Entre leones

Los nenucos

En el mundillo político y empresarial español, tras los resultados electorales del pasado 24-M y los posteriores pactos en el seno de la izquierda, el ‘hola don Pepito, hola don José‘ de los payasos de la tele viene a ser ahora algo así como:

-Estoy preocupado por España, espeta el señor X.

-Yo estoy muy preocupado por España, replica el caballero Z.

La X y la Z de toda la vida de Dios.

A esta lluvia fina de españolismo responsable, el PP ha añadido varias estrategias más para intentar recuperar los dos millones y pico de votos que se ha dejado en la gatera por su mala cabeza y, sobre todo, por no saber entender que donde está la olla no se puede meter la mano bajo ningún concepto.

La primera de ellas ha consistido en rebuscar en los twitter y en el historial judicial –le ha faltado tirar del NO-DO más reciente- cualquier desbarre de los podemos para desacreditarlos ante la opinión pública española desde el minuto uno. ¿Cien días de cortesía y confianza? Ni un segundo de tregua: la guerra es la guerra, que dijo Álvarez Cascos en el Pleistoceno democrático.

Todo para que Rajoy pudiera citar el pasado miércoles, en la sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados, a Madrid como paradigma de la España instalada en la radicalidad.

Y, claro está, para situar al secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, al frente de la extrema izquierda que gobierna en más de media España y culparlo de ser el artífice de esta nueva versión marianista del ‘España se rompe’. Pobre mío, con lo liberal y malqueda que resulta.

Paralelamente, a trancas y barrancas, Rajoy ha remodelado la dirección del PP, poniendo a su jefe de gabinete, Jorge Moragas, al frente de la próxima campaña electoral y del partido. En fin, Cospe, enterrada políticamente en vida en Génova sin unos grandes almacenes a mano.

La elección del tal Moragas debe ser por ese toque juvenil que siempre le confirió esa mochila de cuero de Ubrique que le acompañó cuando era un reputado activista anticastrista y un diputado dicharachero y tocapelotas.

Y ha colocado al frente de la comunicación del PP -por lo visto era lo que estaba fallando- a un jovenzuelo llamado Pablo Casado, que es tan emergente como los líderes de Podemos y Ciudadanos. Además, por lo visto, no tiene pedigrí facha sino republicano.

Casado tiene un marrón por delante de muy señor mío. Cambiar la política de comunicación del PP pasa por despedir a la pléyade de tertulianos paniaguados y profesionales independientes de la información que, a lo largo y ancho de esta legislatura, han sido los apuntaladores de esa imagen chulesca y prepotente del Gobierno: en vez de criticarla han optado por la práctica del cunnilingus sin anestesia. Han practicado una propaganda tan burda de la marca de la gaviota que, al final, solo han cosechado desafección a raudales.

A ver qué hace este muchachito con la señora periodista o lo que sea que le preguntó en un programa de TVE, entre risas y chanzas, a la vaticana Paloma Gómez Borrero cómo olía Pablo Iglesias. De entrada, debería de retirar del argumentario no escrito del PP eso de que los podemos y compañía, aparte de ser unos rojos peligrosos, son unos guarros.

No vaya a ser que la gente acabe pensando que en las filas populares solo sudaba Bárcenas cuando tenía que cambiar la caja b de un paraíso fiscal a otro. Los demás, incluido Rajoy, puro Nenuco.

A la espera de los cambios en el Gobierno, que visto lo visto en el parido no darán para mucho, todo hace indicar que Rajoy solo cosechará con los cambios un nuevo enemigo: la asociación española de productos cosméticos. Un error estratégico gravísimo este encontronazo. Estos señores, expertos en maquillajes y camuflajes, podían haberle ayudado, con un lifting de urgencia, a no parecerse cada día más a aquel ZP de los últimos años que no se enteraba de nada.

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