Entre leones

Titiriteros y tahúres

De acuerdo. El guiñol La Bruja y don Cristóbal no debió programarse como una obra infantil aunque fuera dentro de los actos del Carnaval. El director artístico del Ayuntamiento madrileño ha sido destituido, y la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, ha lamentado la exhibición, ha pedido públicamente disculpas y ha abierto una investigación interna para depurar todas las responsabilidades posibles.

Pero eso de que a los titiriteros los haya mandado un juez de la Audiencia Nacional a la cárcel a petición de la Fiscalía, que les acusa de enaltecimiento del terrorismo y de un delito cometido con ocasión del ejercicio de derechos fundamentales y de las libertades públicas garantizadas por la Constitución, es toda una pasada frenada.

Lo de enaltecimiento del terrorismo por el cartelillo ‘’Alka-ETA’ es un chiste.

Puede gustar o no, pero no es más que una broma, una bufa en el contexto carnavalesco donde la mayoría de los personajes suelen tener un punto esperpéntico.

La obra en sí, con sus crímenes de guiñol de cartón piedra, hay que situarla dentro de unos parámetros donde caben la irreverencia, el sacrilegio y cualquier otro desbarre que sirva para reírse incluso de uno mismo. Eso es Carnaval.

Ni en la Cuaresma enfilando hacia la Semana Santa La Bruja y don Cristóbal merece este matar titiriteros a cañonazos.

La puesta en libertad de los dos titiriteros, basada en que ha desaparecido el riesgo de fuga, es la prueba de que la justicia también se viste de cachondeo en estas fechas tan carnavalesca.

Pero del ‘caso guiñol’ me sorprende la capacidad de la derecha política y mediática para rasgarse las vestiduras con cada actuación desajustada del Ayuntamiento de Madrid.

Es verdad que hay una propensión a la carajotada en el equipo de gobierno de Carmena. Pero no es menos cierto que el PP y sus mariachis le pone el listón siempre por las nubes. Y cuando estaban ellos, nada tenía importancia, todo eran desajustes menores o daños colaterales de betadine y tirita.

Eso precisamente ha pasado. Todos los peperos desde el sargento chusquero para arriba se han lanzado como lobos contra los titiriteros y contra la delegada de Cultura del Ayuntamiento de Madrid. Esperanza Aguirre, los ministros de Justicia, Sanidad e Interior, el tal Casado, etc., se han vaciado en reproches políticos y morales.

Eso sí, cuando le toca a ellos, lo dicho: bajan el listón hasta dejar el asunto en pelillos a la mar. Eso ha ocurrido con la Operación Taula en Valencia. Que diez concejales del PP y 20 asesores estén ya imputados en este nuevo caso de mangancia vitaminada, no ha valido para mandar a Rita Barberá, la alcaldesa de España, sine die detrás de los visillos de su casa.

No, la han incluido en la Diputación Permanente del Senado para premiarla con más aforamiento por los servicios prestados como tahúr en la capital del Turia.

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