Entre leones

Los que no se enteran

Los resultados de las elecciones municipales y autonómicas del pasado domingo confirmaron el escenario político a cuatro que vaticinaban las encuestas. Así las cosas, la conformación de gobiernos locales y regionales pasan indefectiblemente por acuerdos entre estas fuerzas políticas. Afortunadamente, el tiempo de las mayorías absolutas pasó.

En el ámbito regional, el PSOE, que perdió casi 700.000 votos, tiene la posibilidad de hacerse con hasta seis autonomías pactando con otras fuerzas de izquierdas, principalmente con Podemos: Aragón, Asturias, Baleares, Castilla-La Mancha, Comunidad Valenciana y Extremadura.

Como segunda fuerza política, los socialistas podrían también gobernar en Canarias y Cantabria. Y como cuarta partido, en Navarra.

En Madrid, Castilla-León y Murcia, donde es segunda fuerza política, el PSOE debería contar con Ciudadanos para tener opciones de gobierno.

En este escenario, el líder de los socialistas, Pedro Sánchez, se ha mostrado dispuesto a hablar tanto con Podemos como con Ciudadanos para cerrar alianzas.

La campaña que ha completado, carente de ataques directos a Pablo Iglesias y a Albert Rivera, y su perfil generacional le convierten en el mejor interlocutor posible ante los líderes de Podemos y Ciudadanos.

En el PSOE, la única que no parece querer darse cuenta de ello es la secretaria general de los socialistas andaluces, Susana Díaz, que, en su primer pronunciamiento oficial tras estos comicios, ha exigido a Pedro Sánchez "mucha cautela, mucha prudencia y compromiso" para "gestionar a lo que nos enfrentamos en España".

Algunas de esas exigencias se las podía haber aplicado ella misma en su relación con su secretario general en el último año. Si hubiera seguido sus propios consejos, siendo, por ejemplo, prudente y también algo responsable, le hubiera evitado a su partido el ruido interno que han provocado sus desaires continuados a su jefe de filas en plena campaña electoral. Y no hubiera devuelto a Andalucía al fango del artículo 143 con una convocatoria electoral que resultó, visto lo visto, un error garrafal.

Sin ir más lejos, en esas mismas declaraciones postelectorales, la lideresa andaluza podría haber empezado por recoger velas, no meter más palos en la rueda del PSOE –la felicitación a Pablo Iglesias es la última ocurrencia de la lideresa- y no dejar abierta la puerta a un candidato alternativo a Pedro Sánchez en las primarias de julio. Sencillamente, porque esa opción, con los resultados electorales encima de la mesa, resulta ya más ridícula que descabellada.

Ningún barón –ni siquiera los más afines a ella, Ximo Puig y Emiliano García Page- contemplan esa posibilidad, sobre todo porque Pedro Sánchez ha resistido y prácticamente ha arrancado un empate técnico al PP en estos comicios. En 2011, el, escenario fue bien distinto.

En el PP, que se ha dejado en la gatera más de 2,5 millones de votos, Rajoy ha apostado por el tancredismo y la autocomplacencia. Tras una reunión con la cúpula de su partido, anunció que no habría cambios ni en el partido ni en el gobierno, y se mostró convencido de que él mismo sigue siendo la mejor opción del PP de cara a las legislativas de 2015.

El atrincheramiento político en toda regla que protagonizó -solo reconoció los socorridos problemas de comunicación para justificar el batacazo- no entusiasmó nada a los barones populares, que necesitan ahora más que nunca un líder capaz de afrontar la situación con realismo y ayudarles a salvar los muebles en Madrid, Castilla-León y Murcia cerrando acuerdos con Ciudadanos.

Teniendo en cuenta que Rivera sabe que corre el peligro de convertir a Ciudadanos en la muletilla del PP si juega mal sus cartas -los populares siguen estando de corrupción hasta las cejas y lo que te rondaré morena-, a Rajoy más le valdría empezar a plantearse abordar algunos cambios en su partido y en su gobierno, empezando por introducir las primarias abiertas en la elección de sus candidatos.

Bien visto, tampoco es para tanto en términos democráticos. Cosas peores se han visto; por ejemplo, pasar del "¡Pujol, enano, habla en castellano!" a hablar catalán en la intimidad, ¿no?

 

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