Entre leones

Pepe y las cositas buenas

Últimamente había pensado en varias ocasiones en él. Leyendo Reportero. Memorias del último gran periodista americano: Seymour M Hersh) me acordé de Pepe.

Y el pasado fin de semana viendo The Post, la historia de los Papeles del Pentágono que Steven Spielberg lleva a la gran pantalla con Tom Hanks y Meryl Streep como Ben Bradlee y Katharine Graham, respectivamente, me volví a acordar de Oneto.

Me había enterado en agosto por mi mujer que lo habían operado de urgencia de una apendicitis chunga en San Sebastián, pero estaba convencido que por esas fechas se recuperaba ya en su casa tras un chapa y pintura algo más severo que los anteriores, bajo los cuidados de su querida Paloma.

El anuncio de su fallecimiento me cogió con el pie cambiado y me dejó desolado.

Por la noche, muy entristecido y con cuerpo muy bajito, le propuse a mi mujer volver a ver The Post y la vimos pero con un vaso de buen whisky para poder brindar por Pepe Oneto, y brindamos por uno de los periodistas más importantes de la Transición Democrática, donde libró batallas por la libertad en general y la libertad de prensa en particular, desde las trincheras de diario Madrid y las revistas Cambio 16 y Tiempo.

Era de los periodistas que, como dijo Bradlee ante la posibilidad de publicar los Papeles del Pentágono, hubiera dado el huevo derecho por publicar una buena historia. Era de los periodistas que siempre empujaron a las jóvenes generaciones a salir a buscar al elefante blanco para estamparlo a cinco columnas en portada.

Pero también lo hicimos por un ser humano excepcional, porque Pepe Oneto formaba parte de esos grandes periodistas que eran auténticos maestros y a la vez unas bellísimas personas.

Una rara avis teniendo en cuenta la gran cantidad de carajotes y malas personas que han convertido desde las alturas este oficio de héroes en una timba de contables.

En los últimos años compartimos varios viajes con un grupo de amigos y compañeros del Congreso de los Diputados a la provincia de Cádiz, Gibraltar y por supuesto al Parque Natural Los Alcornocales, el mejor espacio natural protegido de Andalucía.

Siempre lo recordaré enfrascado en las redes sociales, que le entusiasmaban, o colgado de esa sonrisa fácil que iba a juego con las camisas de mil colores que gustaba.

Charlar con él era un lujo: siempre llevaba la cestita repleta de cositas buenas, de bombazos de portada y de anécdotas picantes. Y las vendía con humildad y sencillez, sin darles importancia, sin darse importancia.

En los actos conmemorativos del bicentenario de la Constitución de 1812, en concreto en los del Teatro de Las Cortes en 2010 en San Fernando, comimos con él Fernando Santiago y yo en Los Tarantos. ¡Qué delicia de persona!¡Qué pechá de reír!¡Qué lección tan magistral de periodismo!¡Qué isleño más espectacular!

Una de las últimas veces que lo vi fue en una visita privada a El Prado que organizó Fernando Santiago gracias a José Pedro Pérez-Llorca, a la sazón entonces presidente del Patronato de El Prado. El lobby gaditano en Madrid estuvo casi al completo, incluidos los gaditanos que nacen donde les da la gana.

Paloma y él estuvieron departiendo con José María Izquierdo y su mujer. Qué lujo, qué estampa de grandes periodistas y de grandes personas, ¿no?

En poco tiempo, para nuestra desgracia, se nos han ido José Pedro y Pepe, al caer súbitamente en ese campo de minas que Félix Grande avisó que se no iría reduciendo hasta dejarnos solos ante el peligro.

Descansa en paz, y que Camarón te cante toda la eternidad por alegrías, maestro.

 

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