su decisión, al menos en la lógica electoral pura y dura, había cogido con el paso cambiado al resto de las formaciones políticas, especialmente al PP y a Podemos.

Le reconocí, en este mismo sentido, muchas agallas para no agotar la legislatura y buscar ser la primera en comparecer frente al partido de Pablo Iglesias, el gran contrincante del PSOE en la izquierda, en un escenario electoral tan complicado como volátil.

A pesar de que el cariz andalucista de su discurso me chocó mucho –contrastaba en exceso con el españolismo que había exhibido por media España-, y de que no me agradó tampoco que se instalara de nuevo en el agravio, acepté, de entrada, que el PSOE-A podía incluso alcanzar la mayoría absoluta, si lograba captar a votantes del PP desencantados y asustados por la irrupción de Podemos y reducía simultáneamente las expectativas del partido de Pablo Iglesias.

En este escenario, las cuentas le cuadraban a Susana. Incluso contaba para conseguir ese trasvase con el respaldo de una parte del empresariado andaluz que le ha estado regalando el oído, como lo hacen, curiosamente, algunos ministros del PP.

Pero lo que era una mayoría absoluta o una mayoría amplia para poder gobernar en solitario, que era el punto de partida de Susana, se ha complicado en poco tiempo.

La irrupción de Ciudadanos, que aspira a convertirse en algo más que el principal sumidero electoral del PP, le ha dificultado la pesca de votos en los antiguos caladeros populares, cerrándole el paso por el centro.

Podemos, que parecía hace unos meses el ejército de Pancho Villa, aguanta con Teresa Rodríguez, una candidata que, en opinión de los susanólogos, no tenía ‘ni media guantá’. Pues parece que tiene más de una y de dos. Veremos a ver hasta dónde llega el voto del cabreo.

Para colmo, tras los dos debates electorales, los candidatos del PP e IU, Juanma Moreno y Antonio Maíllo, que acudían como víctimas propiciatorias por el descalabro que le vaticinan las encuestas, se han venido arriba y van a vender cara su derrota tras constatar que Díaz no es tanta Susana como la pintan.

La soberbia suele ser mala consejera para ganar este tipo de debates, donde pecar de sobrados, aun estándolo, es sinónimo de derrota segura.

Y algo de eso le ha pasado a Susana Díaz en los dos debates, en los que apenas ha planteado ninguna propuesta, más allá de una rebaja fiscal más liberal que izquierdista, y ha abusado del yoísmo hasta el paroxismo.

Ahora, con las últimas encuestas en la mano, la mayoría a la que aspiraba no parece que vaya a ser tan mayoritaria aunque pueda ser clara. Que se haya metido en el jardín de los pactos postelectorales cuando arrancó diciendo que estaba al borde de la mayoría absoluta –después lo rebajó a 50 cuando los sondeos le daban menos de 47-, no es una buena señal para el PSOE-A.

O no, que los sondeos también son falibles. Todo va a depender, al final, de la dimensión del bocado electoral que le acaben dando Podemos y Ciudadanos y la capacidad de resistencia de IU.

Si es una buena dentellada, estará más cerca de 40 que de 50, y si es más liviana, pues sobrepasará el listón de 47 que dejó Griñán.

Pero sean cuales sean los resultados, el discurso adanista y chillón, como de llanera solitaria cabreada, no está siendo muy acertado, sobre todo para convencer al electorado socialista más crítico, ese 14% de electores socialistas que votó a Griñán y que por ahora sigue instalado en la indecisión. ¿Quién la ha engañado para que persista en este error? Conozco algo a su entorno –o, mejor dicho, lo conocía- y no recuerdo a ningún descerebrado severo.

Solo se me ocurre que Susana haya contraído, en un ambiente con una alta densidad de aduladores, el síndrome griego de hybris, que, en palabras de Alfonso Guerra, "aparece cuando los dirigentes empiezan a considerar aquello que solo aprueba lo que están haciendo y creen incómodo lo que no les favorece".

Si fuera así y vienen mal dadas, siempre le pueden echar la culpa a Pedro Sánchez, que como es sabido ha tenido una presencia descomunal en la campaña electoral andaluza. Y si vienen bien dadas, pues ¡Viva la Esperanza de Triana!, y a tragar.

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