Entre leones

¿Por qué no le metemos fuego a la rotativa?

Profesionalmente, me crie en los años ochenta en un periódico centenario, DIARIO DE CÁDIZ, donde se respiraba periodismo en cada uno de los rincones de la sede central de la calle Ceballos, en 'Cádiz, Cádiz'.

Por allí habían pasado antes Augusto Delkáder y Manuel Martín Ferrán. Resonaban el verbo fino de los artículos de Fernando Fernández, de Cortadura a La Caleta, y las mil y una historias de un periódico que era el corazón de la ciudad con más arte del mundo.

Cuando aterricé en aquella redacción había "14 periodistas, de los que 24 eran unos hijos de puta", en palabras del redactor jefe, Higinio Sainz León, tras alterarle la siesta en plena redacción un golpe de colección mensual entablillada sobre mesa metálica ejecutada por un subordinado cabroncete.

Y lo primero que me mandaron fue que le cortara 50 líneas a un artículo de Emilio Romero. Después de costarme la misma vida el tajo, me acostumbré a cortar sin complejos.

Coincidí en esos momentos con gente enorme personal y profesionalmente: Carmen Morillo. Antonio Rivera, Emilio López, José Manuel Otero Bada, Rafael Moyano, Agustín Merello, Ignacio de la Varga, Paco Perea, Lalia González Santiago, Antonio Pérez Sauci, Ana María Rodríguez Tenorio, Jesús Collantes, Kiki, Juman, Bernet, Manuel Fossatti, Montserrat Barreiro, Ildefonso Olmedo, Inma Macías, Pepe Monforte, José Antonio Hidalgo, Antonio Díaz, Ignacio Valdés, etc.

Más tarde llegaron muchos otros: dos de mis maestros y hermanos, Juan José Téllez y Óscar Lobato, José Antonio López, Alberto Grimaldi, etc.

Pero donde estaba la pelea de verdad era en los talleres de aquel DIARIO DE CÁDIZ, controlados por UGT, con Juan Romero y Juan Flor a la cabeza.

Allí aprendí tanto y me sentí tan a gusto tan cerca de la rotativa que, con los años, siendo ya jefe de sección, me integré en el comité de empresa al presentarme con otros compañeros –Carmen Morillo y José Manuel Otero- y ganar por primera vez una candidatura no independiente entre los periodistas: éramos y somos de CCOO.

Recuerdo que cuando venían mal dadas –se atascaba la firma del convenio, aparecían los despidos y recortes, etc.-, Paco Camino, un montador de pletina, antiguo linotipista y el gachó que mejor hacía el gazpacho en Puntales, me preguntaba siempre por bajinis y con retranca gaditana: ¿Por qué no le metemos fuego a la rotativa?

Entre risas, Camino, emparentado con José Arcadio Buendía de cintura para abajo, me profetizó: "Si cedemos una vez, cederemos siempre, y nos irá mal a todos, a vosotros y a nosotros; nos veremos en el cementerio".

El Perú de los periodistas se nos jodió entonces, cuando no fuimos capaces de decir basta, cuando no tuvimos agallas de poner pie en pared ante los contables que tanto repugnaban a Kapuscinski. Sí, ellos se apoderaron de las redacciones y devaluaron el oficio hasta ponerlo en vías de extinción.

Y así está en los días que corren, muriendo poco a poco a medida que van desapareciendo los periodistas de raza, siempre carne de ERE, a manos directivos desaprensivos que les importa un carajo la verdad y la democracia.

Estos plumillas tienen más de 50 años y se les puede ver aún por los aledaños de la profesión, sustituidos por jovenzuelos de saldo, colgados de colaboraciones tercermundistas, mendigando tertulias construidas a base de cuota política, cobrando en la mayoría de los casos por debajo del salario mínimo interprofesional, dando clases magistrales en universidades que no dan ni para pipas, contando los duros días que aún les quedan para alcanzar la playa de la jubilación. Pero siguen siendo grandes, muy grandes, los más grandes, ¿eh?

Sin ellos, con la libertad de prensa reducida a cenizas por la crisis económica, con la precariedad cobrándose víctimas a diario, algunos presuntos profetas, sin saber que están malditos y sin un gramo de crédito, imparten lecciones a cuatro columnas, a golpe de chascarrillos y topicazos, sobre la prensa libre ante la posverdad: todo, para dejar constancia de que siguen con mando en plaza.

¿Prensa libre? Sí, prensa libre al servicio del que pase por taquilla, ¿no? ¿Posverdad? No, existen otras palabras en español –superchería, mixtificación o mistificación- y en hispanoamericano –trucho en argentino-, que vienen a significar eso, cochina mentira, y que deberían servirnos para acabar con este palabro que se suele pronunciar con lengua de serpiente y que los nuevos eruditos a la Violeta quieren incluir en el Diccionario de la RAE.

Volviendo a los periodistas de más de 50 años, mi paisana Elvira Lindo, en un artículo titulado La madurez, publicado en El País el 10 de octubre de 2012, preguntaba a quemarropa -después de elaborar un listado de ilustres personajes que, superada esa edad, estaban plenamente en activo en todas las disciplinas de las artes y el conocimiento-: ¿Por qué entonces se considera que los periodistas están acabados a partir de los 50 años? Quizás, solo quizás, estamos acabados porque nunca fuimos capaces de meterle fuego a la rotativa, ¿no?

Bueno, la verdad es que todavía somos jóvenes...

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