Entre leones

Pongamos que hablo de Sabina

En el verano de 1986, siendo un joven plumilla de aquel DIARIO DE CÁDIZ en formato sábana, cubrí el concierto que Joaquín Sabina ofreció en la plaza de toros de Algeciras llena hasta la bandera.

Cuando terminó su actuación, aún sudoroso, Juanjo Téllez y yo le hicimos una entrevista de fuego cruzado, al alimón, en la que le atribuí, por primera vez y a través de una pregunta amable, la autoría del lanzamiento de un cóctel molotov contra una sucursal del Banco Bilbao de Granada en protesta por el Proceso de Burgos.

-¿Tú cómo sabes eso?, me respondió sorprendido.

-¿De dónde ha salido este?, le preguntó con una larga sonrisa a Téllez, amigo de su etapa gaditana de mil y una noches.

En mi artículo, titulado "Sabina levanta una polvareda de entusiasmo en Algeciras", explicaba el origen de mi hallazgo. Elena Barbero y su marido, compañeros de Sabina en la Facultad y dos seres humanos excepcionales, que estaban aquella noche en la plaza, me revelaron que la mano que lanzó, en nombre de un grupo de estudiantes antifranquistas, aquel cóctel molotov era de Sabina.

Y también me contaron que, en parte, su exilio político en el Reino Unido tuvo como principal detonante una gachí inglesa tras la que corrió como un perro en celo.

Desde entonces, pobre de mí, he sido un sabinista confeso no sé muy bien por qué: quizás fuera por la grandeza de sus imperfecciones, quizás fuera por esa grandísima voz de medio pelo, quizás fuera por sus letras de bajos fondos y putas de cinco estrellas, quizás fuera por esa capacidad infinita para reírse un ratito de vez en cuando de sí mismo, quizás fuera por esa animadversión heroica y temprana a las entidades bancarias.

Sus canciones, nuevas y viejas, me han acompañado en esos largos viajes al Sur que hago siempre en legítima defensa desde que saboreé en mi juventud los mismos trenes que iban al mismo sitio. Siempre en segunda, por supuesto, que era como mejor se soportaban aquellos largos trayectos cortitos de cartera mascando atmósferas de curry, sudor y porros.

He ido madurando con sus metáforas arrabaleras, y he hecho mío, como un primer mandamiento, su consejo de no quedarse nunca enganchado, bajo ninguna circunstancia, en la calle Melancolía.

Y sus ritmos siempre me han acompañado en mis artículos, en un intento permanente por cantar en vez de escribir. Una pena que siempre haya sufrido de poquita voz pero algo desagradable. ¡Cuánto hubiera dado yo por cantar con Chavela Vargas Noches de Bodas!

El pasado sábado, con más miedo que siete viejas a encontrármelo más cascado de la cuenta, acudí con mi mujer y unos amigos gaditanos, Antonio y Tere, al tercer concierto que ofreció en Madrid.

Ya me quedan pocos mitos como para quedarme sin el más valioso por cometer la osadía de querer verlo en vivo y en directo. Pero el concierto le salió redondo y respiré aliviado. Vamos que disfruté, que disfruté como hace 29 años a pesar de los 29 años de carga de más que llevaba.

Durante el concierto, Sabina reconoció que había dejado las malas compañías de los rockeros, adictos a los cigarritos de la risa y a otras sustancias inconfesables, y ahora se veía con los poetas, más recomendables y más borrachos.

Uno de esos poetas, Luis García Montero, mereció que Sabina cambiara la letra de Pongamos que hablo de Madrid por Pongamos que gobierna Luis para darle su apoyo como candidato a la Presidencia de la Comunidad de Madrid por IU, en un acto en el que participaron, entre otros, Pedro Almodóvar, Miguel Ríos y Almudena Grandes.

Sobre esta metamorfosis, Luis reivindicó la movida madrileña ante un PP que, tras dos décadas gobernando, ha convertido aquel glorioso y divertido Madrid en un solar en venta, en un erial antipático y carca, y lo aliñó con una proclama fina por derecho: "Cuando el pensamiento vio a una persona que sufría se hizo corazón para ser de izquierdas".

En ese ambiente entre mitinero y mágico –hasta para comunistillas reconvertidos en socialdemócratas-, cuando Sabina pidió a los "camaradas" que aparcaran las rencillas internas, recordé de dónde venía y decidí que el próximo 24 de mayo votaré por cabalgar y cabalgar hasta enterrar en el Manzanares a esta pandilla de mangantes vitaminados que llevan 20 años robándonos la bolsa y la vida. Y hasta los sueños.

Por Joaquín, por Luis, y también por Ángel y Manuela.

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