Entre leones

Una España de mamarracho

Recién recuperada la actividad política en septiembre, España sigue en el mismo callejón sin salida. De entrada, Pablo Iglesias, que necesita urgentemente encontrar un lugar comprensible en el Gobierno si no quiere meter a su partido en la UCI, amagó con vetar a Ciudadanos en la negociación presupuestaria. Después dejó el órdago en una discusión tributaria, y merced a tal acto de pragmatismo, Arrimadas continúa aprovechando sus días de ‘poli’ bueno de la derecha en beneficio de una formación que Albert Rivera dejó suicidada mismamente.

Poco después, Iglesias y todos los suyos se descoordinaron públicamente con la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, por una eventual baja remunerada a los padres cuyos hijos sean confinados sin ser positivos de COVID-19.

De derrama en derrama y tiro porque me toca. ¿Las arcas públicas serán como las fosas de las Marianas? Debe ser que dispararan con pólvora del Rey (emérito), que tiene arsenales por medio mundo: ahorrando por nosotros en lugares recónditos, en desiertos lejanos.

Casi a la par, Pedro Sánchez, con España rebrotada por los cuatro costados, cargó las tintas contra Madrid, que encabeza todas las estadísticas chungas incluso cuando las maquillan para evitar alarmarnos y avergonzar a la señora Ayuso.

Pero bien pensado, para alarmar al personal no necesita estadísticas ni otras vainas. Ella misma, embutida permanentemente en un famoso papel que encumbró a Lina Morgan, ya nos ha metido el miedo en el cuerpo al anunciar que todos los niños se van a infectar del bicho por muchas leches fritas de medidas preventivas que se adopten. Por cierto, a la presidenta madrileña le faltó reconocer que las colas kilométricas de profesores y personal docente para hacerles las pruebas serológicas tenían como objetivo principal lograr la inmunidad de rebaño allí mismo, en las colas. Una estadista de época, una viróloga cañón: niños, profesores y padres curados por un golpe de improvisación.

Ocupada Cayetana Álvarez de Toledo en sus últimos coletazos de portavoz despedida, Pablo Casado ocupó de nuevo todo el escenario político para decirle a Pedro Sánchez que nanai de la China, que llega bronceado pero en modo bloqueo.

Cuando España más necesita a esta derecha, dice de nuevo que no arrima el hombro, que no le queda ni una pizca de generosidad, que a él lo único que le pone es el ruido de las cacerolas y el ondear de las banderas.

Como excusa para seguir enrocado, el líder del PP insistió en que no negociará la renovación el Poder Judicial, el Tribunal Constitucional, RTVE o el Defensor del Pueblo mientras Unidas Podemos esté en el Gobierno. Casado El Constitucionalista, pasándose la Constitución de 1978 por el forro de los pantalones. Muy ilustrativo de una singular forma de derrochar patriotismo.

Pese a que hizo la carrera de Derecho de esa manera, algo exprés, digamos, este muchacho debería saber que lo suyo tiene un puntito prevaricador, ¿no?

En esta España nuestra donde los políticos en general no dan la talla, salvo excepciones, ya no se salvan ni la mayoría de los ciudadanos, que, visto lo visto, hemos seguido los pasos de Casado: nos hemos saltado a la torera las normas de la nueva normalidad.

Una vez que salimos del agujero del confinamiento de tres largos meses, la mayoría no hemos respetado las prevenciones que nos recomendaron las autoridades, con los más jóvenes, cariñosos con un trago o dos de más, a la cabeza de esta desobediencia civil de pura inconsciencia.

Y así las cosas, vamos camino de una segunda oleada: en el momento que las temperaturas bajen, tenemos otro lío y veremos a ver si no seguimos los pasos de Santoña con un salto atrás y un regreso a la cueva, hogar dulce hogar en una España de mamarracho.

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