Entre leones

Una sonrisa para Casado

A finales de julio estaba por Algeciras y llamé a mi amigo Miguel Alberto Díaz, ex secretario general de CCOO del Campo de Gibraltar, para tomar una cerveza. Hacía un Levante suave, como casi todos los días de ese caluroso mes, y fuimos a sentarnos en una terraza aledaña a la calle Ancha.

Allí compartimos un aperitivo con Manolo Triano, actual secretario general de CCOO de esta comarca gaditana, y su antecesora, Inmaculada Ortega, y Jesús, un dirigente de CCOO de Aqualia. No es necesario que diga cuál es mi afiliación sindical, ¿no?

También estaba la hija de Manolo, que nada más ver mi reloj de Mickey Mouse le expresó a su padre que yo le caía bien. Y, por supuesto, estaba Andrés Castillo, secretario general del PCE del Campo de Gibraltar e incombustible dirigente de CC.OO. Con esa sonrisa eterna que siempre le acompañó, Andresito me comentó que leía mis artículos: la mayoría le gustaban, pero otros, no. Y hasta entonces esbozó una sonrisa; incluso en ese momento de reproche, derrochó esa bonhomía rayana en la santidad (laica, por supuesto). Era pura amabilidad. Era un revolucionario de terciopelo. No es necesario que diga quiénes son mis amigos, ¿no?

Pues bien, a principios de septiembre, Andresito murió de coronavirus tras estar ingresado más de una semana en la UCI del hospital de Algeciras.

Como le ocurrió a José María Calleja, falleció días después de empezar a fallarle los riñones. Cuando me lo comentaron, temí lo peor y desgraciadamente no me equivoqué.

La muerte de Calleja me dolió en el alma, pero la de Andresito me ha dejado devastado.

No entendía cómo una persona tan enorme, tan rebosante de humanidad y con un corazón de gigante, podía caer a manos de un bichito insignificante, mocroscópico y vulgar.

La muerte de este camarada se produjo un día antes del encuentro entre Pedro Sánchez y Isabel Díaz Ayuso en la sede la Comunidad de Madrid.

Preso del dolor de la pérdida, rumié malamente en los días posteriores la intentona. Me pareció vergonzosa la banderolada para un ‘vis a vis’ sin chicha ni limoná. Era como si dos niños grandes estuvieran jugando a los políticos en horario de prime time. No me cabe duda que Ayuso, estancada en uno de los míticos papeles de Lina Morgan, arrastró a Pedro Sánchez a ese cuadro naíf.

Pero teniendo en cuenta que fueron Iván Redondo y Miguel Ángel Rodríguez los ideólogos de la cosa –a cuál más de derechas-, demasiado bien salió la charlotada para el presidente del Gobierno, que ha estado poco fino en esta segunda ola: solo se enteró cuando se les resfriaron las gónadas.

Después, con la pelea entre el Gobierno y la Comunidad de Madrid, me entraron ganas de exiliarme, y de hecho lo hice en legítima defensa: me bajé a mi pueblo, a las cuatro esquinas donde me meaba cuando era chico, a la única patria verdadera y libre donde el azúcar es edulcorante. ¡Para que después digan que los diabéticos no podemos ser patriotas!

En fin, ya está confinado Madrid –la capital y diez ciudades de su área metropolitana-, aunque Casado, máximo responsable de esta estrategia de cuanto peor, mejor –Ayuso no deja de ser una tonta útil-, se resiste a aceptar unas medidas restrictivas que deberían haberse impuesto en la mayor parte de la Comunidad de Madrid justo después del verano.

Y no entra por el aro del sentido común porque sabe que el confinamiento de Madrid es el confinamiento de la España que hay dentro de España -es decir, la España que está dentro de Madrid, preferentemente en el cuadrante de Núñez de Balboa-, y por eso está detrás de esa denuncia infame y repugnante ante la Audiencia Nacional, que persigue tumbar judicialmente unas restricciones que salvarán vidas, que busca embarrar el terreno de juego y embarrarnos a los propios ciudadanos, que pretende culpar al Gobierno de la ruina económica que nos ha traído el COVID-19.

Casado y muchos de los suyos, tan patriotas, tan monárquicos, tan católicos, tan de orden, tan franquistas y tan corruptos, merecerían que una levantera bíblica pusiera la sede de Génova en Alcalá Meco. Mejor en Soto del Real, que les resulta más familiar, ¿no? Y, por supuesto, sellado con una sonrisa revolucionaria de Andresito. DEP.

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