Entre leones

Banderazo en los morros

La campaña del PP de tachar de "radical" al líder del PSOE ha muerto con el banderazo de España que propició el pasado domingo Pedro Sánchez en la presentación de su candidatura a la Presidencia del Gobierno.

La estrategia popular de menoscabarlo por los pactos municipales suscritos por el PSOE con Podemos y otras fuerzas de izquierdas tras las elecciones municipales y autonómicas tenía las patas muy cortas, sobre todo si se refrescan los pactos suscritos por el PP en el pasado: hasta con el GIL, símbolo de la corrupción sin complejos, se entendió el partido de Génova en algunas poblaciones de la Costa del Sol a partir de 1999.

A esto hay que añadir los acuerdos con CiU y Pujol tras los comicios generales de 1996, cuando Aznar se vio obligado a reconocer que hablaba catalán en la intimidad para poder gobernar. Y también están los continuos guiños al electorado de extrema derecha –algo de radicales tienen los franquistas, antiabortistas, etc., ¿no?- para que se integrara en la casa común de la derecha en las elecciones legislativas de 2000.

Pero el banderazo de Pedro Sánchez viene a dejar claro que el PSOE asume como propio uno de los símbolos del Estado y le disputa al PP, que se creía dueño y señor de la bandera de España, un patriotismo cívico alejado del patrioterismo instrumental, con reminiscencias franquistas en muchos casos, del que ha hecho gala el PP cuando se le ha llenado la boca de España.

El líder del PSOE ha refrescado para los socialistas ese patriotismo integrador con el banderazo de su presentación. Tanto es así que el secretario general del PSC, Miguel Iceta, lo encajó como propio, como un símbolo de la España federal que debe sacar a la España actual de la grave crisis territorial en la que aún se encuentra, una vez que se acometa la ineludible reforma de la Constitución.

En ese patriotismo integrador caben incluso esos nuevos partidos políticos emergentes de izquierdas –y por supuesto, Ciudadanos- que el PP descalifica por tierra, mar y aire con muy malas artes y sin enterarse de que su presencia en ayuntamientos y comunidades autónomas está sustentada por la voluntad popular.

El mismo líder de Podemos, Pablo Iglesias, ha hecho gala de un patriotismo cívico similar en un intento por dejar claro que los votantes de su formación son tan buenos españoles como los españoles que votan al PP y al resto de las formaciones políticas. ¿O es que son peores?

Ahí, en ofrecer un paraguas común, amplio y sin complejos, reside el éxito del banderazo de Pedro Sánchez. Antes, como he dicho, impulsó los acuerdos de izquierdas con decisión, sabiendo interpretar en su justa medida el sentir de las urnas y desoyendo a una derecha económica que, con algunos aliados internos en el propio PSOE, le apremiaban a suicidarse políticamente pactando con el PP. Eso sí, por el bien de España.

Así las cosas, con esos acuerdos y el banderazo en los morros del PP y algunos de los suyos, Pedro Sánchez ha puesto rumbo a La Moncloa. Los pactos en el seno de la izquierda le abren la puerta al voto útil de la propia izquierda en noviembre, y la presentación con la bandera de España, aliñada con un discurso eminentemente socialdemócrata, le instaló en la moderación y la centralidad.

Si a todo eso unimos que los primeros nombres que han trascendido de su Gobierno en la sombra tienen muy buena pinta -y Susana Díaz no parece cuestionar ya de forma tan descarada la unidad de acción del PSOE-, pues el camino lo tiene bien allanado para convertirse en el próximo presidente del Gobierno.

Desde luego, Jordi Sevilla, descabalgado injustamente por Zapatero del Gobierno y situado por Pedro Sánchez al frente de Economía e Innovación en su Gabinete en la sombra, debería servir para que los empresarios siguieran a lo suyo, que es ganar dinero y crear puestos de trabajo, sin caer en la tentación de salvar a España de los españoles inmiscuyéndose en política como están haciendo de forma descarada algunos de sus representantes más significados.

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