Entre leones

Guerra, otra vez guerra

Pocos días después de que ETA anunciara una tregua para "los electos de los partidos políticos de España" en 2005, estuve varios días en Bilbao. Entrevisté, entre otros, al presidente de la Fundación Sabido Arana, Juan María Atutxa.

El peneuvista, uno de los políticos vascos con más atentados frustrados de ETA a sus espaldas durante su etapa como consejero de Interior, estaba exultante. Se fotografió con una amplia sonrisa junto a un calendario con el 18 de junio, día del inicio de esta nueva tregua.

Atutxa se mostró convencido de que esta sería la definitiva, que se acabaría, esta vez sí, la pesadilla que llevaban 50 años compartiendo la sociedad vasca y española.

Y me hizo una reflexión sobre el diálogo como principal arma para acabar con la barbarie que me resultó entonces muy esclarecedora: "Si metes en un barco a todos los miembros de ETA y a todos sus simpatizantes y lo hundes en el Atlántico, no acabarás con el terrorismo etarra sino que sólo lograrás que rebrote con más fuerza".

Algo por estilo debe pensar el ex primer ministro francés, Dominique de Villepin, que tras la masacre provocada por el Estado Islámico en París se mostró radicalmente en contra de emprender una guerra contra esta mutación estatalista del yihadismo de Al Qaeda.

Como ya defendiera ante el Consejo de Seguridad de la ONU el 14 de febrero de 2013, siendo ministro de Relaciones Exteriores de Francia, De Villepin hizo un alegato inteligente contra las guerras como parte de "un engranaje" que, como ha ocurrido en Iraq, Afganistán o Libia, solo llevan a más guerras, crean Estados fallidos y legitiman a los más radicales.

El ex primer ministro francés se mostró convencido de que la guerra que Francia y el resto de la comunidad internacional van a emprender contra el Estado Islámico en Siria e Irak está abocada al fracaso, porque ni hay forma humana de vencer a un terrorismo con tan amplia base social.

El dolor, el odio y el miedo que han generado los atentados de París hacen impensable una reacción que no sea la guerra contra estos despiadados asesinos.

Pero no estaría mal que en estos momentos de rabia pudiéramos reflexionar sobre las causas de este terrorismo yihadista que se ha colado en nuestras civilizadas vidas para masacrarnos en el nombre de Alá y su profeta.

Sin duda, uno de los principales focos del odio que aprieta el gatillo de los kalashnikov y los detonadores de los suicidas sigue siendo un siglo después el conflicto israelo-palestino, que, tan solo en la confrontación de 50 días del verano de 2014, arrojó más de 500 muertos –casi un 40% niños y mujeres, y más de un 70% de civiles-, tras más de 5.000 cohetes balísticos surcando los cielos de la Tierra Prometida y destruyendo casi 2.000 viviendas en Franja de Gaza y provocando 20.000 desplazados.

No estaría mal acabar definitivamente con esta llaga supurante en el corazón de una región en guerra permanente. Estamos obligados a poner punto y final a este caudal incesante de tensión. Debemos apagar de una vez la mecha que enciende la inhumanidad.

De la misma forma, tampoco está de más, tal como recomienda la escritora británica Karen Armstrong, en su biografía sobre Mahoma, que "si los musulmanes necesitan entender nuestras tradiciones e instituciones occidentales, nosotros necesitamos deshacernos de algunos de nuestros antiguos prejuicios sobre una religión y una tradición cultural que no se basaba en la espada –pese al mito occidental- y cuyo nombre, "islam", significa paz y reconciliación".

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