La revuelta de las neuronas

Lenin el publicista

Lenin_basket

 

"Es preciso soñar, pero con la condición de creer en nuestros sueños. De examinar con atención la vida real, de confrontar nuestra observación con nuestros sueños, y de realizar escrupulosamente nuestra fantasía."  V.I. Lenin

 

Lenin en New York. Así se titulaba un bello artículo del pensador italiano Antonio Negri escrito hace años, pero que ya apuntaba  la tendencia de una realidad cada vez menos extraña a nuestros ojos. Lo político se funde con la dimensión productiva cuando la comunicación social se convierte en trabajo. ¿Qué es la política sino exponerse en público, mostrarse a ojos y oídos de otros? ¿Qué sucede cuándo la producción se describe por las características propias de la política? ¿Quién mejor ha entendido este escenario de lo emocional y la presencia pública como algo productivo? Un publicista.

Las ciudades se convierten en un volcán en ebullición productiva cuando toda su extensión física se convierte en el lugar de la de explotación. Nuestra relación con el trabajo se modifica y con ella nuestra relación con el mundo, desplazando la vinculación que existía entre el trabajo que se hace y el empleo que se tiene. El trabajo se funde ahora con el consumo y se prolonga a un tiempo continuo, haciendo del capitalismo una relación vital las 24 horas del día. Hace poco conocíamos que una empresa de telecomunicaciones colocaba su nombre en la línea 2 del metro de Madrid. Esto no es nuevo, la liga de fútbol lleva el nombre de un Banco, algunos teatros y salas de conciertos se llaman como las marcas que lo patrocinan. Esta colonización del espacio público y cotidiano por la marca privatiza nuestra intimidad y las relaciones sociales, que giran en torno a los nombres de quienes no tienen otra aspiración más que instalarse en la mente colectiva y atraer clientes. No hay peor distopía que aquella donde esbozamos nuestras sonrisas, vivencias, sueños y recuerdos alrededor del impacto que las marcas tienen en nuestras biografías.

Dependiendo de la orientación que tome esta expresión del sentido común o del intelecto colectivo, se puede adoptar una postura sometida o liberada, esclava o viva. El teléfono móvil, es al mismo tiempo una cadena de montaje sin fin que absorbe todo el tiempo al gusto de la valorización capitalista, pero también, una herramienta de comunicación bastante útil para organizar resistencias a la misma. Ya lo sabíamos, pero los revoltosos turcos han dado un paso más en esta dirección: han reinterpretado el código, le han puesto una máscara al pajarito y utilizan Google maps para controlar los movimientos de la policía en las manifestaciones. El datáfono, pensado para agilizar el flujo de dinero virtual, sirve para que los pequeños comercios protesten contra los bancos que financian a los medios de comunicación y ocultan las protestas. Los devuelven dejándolos tirados en los cajeros, rescindiendo contratos con la entidad bancaria. Los turcos han dado muestras de una elevada capacidad de organización, gestión autónoma y eficiente del espacio. Las redes sociales y las TIC son herramientas y no causa de lo que sucede, no explican nada, hay que explicarlas para comprender su función como instrumento de trabajo.  La primera de las derivas expuestas, entiende su uso como captura de la cooperación social y la pone al servicio del beneficio, la segunda amplia las posibilidades de autonomía social e innovación colectiva frente al tiempo del capital.

Pero ¿qué tiene que ver Lenin en todo esto? ¿Y los publicistas? Lenin pervive en el tiempo no tanto por hechos concretos en un tiempo fijado en el calendario, lo hace porque representa la capacidad política contra lo inamovible, es la astucia de la estrategia, la síntesis de la consigna, la lectura inteligente que aúna las relaciones productivas con lo político; junta la posibilidad de gritar con el hecho de gritar. Interesan las herramientas que nos ofrece para olfatear y no el olor que los bolcheviques supieron detectar. De esto parecen haberse dado cuenta los publicistas, leninistas postmodernos que interpretan desde el consumo los estímulos del deseo y los traducen en sentido común dominante. Son la vanguardia de la contrarrevolución capitalista que sabiéndose un parásito de la creación social y colectiva, lucha por construir una dictadura de la mercancía que impone una sola lengua sobre la base de la diferencia humana.

Nunca ha sido cierta la afirmación de Saint-Simon según la cual los obreros tenían que aceptar que "las luces" eran patrimonio de los propietarios, pero hoy más que nunca es el cuerpo social quien ilumina al que manda. Hoy hablar de democracia es afirmar que "el dominio debe ser repartido a proporción de las luces". La mayor inspiración de todo publicista descansa sobre las pasiones humanas desobedientes, de ruptura e inventiva colectiva contra lo establecido: la multitud inteligente pone la materia prima que luego los publicistas transforman y vacían de sustancia en los anuncios. En este reverso del 68 lo nuevo, lo arriesgado, lo que se atreve, lo que porta en sus carnes el futuro alentador, hace tiempo que  parte de la izquierda se esfuerza en desecharlo aferrándose a la nostalgia; negándose a tomar el presente y a encontrar la poesía de la revolución social en el porvenir y no más en el pasado.

Lenin no es su momia petrificada por Stalin, los publicistas lo han entendido bien, por eso atacan a la intimidad del corazón llenándola de revoluciones de consumo: compras algo para acercarte a una idea, a una imagen que define tu identidad y te construye  como un producto con patas que camina y cambia al ritmo frenético de la aceleración capitalista, de la esquizo-economía. En una España atomizada, en un desierto social donde los vínculos comunitarios no canalizados por el consumo son escasos y atacados, cuando la cultura se convierte en producción, la batalla por convencer a gran escala al intelecto de masas, resulta fundamental. Pasar del marketing (mercado) al comuning (común) y entrar en la mente colectiva a través de actos, gestos, palabras, imágenes y emociones, desplegando toda la potencia de alegría y rabia plebeya que reside en el humor popular. Esto no es incompatible con la actuación a pequeña escala, es la combinación necesaria. La vida cotidiana y el abanico de creencias y respuestas que abonan los lugares comunes, físicos y mentales, pueden pensarse y construirse de dos formas radicalmente distintas partiendo del mismo punto. Politizar la estética, dinamitar su hegemonía para construir nuestros sueños antes de que los mercaderes los roben y nos envíen definitivamente a la servidumbre.

Más Noticias