La revuelta de las neuronas

El desafío es España, no Catalunya

El problema catalán es un problema español, más bien de la España incompleta. Que no se interrogacionmalinterpreten mis palabras, no niego que exista un sentimiento simplemente catalán y que no pueda imaginarse Catalunya como nación. Esta afirmación puede molestar a un sector del catalanismo y seguramente también, a quienes defienden la idea de España históricamente asociada a las élites, la España que no se construye por lo que es sino contra lo que dice no ser. ¿Qué es España? Todo lo que huela España, los que no son "rojos" (aquí entran muchos más de los que se identifican como rojos) ni "catalanes", todo lo que no es la "antiespaña." Ese es el problema de España que a su vez, explica el problema derivado de las naciones sin Estado y el complejo  que lleva a usar "estado de las autonomías" en lugar de "federalismo", o hablar de "nacionalidades históricas" en lugar de "naciones".

España se ha construido como un Estado satisfactorio y más o menos bien estructurado, lo que ha fallado es su construcción como nación, ahí el proyecto ha sido incapaz de articularse como una "comunidad imaginada" por todos los habitantes de un mismo marco territorial. Todos los intentos históricos por reordenar, integrar y reconocer otro proyecto de España que no estuviera basado en el pasado, en  leyes grabadas en piedra,  miedo, concentración, la España oligárquica en definitiva, han terminado fracasando: 1812-1868-1931. De ahí que, la respuesta tácita de la hegemonía dominante ante este tipo de crítica sea "si no te gusta España te vas", "el problema es que odias a España", "¿te sientes español?" Sin embargo algo, por poco que sea, se ha movido, ha resistido, ha perseverado y permanece como una capa freática de democracia que sube a la superficie cada cierto tiempo.

Sabemos que el origen actual de la encrucijada catalana se remonta al Estatut, al PP que lo llevó al TC y a la resolución del TC que lo tumbó después de que fuera votado, negando aspectos que se repetían en otros estatutos autonómicos que sin embargo nunca fueron impugnados. El problema fue quizás hacer un nuevo Estatut, sin haber cambiado previamente, la Constitución que negaba parte de ese documento. Pero esta historia, como decía al principio, no comienza en 2006 sino que es un problema intrínseco de la construcción nacional española que nunca supo definir su modelo territorial y social; los dos grandes ejes que (se le) atraviesan su historia. Quizás se debe a que la revolución burguesa fue abortada por la insistencia del absolutismo y por eso entre nuestras élites no hay rastro de liberalismo. Solo hay que ver quiénes y cómo han conseguido tener dinero en nuestro país: siempre pegados a la teta del Estado. Un país donde para avanzar un poco siempre ha habido que darlo todo, donde la cultura democrática brilla por su ausencia y cuando aparece lo hace de golpe, algo comprensible. La solución a lo que hoy vivimos no la pueden traer quienes han apostado y siguen apostando por esa España incompleta, los causantes no pueden ser capaces de ofrecer soluciones. Ante este problema que regurgita a lo largo de la historia se exalta la unidad de España, pero nunca se plantea que a lo mejor hay que cambiar España para no tener que reivindicar esa unidad contra lo que, con Hobbes, se considera enemigo al "rebelde".

Ese españolismo primario no es nuevo, se repite más que el ajo. En los tiempos de la II República cuando se estaba negociando el Estatut de 1932, aparece un panfleto repartido en Castilla llamando al boicot contra los productos catalanes. ¿Os suena de algo? El texto planteaba lo siguiente: "¡comerciantes! ¡pueblo! Hasta no saber a qué ateneros, no compréis productos catalanes. En este comercio, no admitimos la visita de viajantes catalanes o que representen casas catalanas, ínterin no sepamos el resultado de la discusión del Estatuto".

Podemos argumentar que las opciones independentistas (así como las de Ciudadanos y el PP) plantearon las elecciones del 27S como un plebiscito y no lo ganaron en votos, tal y como algunos independentistas planteaban como requisito previo para iniciar un proceso de desconexión con España. Pero siendo todo eso cierto, no resuelve el problema de fondo. Por supuesto podemos recordar –y debemos- a la mafia del 3%, los recortes y toda la corrupción, que es la misma pandemia que recorre toda España. Pero creo que es interesante levantar la vista más allá de los nombres y los actores concretos, para observar la tendencia y los problemas de fondo.  Lo que tenemos delante no es "el desafío soberanista", lo que tenemos es el desafío por definir qué es España, si decidimos enorgullecernos de la diversidad de identidades, de la riqueza lingüística en lugar de denostarla y verla como una amenaza. A más de uno seguro que le molesta que titule este artículo con "Catalunya" en lugar de "Cataluña".

Los problemas en democracia solo se solucionan con más democracia. Y no nos equivoquemos, la ley no es la base de la democracia, es la democracia la base de la ley, la que da sentido al ordenamiento jurídico, la que produce normas. Lo contrario significa fosilizar los marcos de convivencia al margen de los cambios materiales de la sociedad y proyectar al poder constituido como lo único que ha existido y lo único que puede llegar a existir. ¿Y si en el referéndum que apoya Podemos, los catalanes votan sí a la independencia? Voy a plantear la misma pregunta a la inversa: ¿y si llega un momento en el que un 60 o 70% de catalanes quieren irse, qué vamos a hacer? Hay que salir de la tormenta y este gobierno irresponsable, junto con el seguidismo de Ciudadanos y PSOE, solo empeora el temporal. En lugar de reproducir dinámicas de odio y resentimiento, tenemos que fomentar otras donde España se construya como nación desde el convencimiento y el reconocimiento. Sin complejos. Nadie quiere irse de donde hay democracia, de un país donde nadie esté forzado a quedarse, pero del que nadie quiere marcharse. Tenemos la oportunidad y la dificultad de llevar a cabo una tarea moderna en tiempos posmodernos, un encaje no solo de Catalunya, sino también un encaje democrático de todos y todas dentro de ese espacio multinivel que es Europa. Todo al mismo tiempo.

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