Entre leones

Se llaman gibraltareños

En su discurso en el Parlamento británico, ante los Lores y los Comunes, Felipe VI defendió "las ventajas de la unidad europea" y destacó que "el proyecto de integración ha traído una estabilidad y una prosperidad sin precedentes".

Eso sí, previamente, el monarca español respetó "plenamente" la tocata y fuga británica de la UE.

Como es natural, el Rey de España también reclamó para los emigrantes españoles que trabajan en Reino Unido "confianza y certidumbre", y rindió tributo al español Ignacio Echeverría "que, como otros, británicos o no, tuvo un comportamiento ejemplar" frente al terrorismo.

Con todo, a mi juicio, lo más relevante de todo el discurso es lo primero, la defensa que hizo de la UE en un país que decidió en referéndum abandonarla.

Sin embargo, para determinados medios –cuanto más de derechas, mayor despliegue-, el asunto de Gibraltar resultó mollar. Todos coincidieron en la determinación del Rey a la hora de exigir una solución para el Peñón.

Eso sí, nadie duda que el discurso de Felipe VI sobre el Peñón fue mucho más moderado que cuando el 20 de septiembre de 2016 dijo en la Asamblea General de la ONU que "Gibraltar es la única colonia existente en territorio europeo (...); invito al Reino Unido a poner fin a ese anacronismo con una solución acordada".

En esta ocasión, el jefe del Estado reclamó "el diálogo y el esfuerzo" a Madrid y a Londres para "un acuerdo que sea aceptado por todos".

De nuevo, como viene siendo tradición de la diplomacia española, España se olvidó de Gibraltar y de sus 32.000 habitantes, que se llaman gibraltareños.

Ignorándolos de nuevo, en virtud al convencimiento de que darles voz y voto a los gibraltareños en el cambio de estatus del Peñón va contra los derechos inherentes a la soberanía territorial española, el Gobierno español la volvió a pifiar. En este caso, en el discurso mismo del Rey ante las dos cámaras del Parlamento británico.

No se sostiene por más tiempo esa afición española un tanto hipócrita por subrayar las buenas relaciones con los británicos y por despreciar a los gibraltareños. ¿Cómo se va a alcanzar un acuerdo que sea "aceptado por todos" si no se cuenta con los gibraltareños?

Por eso, porque es imposible, ya va siendo hora de que la diplomacia española, esa misma que lleva 300 años fracasando estrepitosamente, asuma que los gibraltareños tienen vela en este entierro, que están obligados a hablar con ellos.

Los partidos políticos se tienen que aplicar el mismo cuento. ¿Es comprensible que en una comisión parlamentaria española sobre el Brexit no se invite a comparecer al ministro principal de Gibraltar, Fabian Picardo?

Ya estuvo en una comisión del Parlamento Europeo y no provocó ninguna crisis en Bruselas, ¿no?

Y el Gobierno debe dejar de envolverse en la bandera rojigualda, y poner las luces largas para poder practicar un patriotismo más inteligente a medio plazo. ¿Qué sentido tiene, por ejemplo, que los equipos de fútbol de Gibraltar tengan que jugar sus partidos internacionales en Faro, Portugal? ¿Por qué no se les deja que lo hagan en La Línea? ¿Qué recorrido político tiene semejante perejilada?

En fin, que sigan al menos el ejemplo sindical: CCOO, UGT y los sindicatos gibraltareños Unite The Union y GTA-NASUWT (sindicato de maestros) firmaron el pasado miércoles la constitución del Consejo Sindical Interregional del Sur (CSIR), cuyo objetivo será defender en Europa los intereses de los 12.000 trabajadores transfronterizos que trabajan en Gibraltar. Siete mil de ellos, por cierto, tan españoles como Felipe VI, Mariano Rajoy y Alfonso Dastis. ¿Se dará por aludida la Junta de Andalucía?

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