Entre leones

De hombres y mujeres rata

Tras perder las primarias socialistas de forma muy clara, Susana Díaz ha reaccionado poniendo en marcha su ‘plan b’ para intentar salir del agujero negro donde se metió ella misma y donde arrastró al PSOE andaluz.

Por lo visto, no tenía una alternativa preparada, pero la elaboró deprisa y corriendo en un intento por cumplir con el manual de este tipo de crisis, que aconseja pasar página cuanto antes por encima de cualquier otra consideración.

Dicho plan consistía básicamente en poner a Diego Valderas de coordinador de la Memoria Histórica, apuntando de camino un giro a la izquierda, y cambiar su gobierno en 24 horas.

Lo de Diego Valderas no le salió: afortunadamente el ex líder de IU en Andalucía acabó diciéndole que nones y nos evitó un gran disgusto a todos los que le queremos.

Sin dudas, está más que cualificado para el cargo, pero no era el procedimiento adecuado ni el momento político. Está bien que sigamos pensando que el onubense ni se compra ni se vende, que no puede ser objeto de una ocurrencia.

En cuanto a la crisis exprés de Gobierno indica un ‘mantenella y no enmendalla’ clamoroso, un ‘prietas las filas, recias marciales’ que tiene muy poco recorrido.

Desde luego, este blindaje, porque de eso se trata, de blindarse hasta el DNI, no le va a servir a Susana Díaz para alcanzar las playas de las elecciones andaluzas de 2019 con garantías de éxito.

Aunque habrá que darle los cien días de cortesía de rigor, el nuevo Ejecutivo andaluz adolece de lo mismo que el anterior: la falta absoluta de un proyecto político para Andalucía, la carencia de unas luces largas que alumbre el futuro.

Si a este hecho más que evidente unimos el espíritu taifa que le acompaña, la falta de un mínimo de autocrítica y la ausencia de cualquier signo de reconciliación y unidad en la organización andaluza, la cosa pinta mal, muy mal.

Y no entro en analizar en profundidad uno por uno a los miembros del Ejecutivo. Eso sí, me sorprende ver a Miguel Ángel Vázquez, hasta hace poco portavoz del Gobierno, como consejero de Cultura. Pero si Susana Díaz mantiene en sus garitas a Juan Cornejo y Máximo Díaz Cano, otros dos consejeros principales del fiasco, la verdad es que tampoco debería extrañarme tanto esta apuesta de perfil bajo por la cultura andaluza.

Pero la prueba de que pintan bastos entre San Telmo y San Vicente es el florecimiento repentino de los hombres y las mujeres rata, que hace nada eran fanáticos servidores de la causa de la lideresa andaluza y que ahora empiezan a enseñar la patita de la traición.

Sí, son una subespecie del género humano, chaqueteros desde chiquititos, difamadores profesionales, portadores de bulos, representantes de montañas de mierda, mercenarios de dimes y diretes.  De esos que donde dicen digo, dicen Diego, creyendo que el personal es gilipollas o está afectado por un alzheimer universal especializado en cuestiones políticas.

Ellos nunca pierden. Son más papistas que el Papa. Traicionan a diestro y siniestro para continuar flotando en los ríos de mamandurria. Nacieron mamando sopa boba y se quieren llevar una última ración a la tumba. Se venden al mejor postor por un plato de gambas a la plancha.

Y ahora, guiados por un genuino olfato de hombre rata, se desembarazan del susanismo para abrazar más pronto que tarde el pedrismo.

Los escucharán, muy ufanos, hacer leña del árbol caído: "Si ya lo dije yo, Susana Díaz era una ruina para el partido. Yo nunca fui de ella, y si lo fui, fue sin querer".

Y, por supuesto, dicen: "Yo siempre fui de Pedro Sánchez. ¡Qué gran secretario general!".

A mí, que no soy nada susanista, como ha quedado meridianamente claro en estos últimos años, y que nunca he tenido miedo a perder, los hombres rata me dan asco, y Susana Díaz, ahora que sus días de gloria están tocando su fin -o no, que ella cree en los milagros-, me da pena.

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