Entre leones

Volver a la flor de hergen

Volver no es solo la ranchera eterna de Vicente Fernández (‘Volver, volver’) ni la magnífica película de Almodóvar (‘Volver’). Para mí, volver es, sobre todo, cruzar Despeñaperros y decirle a mis hijos: "Ya estamos en Andalucía, ya estamos en nuestra tierra". Una sentencia más sentimental que nacionalista.

Como muchos andaluces que volaron en su día por motivos económicos -o porque les dio la gana- allende de sus fronteras culturales y sentimentales, vuelvo a Andalucía en primavera, empujado por una fuerza invisible que, en mi caso, no me lleva a quitarle los clavos a Jesús El Nazareno sino más bien a saborear el olor de la flor del hergen, que cubre de un manto amarillo con espinas el bosque mediterráneo.

Lo mío es pura necesidad. Un mecanismo de autodefensa que me permite reeditar esa patria de las cuatro esquinas en las que me meaba cuando era chico, que inmortalizó el gran Manuel Vázquez Montalbán, y entre las que era rabiosamente feliz, libre e inocente.

Es verdad que la infancia es la patria más exuberante, la única que se mantiene eternamente fresca en la memoria, como sostiene Rosa Regàs; una infancia presta siempre a devolverte a los llanos de la Feria repletos de charcos, a los mares de violetas o a los naranjales rebosantes de tentaciones que te llenaban la boca y te manchaban la pechera tras pequeños hurtos de pura hambre.

Pero, a la par que uno recuerda, se topa de nuevo con la cruda realidad de una Andalucía que resiste el afán privatizador de quienes quieren pulirse la sanidad y la educación públicas para hacer más caja, que se niega a recortar a los más necesitados, que no abre sus puertas a quienes se resisten a entenderla y que optan por las generalizaciones y los insultos, por los derrotes.

Pero también es una Andalucía que no despega, que tiene una tasa de paro insoportable, que está dejando en la estacada a una generación entera de jóvenes, que puebla las esquinas del limbo de un desempleo que supera el 50%.

Una Andalucía que se escuda en el agravio para tapar sus propias miserias y sus incapacidades antológicas.

Una Andalucía que, con la leche de las mangancias en los ERE y los cursos de formación, ha imputado a todos los andaluces, que soportan estoicamente la merma de su prestigio que supone esta mierda con nombres y apellidos.

Una Andalucía que no es capaz de poner pie en pared contra los topicazos que la dibujan en una siesta permanente, que la acusan de una informalidad ancestral, que la sumergen en un analfabetismo funcional superior a la media nacional, que la siguen tratando como la chacha graciosa e inculta de la serie televisiva de moda.

Maldita la gracia que hacen los chistes. La concha de tu madre, que diría un rioplatense, para aquellos que se ríen de los andaluces.

Pero de regreso a la infancia, una etapa donde el escepticismo no ha hecho mella y la ilusión y la sorpresa siguen vírgenes, vuelve uno también a la Andalucía cálida, a la que derrocha alegría de vivir a pesar de todo, a la que no se reserva ni un beso ni un abrazo, a la del puchero para 14, a la que es todo piel, a la de la sombra rica de Ruibal, a la que no se resigna, a la que te lanza una llamada atronadora todas las primaveras para volver a oler la flor de hergen. ¡Qué orgullo sentirse andaluz desde la inocencia!

Más Noticias