Entre leones

Alergia a los universitarios

Íñigo Méndez de Vigo hubiera sido un buen ministro de Asuntos Exteriores. Mucho mejor que José Manuel García-Margallo, cuyas dotes diplomáticas brillan por su ausencia pese a que la propaganda de pago diga lo contrario. Al menos, nunca hubiera puesto en marcha la maquinaria ministerial, incluidas las embajadas, para marcarse el pegote de un último libro, escrito más desde los despachos que desde los aviones que tan poco le gustan.

Sin embargo, Rajoy colocó a Méndez de Vigo de número dos de Margallo, y cuando Wert creó un agujero negro en el Gobierno lo aterrizó sin paracaídas en Educación y Cultura.

El presidente del Gobierno mató dos pájaros de un tiro, ya que las relaciones que mantenía Méndez de Vigo con el titular del Palacio de Santa Cruz no eran ni estrechas ni cordiales. Y eso que en el pasado compartieron bancada en el Parlamento europeo y bufete de abogados. Uña y carne, vamos.

En los pocos meses que lleva en Educación y Cultura, dada sus buenas maneras, Méndez de Vigo ha estado muy aseado, exhibiendo buen talante a diestro y siniestro.

Todo a pedir de boca hasta que le salió la vena elitista que le viste y calza, y dijo en el foro hispano-alemán que en España hay "demasiados universitarios y pocos alumnos de Formación Profesional".

Para el ministro, "va demasiada gente a la Universidad, y tenemos que equilibrar".

Méndez de Vigo no ha dicho nada nuevo. El Gobierno, con los continuos recortes en becas y el aumento de tasas incluso en plena crisis, ha defendido esas mismas tesis presupuestariamente durante toda la legislatura.

De hecho, Wert, que veía la educación como una cantera para nutrir a las empresas con chavales buenos, bonitos y baratos y no como un proceso para conseguir ciudadanos mejor preparados, hizo todo lo posible por revertir esa situación, e impuso las condiciones para que los hijos de los trabajadores con expedientes de medio pelo pusieran rumbo a la FP.

Eso de estudiar en la Universidad, siempre pensó, era para los que alcanzaban la excelencia entre los caninos y para los hijos con padres de rentas más altas, que podían estudiar donde les saliera del taco.

En plena precampaña electoral, el PP medio se ha rasgado las vestiduras ante las palabras de Méndez de Vigo, y su vicesecretario general de Sectorial, Javier Maroto, ha actuado de traductor simultáneo del titular de Educación: "Lo que seguramente el ministro ha querido decir y no puede recogerse en una sola frase es que la Universidad y la Formación Profesional no son enemigos; al revés, son complementarias, que construyen país".

Pero lo que más me irrita del PP, es que ahora pide que se bajen las tasas universitarias para que en España cualquier ciudadano pueda estudiar en la Universidad "independientemente de sus recursos económicos".

Y que defienda cualquier pacto que se ponga a tiro, por la Universidad, por la FP e incluso por la Educación, cuando la pasada legislatura le negaron el pan y la sal al acuerdo nacional que planteó Ángel Gabilondo, el más serio intento por consensuar un modelo educativo sólido y duradero que ha existido en nuestra democracia para poner fin al movimiento político pendular que ha zarandeado y convertido la formación de nuestros hijos en un guirigay.

Menos lobos, caperucita. Y lo dicho dicho, Méndez de Vigo hubiera sido un buen ministro de Asuntos Exteriores.

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