Entre leones

Robespierre tendrá que esperar

En el PSOE gusta decapitar al líder en la plaza pública cuando las cosas le vienen mal dadas. Es casi una tradición cainita que los socialistas llevan en los genes. Pero la aplicación de la vía Robespierre no resulta tan sencilla. A veces sale el tiro por la culata, y los organizadores tienen que envainarse la guillotina.

Eso pasó la noche del 25 de marzo de 2012, cuando el entonces líder del PSOE andaluz, José Antonio Griñán, se salvó por la campana con unos resultados electorales que cerraron el paso a la presidencia de la Junta a Javier Arenas.

En el hotel sevillano donde el PSOE esperaba el dramático recuento de votos estaba todo preparado para sacrificar a Griñán si Arenas conquistaba el Palacio de San Telmo. Bueno, en primer lugar, le hubiera cortado la cabeza a una muchacha llamada Susana Díaz, que era más mala que un rajón para los rubalcabistas, chavistas, gasparistas y pizarristas.

La guillotina en perfecto estado, y la sustituta de Griñán, Micaela Navarro, esperando tomar el bastón de mando del socialismo andaluz esa misma noche. Todo muy afilado para que nada fallara.

Tres años después, otro acto de decapitación estaba previsto en el socialismo democrático español. Si los resultados electorales hubieran sido muy malos, Robespierre hubiera actuado la misma noche del 20-D contra Pedro Sánchez.

Alineada con el ‘se muere o lo matamos’, Micaela Navarro andaba de nuevo por allí. Esta vez, como presidenta del partido.

Si los resultados hubieran sido muy malos, pues Susana Díaz, tal como han ido contando ella y sus colaboradores a diestro y siniestro en plena campaña electoral, hubiera tomado el AVE a la mañana siguiente para ejecutar a Pedro Sánchez a la hora del aperitivo en plena calle Ferraz.

Pedro Sánchez ha salvado los muebles, pese a que lo ha tenido casi todo en contra, incluido algunos conmilitones como la lideresa andaluza, que ha puesto a trabajar hasta a sus escribanos de cabecera contra su secretario general, contra su candidato presidencial.

Pero Susana Díaz tendrá que esperar otra oportunidad para ejecutar el acto jacobino más genuino, y las cañas empiezan a tonarse en lanzas contra ella.

Mientras encuentra otra oportunidad para practicar su juego conspiratorio favorito, la presidenta andaluza debería aprovechar este impás para gobernar, aunque sea de vez en cuando, aunque sea para que algunos consejeros dejen de cuchichear.

Tampoco le vendría mal algo de terapia para controlar el impulso de llamar a directores y a periodistas de relumbrón para convencerles de que, por ejemplo, ‘Pedro Sánchez no gana ni de coña’. Eso le está generando muy mala prensa porque la deslealtad es deslealtad aunque se vista de Susana.

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