Entre leones

El callejón de los piratas

Todo apunta que la caída de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, ha sido un ajuste de cuentas. Con albaceteñas de la mejor calidad de por medio.

Desde que el ex secretario general del PP madrileño y mano derecha de Esperanza Aguirre, Francisco Granados, declarara el pasado mes de febrero en la Audiencia Nacional que Cifuentes tenía un lío sentimental con Ignacio González y que ella era las manos y los oídos del ex presidente madrileño, a la rubia nacional le ha caído encima el máster de estraperlo (4 de abril) y el vídeo mangando unas cremas en Eroski (25 de abril)

Blanco y en botella, ¿no? Para que nos entendamos, más Palermo que Madrid.

Pero a mí que a Cifuentes la quisieran mucho o poco en su partido me importa un bledo. Al parecer, solo contaba con el apoyo de María Dolores de Cospedal. Hasta Soraya Sáenz de Santamaría, que a mi juicio es lo único presentable que le queda al PP, la tenía atada en corto.

Y después, claro, estaban Aguirre, González y Granados (AGG), un tridente muy experimentado en líos de vigilancia, contravigilancia y dosieres. Duchos en navajas traperas, cloacas y áticos de lujo.

Pero lo dicho, que con su pan se lo coman. A mí lo que me indigna –moderadamente- es que Cifuentes era una cleptómana y nutría su currículum con un máster de pego cuando Mariano Rajoy la colocó en 2012 como delegada del Gobierno en Madrid.

En este puesto destacó por su firmeza y por capitanear una policía que repartió palos a diestro y siniestro para reprimir las numerosas protestas sociales que generó la gestión mezquina y antisocial de la crisis que hizo el Gobierno del PP.

No le tembló el pulso. Eso sí, muy progre, muy liberal, muy agnóstica, muy motera, muy republicana, pero desde chiquitita de Alianza Popular. Y la cabra, ya sea sabe.

Tres años después, en plena descomposición del PP madrileño, Rajoy la aupó como cabeza de lista para la Comunidad. Consiguió que los populares fueran los más votados, y Ciudadanos, siempre tan bisagra y tan servicial, la colocó en la Puerta del Sol por el bien de España, la copla española y los boquerones en vinagre.

Pero vamos a lo que vamos: ¿Era compatible mangar en Eroski y ser delegada del Gobierno en Madrid?  ¿Si hubiera sabido la ciudadanía que Cifuentes se agenció un máster con menos papeles que un conejo de campo, la hubiera votado en Madrid?

Pues después de este epílogo de Los Soprano, no pasa nada. El PP le ha dicho que se vaya y pondrá a algún propio para sustituirla. Ciudadanos, que es la derecha radical que quiere cerrarle el paso a la izquierda radical como parte de una misión divina ultraliberal, tragará, tal como van contando por los callejones y otros mentideros sus patrocinadores. Y-aquí-no-ha-pasado-nada-de-nada-picha, y a seguir mangando a dos manos.

Una súplica final: al sustituto háganle un chequeo en condiciones; requísenle hasta los vídeos caseros y escolares. No vaya a ser, tal como dice mi amigo Antonio Cabrera, que le robara en su día el Tigretón al compañero de bancada, y nos metemos de nuevo en el callejón de los piratas, que empieza en Génova 13 y termina en el 13 de Génova

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