Entre leones

Comparecencia a ninguna parte

La comparecencia de Rajoy en el Pleno del Congreso para responder a la avalancha de casos corrupción que afecta al PP no sirvió de nada.

De hecho, el líder del PP no aclaró nada de nada. Hace un mes, en su declaración ante la Audiencia Nacional, al menos dijo que no se acordaba, que no recordaba, que no sabía, etc.

En esta ocasión, Rajoy se escudó en el terrorismo, el referéndum catalán y la consolidación económica para pasarse por el forro de los pantalones el interés de sus señorías por cualquier detalle de Gürtel, Púnica, Bárcenas, Caja b, Taula, Brugal, Auditorio, Palma Arena o el resto de porquerías populares.

Eso sí, retó a toda la oposición a que le presente una moción de censura. La parrafada del rentoy no tiene desperdicio: "Los sistemas constitucionales modernos han establecido un instrumento para exigir la responsabilidad política del Gobierno: la moción de censura". Y la vuelta de tuerca más: "Dicho de otra forma, la crítica al Gobierno por un hecho o una política concreta no determina la exigencia de una responsabilidad política. Para ello es preciso que la Cámara, por mayoría, retire la confianza al Gobierno y nombre a otro presidente. Es decir, que apruebe una moción de censura, tal y como exige la Constitución".

Solo le faltó remachar amenazando con utilizar a quemarropa al mismísimo Tribunal Constitucional para no tener que hablar de la mangancia vitaminada del PP en el Congreso de los Diputados en la comisión de investigación.

A Aitor Esteban, portavoz del PNV -uno de los diputados más sólidos que se pasean por la Cámara baja-, no le faltó razón cuando afirmó que la comparecencia de Rajoy valió, si acaso, para que Podemos calibrara a la nueva portavoz del PSOE, Margarita Robles –otra señoría de primerísimo nivel-; o quizás solo sumó en el apartado de gastos del Congreso de los Diputados, que tuvo que organizar un Pleno que no estaba previsto.

En todo caso, en cualquier país democrático de medio pelo, a estas alturas de la broma, la comparecencia de Rajoy sería absolutamente imposible. Y lo sería porque el líder del PP no estaría sentado desde hace muchas lunas en el banco del presidente del Gobierno tras los casos de corrupción que han afectado a su partido. Estaría en su casa o en cárcel.

¿Qué falla entonces realmente?

La Justicia española. Es más lenta que el caballo del malo (es supersónica cuando de por medio hay algún robagallinas) y practica a ratos el tancredismo intelectual. De ahí, por cierto, la conexión espiritual con don Mariano.

Mientras tanto, España de los españoles, esa que tanto preocupa al PP -la quiere tanto que hasta la saquea de vez en cuando para recordarnos que es suya y de nadie más-, está en manos de un señor que no debería estar donde está.

Pero lo peor es que está y que tiene que defendernos, con las alforjas vacías de credibilidad y sin fuerza moral, de todos los males que acechan a la Patria: los independentistas, los negacionistas del cambio climático y de la recuperación económica, los fuegos, los turistas, Donald Trump, el Estado Islámico, Kim Jong-un, los tertulianos, la tele basura... ¡Cuerpo a tierra que vienen los nuestros!

Menos mal que en la recámara del Estado español está Albert Rivera, líder de Ciudadanos y futuro mandamás de la derecha española (eso creen en Prisa).

Aunque es uno de los responsables de que Rajoy siga vivito y coleando y disfrutando a pensión completa del Palacio de La Moncloa, le da caña hasta en las comparecencias que no respalda. ¡Qué arte, qué poca vergüenza!

Mira que pedir al resto de la oposición que respalde la limitación de mandatos que pactó con el PP y que el partido de Génova 13 no quiere apoyar ahora. Ni siquiera amaga con romper el acuerdo de legislatura.

En fin, este muchacho Rivera llegará a ser un gran torero, como Velázquez, Gregory Peck y Felipe González. Al tiempo.

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