Entre leones

Iglesias más grandes han caído

El primer debate de investidura de Pedro Sánchez ha dejado claro que España no es un país para pactos.

El acuerdo de PSOE-Ciudadanos no sumó ni un diputado más de los 130 de los dos grupos.

Pero el debate en sí resultó muy interesante para ver de qué pasta están hecho los cuatro principales líderes políticos de nuestro país.

Mariano Rajoy se presentó en modo faltón, entre irónico e insultante. Construyó su discurso con dinamita para los pollos contra Pedro Sánchez. Por momentos, dio la sensación de que se estaba despidiendo desinhibido, bajo la máxima de ‘para lo que me queda en el convento, me cago dentro’. Lo suyo fue un cúmulo de desbarres, algunos incluso graciosos y otros con muy mala baba.

Gustó tanto a los suyos porque la derecha española se identifica con ese desboque arrabalero y chulesco cuando le vienen mal dadas, cuando le toca perder. Es una reacción congénita de mal pagador.

Descontado Rajoy, que ni tan siquiera se esforzó en guardar las formas por si sonara finalmente la flauta de la gran coalición, el discurso más controvertido lo pronunció Pablo Iglesias, que alcanzó el clímax cuando se adentró en el pasado siglo para salpicar de cal viva al mismísimo Felipe González. Y lo hizo como desagravio a Julio Anguita, a Gerardo Iglesias y a Labordeta (¿?).

Iglesias, cada vez más ególatra, cada vez más engreído, dinamitó todos los puentes con el PSOE, y situó a Podemos como una izquierda radical, desabrida e inútil, incapaz de pactar más allá de su ombligo.

Sin embargo, pese a que abrió un abismo entre Podemos y el PSOE, la volatilidad de su discurso y la política en sí misma hacen que nada sea imposible, y que, al igual que se dio un beso espectáculo en los morros con el portavoz de En Comú Podem, Xavier Doménech, pueda finalmente estrecharle la mano a Pedro Sánchez y a Albert Rivera para sellar un pacto de legislatura a tres en aras de una regeneración democrática inaplazable. En fin, Iglesias más grandes han caído.

Por su parte, Albert Rivera demostró que otra derecha es posible en España. Una derecha profundamente democrática, sin residuos franquistas y capaz de pactar a izquierda y a derecha sin prejuicios, en base a un paquete de reformas que permitan a España superar la grave crisis institucional y territorial en la que está sumida.

Por último, Pedro Sánchez demostró de entrada que el socialismo democrático español tiene un líder cada vez más grande y cada vez más ancho. Si barones y baronesas lo dejan trabajar, llegará tarde o temprano a ser presidente del Gobierno. Susana Díaz debería dedicarse ya a gobernar en Andalucía en vez de promover una conspiración permanente contra él.

El líder del PSOE también ha puesto de manifiesto una gran determinación para capitanear la regeneración democrática que necesita urgentemente el país.

Hecho a sí mismo, el madrileño ya no está en construcción, está maduro para ponerse al frente de otra España, de una España al servicio de los españoles.

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