Entre leones

Pirómanos

Los incendios que azotan estos días Galicia, Asturias, Castilla-León y el norte de Portugal han dado una trágica tregua ante el monotema agotador de la deriva secesionista de Cataluña.

Como ocurrió con los últimos atentados de Barcelona, el fuego, que ha segado vidas –cuatro en Galicia y 36 en Portugal- y ha devastado montes y bosques –miles de hectáreas-, ha sido un chorro de cruda realidad, una nueva inyección de lo que en verdad importa ante esa tertulia interminable de los últimos meses sobre el problema catalán.

En mi caso, por mi militancia medioambiental cada vez más comprometida, la destrucción de nuestros montes y bosques es una tragedia en sí misma.

Además, la pérdida de vidas humanas y de animales, la destrucción de propiedades y de negocios aumentan mi desolación.

En el caso de los incendios en Galicia, que llegó a contar con 132 fuegos incontrolados en una noche, no me cabe ninguna duda de que la mano del hombre está detrás de la mayoría de ellos.

No creo sinceramente que a estas alturas tengan nada que ver con la recalificación de terrenos –la legislación no deja mucho margen-, y mucho menos con la industria maderera –en Galicia centra gran parte de su actividad en el norte y allí curiosamente escasean los incendios-.

En la zona sur de Andalucía, principalmente en las provincias de Huelva, Cádiz y Málaga, los incendios provocados se relacionan principalmente con el narcotráfico.

Le meto fuego por una punta, obligo a guardias civiles y policías locales a concentrar sus efectivos en el incendio y meto la droga por la otra punta.

No sé sinceramente si los narcos gallegos aprovechan estos días de 30 grados o más, de 30% de humedad y de vientos de 30% kilómetros para meter fuego como maniobra de distracción.

Teniendo en cuenta que el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, y el alcalde de Vigo, Abel Caballero, están convencidos de que los incendios han sido originados por pirónamos, a quienes tachan directamente de "terroristas" y "asesinos", y que la policía corrobora que la mano del hombre está detrás de los fuegos, no descartaría la hipótesis del narco.

Si a esto unimos una cierta fascinación en la Galicia rural por el fuego –algunos expertos hablan de un capitán cerilla en cada aldea-, pues blanco y en botella: los pirómanos habeylos, haylos.

Pero en el caso gallego hay que destacar también la falta absoluta de medios, suplida de mala manera por la solidaridad y el instinto de supervivencia de los vecinos –recordó aquellos días del chapapote-, ante un problema que las autoridades deberían haber considerado como estructural.

Además está la pifia política de prescindir de los retenes antiincendios el 1 de octubre, cuando el riesgo era aún entre alto y muy alto al no haber llovido prácticamente nada en septiembre.

Por cierto, es una gran falacia vincular los incendios a los miembros despedidos de estos retenes. Quien se juega profesionalmente la vida entre llamas, no suele jugar con fuego.

Y después está el deficiente mantenimiento de nuestros montes y bosques, incluidos los gallegos.

Antes de la llegada de la bombona de butano a los hogares españoles en los años sesenta, los carboneros y piconeros hacían una tarea de limpieza impagable a lo largo y ancho de la geografía forestal española.

El progreso se llevó por delante estos oficios y despobló esos espacios naturales intervenidos desde siempre por el hombre.

El Gobierno central y los gobiernos autonómicos no han sido capaces de introducir elementos correctores para mantener lo suficientemente limpios nuestros montes y bosques.

De hecho, el mundo forestal ha sucumbido ante la agricultura y la ganadería.

En fin, ya puestos, si queremos evitar estos incendios que están consumiendo la Tierra deberíamos elegir mejor a nuestros gobernantes, que, cuando defienden ideas negacionistas sobre el cambio climático y las legislan, resultan ser los pirómanos más peligrosos.

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