Entre leones

Los 600

La Junta Directiva Nacional del PP se reunirá el próximo martes dos años después de que lo hiciera para  cerrar filas ante el estallido del ‘caso Bárcenas’. Tras el batacazo electoral que se dio en las elecciones andaluzas del pasado mes de marzo, a Rajoy no le ha quedado otra que convocar a sus 600 con urgencia y apelando a la épica para intentar evitar un nuevo descalabro en los comicios municipales y autonómicos de mayo.

Dos años resulta demasiado tiempo sin reunir al principal órgano del PP entre congresos. Pero Rajoy es así: presidencialista a la usanza de don Manuel Fraga, perezoso en sí mismo  y alérgico a los movimientos democráticos asamblearios.

Para tapar la fuga de votos que se le viene encima, Rajoy y su equipo trabajan en una serie de medidas sociales que hagan olvidar todos los tajos que ha dado su Gobierno durante los tres últimos tres años y medio al Estado de bienestar y al Estado de derecho.

El objetivo, según cuentan sus voceros por los callejones televisivos, es lograr que la familia sienta en sus propias carnes la tan cacareada recuperación económica.

Entre otras medidas pudiera modificar la ley de dependencia y rebajar el IVA cultural. E incluso estaría en disposición de lanzar un brindis al sol proclamando la igualdad salarial entre hombres y mujeres, algo que en el PP supone toda una revolución ideológica en el campo de una igualdad de género que han despreciado hasta ahora.

Pero ya puestos, no estaría mal que Rajoy anunciara la derogación de la reforma laboral, que solo ha traído precariedad e indignidad y que está dejando la recuperación en papel mojado. Dudo que se atreva. Seguramente, inaugurará, con las medidas señaladas, una etapa de ocurrencias, siguiendo la estela de ZP. Pura cosmética que no paliará la sensación de timo de la estampita que tiene la mayoría, que gana menos, trabaja más y paga cada día mucho más.

Ahí está el quid del escepticismo que genera la recuperación económica de Rajoy; ahí reside el mayor daño social que han hecho las políticas austericidas del PP.

Otro de los asuntos que preocupa a la tropa pepera es la incapacidad manifiesta para comunicar los supuestos logros cosechados. Los principales portavoces del PP, María Dolores de Cospedal y Carlos Floriano, son los señalados.

No les falta razón a sus críticos: la secretaria general a tiempo parcial –el resto lo dedica a Castilla-La Mancha- y su subalterno son irritantes. Venden, sobre todo, desafección.

Pero no son los únicos. El nuevo portavoz del Grupo Popular en el Congreso de los Diputados, Rafael Hernando, es incluso peor.

Pero hay algunos ministros, que en el más difícil todavía, le superan. Cristóbal Montoro, en muchas intervenciones, cuando no emplea una retórica chulesca insoportable, ejerce de representante de una gestapillo tributaria sacando los trapos sucios de sus contrincantes y del famoseo. Con dos cojones y un palito, que, según el libro de Petete de Génova, la caja b del PP durante dos décadas es una leyenda urbana: un invento del rojerío.

Y después está el titular de Exteriores y Cooperación, José Manuel García-Margallo, un pavo real metido a político que está encantado de conocerse, que le gusta escucharse y que suele llegar mal y tarde a todos los conflictos internacionales.

Eso sí, cuando le toca ir a los toros o al palco del Bernabéu, exhibe una puntualidad opusiana.

Y está Wert, el jefe del negociado de conflictos educativos, que se especializó en tocar las pelotas al personal con su verbo florido. Ahora, la verdad se ha dicha se ha rehabilitado algo desde que asumió votos de perpetuo silencio. Un cisterciense en toda regla.

En fin, Rajoy y los 600 tienen el martes por delante un chapú, una penitencia en toda regla por todo el sufrimiento que han generado sus políticas y sus políticos.

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